Estoy segura de que en la cuna mi primer deseo fue el de pertenecer. Por motivos que ahora no importan, debía de estar siendo que no pertenecía a nada ni a nadie.
Clarice Lispector, La soledad de no pertenecer.
Cristian Londoño Hernández, magíster en Hábitat de la Facultad de Arquitectura de la UNAL Medellín, realizó su investigación sobre inquilinatos en el barrio Prado, donde reside una parte importante de la población migrante venezolana. Al ser este sector de la ciudad un entorno patrimonial, la integración de esta comunidad se convierte en un reto, teniendo en cuenta que la institucionalidad adelanta acciones de protección del mismo, priorizando la regularización de los inquilinatos en esta zona y clausurando aquellos que se encuentran en la informalidad.
Amanda, venezolana, describe la vida en Medellín como dual: tiene cosas buenas y malas. Vive en un inquilinato en el barrio Prado y, cuando organiza su habitación, también limpia los espacios comunes, sin que se lo exijan los administradores o los vecinos. Lo hace porque “así se siente más en casa”. A ella le gusta hacerlo porque es un paso necesario para sentirse cómoda y caminar descalza, un acto de memoria evocativa que la transporta a su hogar en el estado de Zulia, y a los hábitos que allí realizaba.
Esa historia la narra el investigador en su tesis. El caso de Amanda es uno de los retratos de las estrategias diversas, y particulares, que emplean los migrantes para enfrentar el desarraigo y para construir una manera de pertenecer en un lugar que les es extraño, una manera de crear un lugar propio.
La encuesta “Avances de la integración de los migrantes venezolanos en Medellín”, del proyecto Migración Venezuela 2019, evidenció que el 93.2% residía en viviendas compartidas. Según la plataforma de Coordinación Interagencial para Refugiados y Migrantes de Venezuela, al 2023, había en Colombia 2.088 millones de venezolanos y de ellos, a ese mismo año, 241.146 se habían instalado en Medellín.
En la capital antioqueña se dio un aumento progresivo en los últimos años, convirtiéndose en la segunda más importante de acogida después de Bogotá, en un contexto de inexistencia de disposiciones normativas que les permita una solución definitiva de vivienda. Según el Censo Nacional de Población y Vivienda de 2018 del Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE), específicamente, en el barrio Prado vivían 20.184 personas de las cuales 8.727 eran venezolanas, lo que quiere decir que el 43% de los habitantes provienen del país vecino.
En los inquilinatos, la población migrante resuelve de forma transitoria y temporal la necesidad de abrigo y, en sus dinámicas cotidianas, construye una nueva forma de hábitat en la ciudad, que el investigador denomina como “hábitats colectivos transitorios”. Este concepto aparece en la intersección de tres elementos: una vivienda compartida; la migración o, la población en tránsito, y el patrimonio, en este caso.
Adicionalmente, al habitar la movilidad, como lo menciona el investigador, los migrantes viven realidades complejas. Los prejuicios, por ser categorizados como migrantes o población extranjera, los lleva a ser considerados como amenazantes para el bienestar físico, material y simbólico de la comunidad de acogida, lo cual los expone a actitudes discriminatorias y discursos de odio como la xenofobia, el racismo y la aporofobia. Esta situación, sumada a la precariedad y, en algunos casos, a un estatuto migratorio irregular, configuran barreras para el acceso al arriendo o la compra de una vivienda en el mercado formal.
“El hábitat no es el espacio donde uno reside, sino con el cual uno se identifica”
El Conpes 3950 indicó que el 19,6% de los migrantes que llegaron a Colombia entre 2015 y 2017 vivían en cuartos de inquilinatos. En el escenario local no hay estudios o censos recientes que los identifiquen ni en Medellín ni en Prado. El último registro es del 2017 e indica que el 45% de los 68 inquilinatos que se registraron en ese entonces, estaban en bienes de interés cultural municipal. En este barrio, las habitaciones están en mejores condiciones y sus precios son más altos en comparación con los de otras zonas, como los de San Benito o Niquitao.
Los inquilinatos son el resultado de un negocio, no son una casa, explica el investigador en su tesis. Estos espacios permiten que, en condiciones de pobreza, se pueda solucionar temporalmente la necesidad de un refugio. La pregunta que se hizo el investigador es: ¿será que las características de un inquilinato, que tienen que ver con el control de un propietario o gerente, con la imposición de normas y la precariedad del espacio, posibilitan lograr sensaciones de apropiación de la vivienda, de sentirse bien?
“El hábitat no es solamente un lugar en donde uno reside o donde simplemente pasa la noche, sino uno que se involucra en la construcción del yo, es decir, con el cual uno se identifica”, afirma. En ese sentido, los hábitos son una manera de reconstruir el arraigo, de posibilitar el sentir un lugar como propio, de evocar sentimientos y gestionar la incertidumbre aun cuando los inquilinatos son hábitats colectivos transitorios.
En este barrio emblemático de la ciudad, los migrantes venezolanos han encontrado ventajas. Una de ellas, explica el investigador, “con el dinero que pagan en Prado por una habitación, que son alrededor de $34.000 diarios, al mes podrían pagar una vivienda en la periferia; pero al hacer el cálculo, la diferencia se la gastan en transporte y entonces prefieren quedarse por su cercanía al centro de la ciudad, sector donde trabajan”.
