Escudo de la República de Colombia
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En la relación naturaleza, ciencia y territorio hay rezagos colonialistas sobre los que llama la atención el artista Juan Manuel Rico Londoño con una de sus obras. La manera de apropiación y ocupación de espacios o la forma en cómo se han ‘domesticado’ visiones culturales y la riqueza del paisaje, son algunos ejemplos. Más allá de dar respuestas, busca generar preguntas para permitir la reflexión.

Alguna vez en Sala U una pared blanca sostuvo lo que de lejos parecían pequeños cajones. Fue hace cuatro años cuando los espectadores observaron aquellos elementos que se abrían como las ventanas de madera de casas propias de la arquitectura paisa. También tenían un separador de vidrio y en el interior de cada uno había una imagen distinta plasmada con laminilla de oro.

Uno de esos cajones estaba dedicado al territorio: la geografía y la colonización del paisaje. Otro, a las riquezas naturales y económicas, por eso en él había una mazorca como portada. Uno más representaba la piel de jaguar para aludir a la fauna, y el último incluía una pieza de orfebrería indígena y un journal científico para referenciar a las comunidades nativas y a la manera en cómo la ciencia interpreta la realidad.

Los cuatro fueron acompañados de dos esculturas de jaguares que representaban a la taxidermia y una pintura de bestiarios medievales, pero la pieza que más atención recibió —quizá— fue aquella que impresionó a los asistentes con una frase. Estaba escrita en mayúscula sostenida: “NO SEA INDIO”.

Todo hizo parte de la exhibición del trabajo de grado de Juan Manuel Rico Londoño, ahora egresado de Artes Plásticas de la UNAL Medellín. El nombre de su obra puede resultar un poco confuso, advierte. Es: Relación de las Indias. A las crónicas, hace mucho tiempo, se les llamaba así: relaciones. Eran las narraciones mediante las cuales expedicionarios europeos les contaban a las coronas para las que trabajaban sobre los hallazgos en tierras descubiertas.

A las relaciones, o a las crónicas, acudió el artista en búsqueda de su propio hallazgo o mejor, de su propia respuesta para interpretar la relación entre el territorio, el entorno y la ciencia. Desde su concepción artística le ha gustado “echarle una mirada” a la riqueza natural de Colombia. Dice que “somos un país megadiverso. Es algo que está ahí alrededor pero a lo cual somos muy ajenos”. Quiso descifrar entonces, según él, “cómo fue que nosotros —hijos de colonos y mestizos— empezamos a construirla”.

Recabó entre letras y en ellas identificó cómo se hablaba de los animales, cómo se hacían curiosas comparaciones “de los del nuevo con los del viejo mundo, si eran superiores o inferiores o cómo hacían descripciones de la selva, de los nativos americanos y de sus costumbres”, afirma.

Leyó Historia general y natural de las Indias, de Gonzalo Fernández de Oviedo; Bestiario del Nuevo Reino de Granada, del Instituto Caro y Cuervo; Brevísima relación de la destrucción de las Indias de Bartolomé de Las Casas e Historia de la Fealdad, de Umberto Eco. Todo le generó más curiosidad acerca de “cómo hemos ‘domesticado’ esa diversidad, embalaje cultural y humano”.

La relación con el entorno y el otro —entendido como comunidades nativas— es, según el artista, “completamente colonizadora” y repercute directamente en la manera en que monte virgen se convierte en una parcela sectorizada o en un potrero. Lo mismo ocurre con el capital cultural y humano: “los conocimientos ancestrales y válidos se transforman en una curiosidad científica y de gabinete para instituciones o para la cultura occidental, igual que los animales”.


Asuntos del pasado traídos a reflexiones del presente

Los soportes que usó fueron alegorías. Construyó, en madera de pino, lo que desde lejos —para los espectadores de la exposición en Sala U— parecían cajones. Los mismos objetos que el pasado representaron las obsesiones por las colecciones de rarezas y singularidades de la época que tanto inquietaron, por ejemplo, a Zacharias Conrad von Uffenbach, un viajero alemán del siglo XVIII.

Fue él una de las personas que “con el progresivo acceso a la escritura de grupos sociales hasta entonces alejados de ella se plasmó, entre otras cosas, en la práctica de relatar, registrar para la posteridad —con más o menos fortuna, con más o menos pretensión y egolatría— las experiencias vividas”, cuenta José Pardo Tomás en su artículo La historia natural y el conservacionismo en gabinetes de curiosidades y museos de papel.

Cuando los expedicionarios regresaban a Europa, cuenta Juan Manuel, vendían todo: animales, minerales, plantas, los vestigios de las tierras exóticas que recién se exploraban para después ser archivados y exhibidos en esos cajones —(como los de su exposición) los gabinetes de curiosidades—a otras personas letradas de la sociedad de la época.

No ha cambiado mucho el sentido, cree él. Dice que es “fácil identificar, recorriendo un potrero o una zona rural, que un espacio se ha privatizado, que un animal se ha domesticado o ‘archivado’ en un zoológico, y que el conocimiento, a la final, se plasma en un libro, un journal, una publicación científica”.

Según el artista, esos son, de alguna manera, cánones estéticos a través de los cuales se consume o divulga la ciencia que, a la vez, reduce la realidad a algunas posibilidades, aunque reconoce que ha traído grandes avances en calidad de vida y al desarrollo técnico.

La ciencia es para él “una de las tantas perspectivas para leer el mundo y el hecho de que sea la única válida en las sociedades occidentales habla mucho de la herencia colonialista. Todo lo que esté por fuera de sus códigos se considera un exotismo, pagano, bárbaro o primitivo”.

NO SEA INDIO, la frase escondida pero a la vez visible en los gabinetes de curiosidades que simuló y expuso en la Sala U, “es uno de los rezagos de la perspectiva colonialista y racista que existe”, expresa. Esas tres palabras les fueron útiles para generar esa reflexión.

“Ver y no tocar se llama respetar”, se les enseña, por lo general, a los niños. Ha sido la regla de oro en los museos pero Juan Manuel rompió la norma con su obra. Su intención fue permitirles a los espectadores abrir las puertas de los gabinetes de curiosidades —que en el pasado mantuvieron selladas—y así “ver lo que está más allá”.

Las piezas tenían “una cara, pero al abrirlos todos eran diferentes”, añade. Fue eso precisamente lo que propició la interacción de los espectadores con las obras y las reacciones que percibió le gustaron: “vi con mucho agrado que se quedaban un rato dándoles la vuelta, recorriendo el contenido de los gabinetes”.

Juan Manuel considera que en la actualidad, la invitación debe ser distinta a lo que ha ocurrido en la historia, Para él ahora hay que “descolonizar para flexibilizar la relación que tenemos con el entorno”. Esa visión es amplia, pues afirma que “sabemos que nuestro sistema económico implica problemas para un territorio megadiverso como Colombia o que en el país hay problemas sociales que se han arraigado a la cultura; no se tiene que haber sido por ejemplo víctima del conflicto para haber crecido con odio hacia ciertos grupos humanos”.

Está convencido, además, que “la labor de un artista no es ofrecer respuestas sino abrir interrogantes”. Generarlos es necesario para hacerse consciente y para ello no basta solo con observar piezas de arte o asistir a museos, sino también con abrir los ojos —como se abren las puertas de los gabinetes de curiosidades— y posarlos atentos sobre las cosas que hacen parte del mundo o lo conforman.

30 de junio de 2020