En torno a los inquilinatos, Cristian encontró otros espacios particulares denominados los “guardaderos”, que representan una ventaja para quienes trabajan cerca del centro como vendedores ambulantes, pues son los sitios donde almacenan sus carritos durante las noches, puesto que en algunos inquilinatos esto no está permitido o el espacio mismo no lo posibilita por su reducidas dimensiones.
Lectura sobre el barrio y de la población migrante
Pertenecer no resulta solo de ser débil y de necesitar unirse a algo o a alguien más fuerte. Muchas veces mi intenso deseo de pertenecer surge de mi propia fuerza, quiero pertenecer para que mi fuerza no sea inútil y haga más fuerte a una persona o a una cosa.
Clarice Lispector, La soledad de no pertenecer.
El origen del barrio Prado se remonta a 1926. Es el único patrimonial en Medellín y hace pocos años fue declarado “territorio creativo” por el Ministerio de Cultura, con lo que se espera consolidar como centro de industrias creativas y culturales. “Hay intentos de recuperar viviendas y de transformarlas en hoteles y restaurantes, y ha ido de la mano de la intención de regular los inquilinatos para resolver temas de hacinamiento, ventilación, iluminación y, en general, de la salud de las personas”, explica.
“Desafortunadamente, al poner en el centro una visión de barrio patrimonial que no incluye a los nuevos habitantes, la implementación de algunas políticas públicas puede estar afectándoles de forma diferenciada”, dice el investigador, quien manifiesta la necesidad de verificar que las acciones de la Secretaría de Gestión y Control Territorial en los inquilinatos no estén teniendo efectos expulsores en la población que los habita, puesto que, durante la investigación, “decenas de testimonios de desalojos de la población venezolana fueron recibidos”.
Lo que sucede, según el investigador, es que cuándo la Secretaría identifica un inquilinato irregular, contacta el propietario del inmueble y le ofrece la opción de regularizar o de cesar la actividad que va en contra del orden urbanístico. La regularización implica, usualmente, una inversión y, en los inquilinatos que superan el número permitido de habitaciones, que son 20, exige igualmente una reducción de los ingresos, por lo que la gran mayoría decide cesar la actividad, expulsando a los habitantes de los inquilinatos, usualmente sin previo aviso.
Por otro lado, se resalta en el barrio la acción desde la Secretaría de Inclusión Social, Familia y Derechos Humanos por garantizar los derechos de las infancias migrantes. Esto muestra que los efectos de la acción institucional no son homogéneos en cuanto a la integración de la población migrante y la garantía de sus derechos.
El estudio encontró que su presencia en el barrio es leída de maneras diferenciadas, algunos vecinos los consideran como personas que deterioran la estética del barrio o que generan conflictos al alterar códigos de convivencia, mientras que otros habitantes del sector, por ejemplo los tenderos, creen que revitalizan el comercio y la seguridad. Por su parte, los residentes más antiguos han incluso mencionado que la zona se ha “llenado de vida”, porque a partir de la llegada de los migrantes hay niños, una población que desde años no era común allí.
La investigación fue exploratoria y buscó caracterizar la configuración de inquilinatos como hábitats colectivos transitorios. El estudio se desarrolló entre 2019 y 2023. Durante ese lapso de tiempo también se realizaron 15 recorridos urbanos, 9 visitas a inquilinatos y 42 entrevistas.
El estudio aplicó tres enfoques. El primero fue la etnografía, a través de la observación participante, además de recorridos comentados y entrevistas semiestructuradas a migrantes, vecinos del barrio, propietarios de casas patrimoniales e inquilinatos, funcionarios de la Secretaría de Inclusión Social de Medellín y la inspectora de Policía del barrio Prado. El segundo, el análisis socioespacial, correspondió a la representación de los fenómenos observados por medio de cartografías temáticas. Por último, se incluyó el análisis documental basado en revisión de prensa y archivo.
Entre las conclusiones del estudio está que los migrantes se mueven en un hábitat colectivo transitorio que fluctúa entre la segregación socioespacial y la capacidad de agencia, que es la posibilidad que tienen de transformar el espacio en uno propio y, de acuerdo con el investigador, Prado es un barrio con potencial de ser vivienda social para la población migrante que podría poner en función del Distrito Cultural y Patrimonial la cultura culinaria y artística venezolana.
Como recomendaciones está la generación de estrategias contra el discurso del odio, promover la integración binacional en barrios, investigar posibles efectos expulsores de políticas públicas y reconocer referentes internacionales en gestión de migración en relación a la vivienda.
Errancia obligada, regreso anhelado
Cristian es arquitecto y se ha preguntado qué significa la arquitectura para las personas. Su interés en el tema también ha sido por la experiencia propia de mudarse de sitio con su familia a causa del conflicto armado. Sabe qué es habitar el movimiento, que es, a su criterio, un problema importante para analizar la forma en que la arquitectura posibilita o impide a las personas generar vínculos afectivos positivos con el espacio y con la ciudad en la que se encuentren.
El 90% de los migrantes venezolanos se visionan, en el futuro, de nuevo en su país de origen, si las condiciones de vida mejoran. De acuerdo con la investigación: “Es visto y vivido de esa manera, como algo temporal, como un aliento para recuperar fuerzas e irse a otro lugar. Es lo que se busca, pero no siempre lo que se logra”, cuenta Cristian.
La vida me ha hecho de vez en cuando pertenecer, como si lo hiciese para darme la medida de lo que pierdo cuando no pertenezco. Y entonces lo supe: pertenecer es vivir.
Clarice Lispector, La soledad de no pertenecer.
(FIN/KGG)
23 de septiembre de 2024