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El género musical debe pensarse, más allá de sus características artísticas, como una fuente histórica, señaló una investigación de la Maestría en Historia de la UNAL Medellín, que dio una mirada académica a la memoria barrial cartagenera para narrar las resistencias, las desigualdades y las esperanzas de las comunidades negras y periféricas que han hecho de la champeta una forma de identidad y reivindicación cultural. La tesis es, a su vez, un recurso valioso e íntimo que partió de los recuerdos e intereses de su autora.

 

La champeta se originó a partir de ritmos africanos y del Caribe. Foto de eluniversal.com.co.

 

Los sonidos vibrantes de la champeta fueron cotidianos para Teresa Asprilla Soto, quien creció escuchando esta música en su barrio, el Olaya Herrera de Cartagena, un sector popular de aquella ciudad donde la vida transcurre al ritmo de los picós, esos equipos de sonido que la autora de la investigación compara con las torres de las catedrales.

Ella, afrocartagenera, caribeña y cimarrona, como se describe, se formó como profesional en comunicación social y actualmente es aspirante al título de magíster en Historia en la UNAL Medellín. Este lugar de enunciación le brindó la perspectiva académica que le permitió hurgar en el origen y la historia de la champeta, que no solo está en sus recuerdos, sino también en sus intereses.

Al vivir en Medellín, cuando escucha champeta, se le hace una manera de volver a su ciudad natal, al mar, al barrio, a la comida de sus mamá, a sus amigos y vecinos: “Yo venía haciendo el ejercicio de escuchar la champeta con atención, poniéndole cuidado a las letras de las canciones, a las cosas que decían, y al buscar sobre las obras musicales, me di cuenta que muchos de los artistas eran pelados como yo, que también nacieron en barrios populares en un panorama enmarcado por la desigualdad, el racismo, la violencia, el empobrecimiento y demás”, cuenta.

Teresa también supo que en la champeta habían rastros de unos relatos de la ciudad que se contaba a sí misma desde sus propios parámetros, “y que no se corresponde con la historia hegemónica y tradicional de la ciudad que vende a Cartagena como paraíso turístico y que rinde homenaje a la herencia hispana”. Por eso se aventuró a realizar una investigación que se desarrolló a partir de revisión documental, 16 entrevistas a artistas y el análisis de 24 canciones.

Teresa cuenta que, dada la naturaleza de Cartagena, al ser una ciudad puerto por donde transitó gran parte de la trata esclavista, las personas negras arribaron al territorio con sus prácticas, saberes y acervos culturales que, a lo largo del tiempo, han permanecido como acto de resistencia. Asimismo, la champeta lo es. Este género musical, que surgió como readapataciones de otros ritmos africanos y del Caribe (como el soukus de la de República Democrática del Congo) se conecta, por ejemplo, con la tradición de cimarronaje de San Basilio de Palenque en una travesía afrodiaspórica que sigue en constante circulación.

Pese a que es invisibilizada o subvalorada, la champeta puede ser una potencial fuente de registro histórico de cómo ha transcurrido la vida en los barrios desde la década del 80, según su investigación La champeta en la Cartagena barrial, negra y periférica: una historia desde la cultura popular y lo cotidiano, 1985-2012.

El periodo que eligió la investigadora tiene que ver con que en 1985 la champeta se comenzó a consolidar como género musical y, al 2012, habían muerto tres de los principales exponentes de la champeta criolla en Cartagena: Jhon Eister Gutiérrez, conocido como “El Jhonky” (quien había sido asesinado en 2005), y, posteriormente, John Jairo Sayas, conocido como “El Sayayín” y Sergio Liñán Mesa, “El Afinaíto”, quienes trataban más la cotidianidad en sus canciones. A partir de ese momento, se empezó a hablar de "champeta urbana", una nueva modalidad del género que se desligó de las reivindicaciones políticas para lograr mejores resultados económicos, que en la actualidad es la más común y que no debe confundirse con otros géneros como el reggaetón.

La investigadora realizó el análisis desde varios conceptos, entre ellos la subalternidad que, en la tesis, describe como un posicionamiento de raza-clase-lugar en el que ciertas personas y su manera de habitar el mundo se entienden desde la subordinación en una relación de poder la cual, para el caso de Cartagena, resulta de una sociedad organizada bajo jerarquías producto de la colonización. También exploró la noción de identidad, en la medida en que permite comprender las dinámicas de las comunidades barriales de la ciudad, sus mecanismos de supervivencia y la posibilidad que tienen sus gentes de agenciarse.

Esos conceptos hacen parte de la contextualización académica que se aborda en el primer capítulo. En el segundo se explora la historia de Cartagena para dar cuenta de los procesos de resistencia de las negritudes y exponer la champeta como parte esencial del contexto de la ciudad, mientras que en el tercero se cuentan hitos sociales de la champeta, como los discos sin tapa y el boom de los “exclusivos” o la performancia y el “Star-system champetúo” del artista, el Dj y su afiliación al picó.

En el cuarto capítulo, Teresa realizó planteamientos, por ejemplo, en torno a los pioneros de la champeta, a “África en la memoria de los Palenqueros”, y en el quinto hizo un recorrido por la vida de 10 artistas, entre ellos, Betilsa Barrios, Lilibeth Cervantes y Viviano Torres e, incluso, de artistas de la champeta urbana como Kevin Flórez y Mr. Black.

Para ella, y según le fue mostrando la investigación, “el género musical es testigo de su época, es por eso que historizar la vida de los artistas también da cuenta de cómo el contexto en que se encuentran da pie para alimentar las líricas de sus canciones y para identificar cómo esas líricas y todos esos saberes construidos de manera colectiva se convierten en un testimonio del pueblo”, dice Teresa, para quien más allá de ser fuente de historia, la champeta es “un archivo histórico inmenso que contiene múltiples documentos que lo alimentan”.

La investigadora también comenta que, con este estudio, se identificaron obras musicales que cuentan sobre las circunstancias en que los compositores se encuentran inmersos: por ejemplo, los artistas palenqueros, en sus canciones, hablan de asuntos como el racismo y la brutalidad policial. Esas características fueron decisivas para elegir a los artistas que narraran esa historia de la ciudad, así como de quienes nacieron en los barrios populares y murieron empobrecidos pese a que sus carreras tuvieron momentos culmen, y cuyos relatos son sobre delincuencia, violencia y desigualdad; pero que también hablan de la esperanza por un futuro mejor.

Para ella, los momentos de análisis le resultaron significativos, porque le permitieron acercarse, no solo a las canciones, sino a las personas que habían detrás de ellas para descubrir cómo se conectan con lo que se cuenta de ellas en los titulares o con historias como la suya.

La mejor lección que le dejó la investigación, dice, es que los archivos se construyen de manera colectiva, porque “todos somos historiadores con más o menos conciencia de nuestra propia producción y que la historia está viva, porque nosotros estamos vivos”.

Esa convicción la tiene también desde su autorreconocimiento: “Las personas negras hemos estado escribiendo nuestra historia a través de otros mecanismos que superan el marco de referencia hegemónico y textual, que se respalda en la existencia de un archivo, como, por ejemplo, algo que puede ir a leer. Nosotros tenemos nuestra historia escrita también, en la música, en el cuerpo…: se trata de una perspectiva decolonial”.

Como se menciona en la tesis, se propone a la champeta como un género musical que, por sí mismo, constituye un archivo con diversos mecanismos de producción documental que lo alimentan y entre los cuales hay actuaciones, prácticas sociales y culturales, redes de conocimiento o de relacionamiento que pueden consolidar distintas narrativas y que se desarrolla en las calles, las casetas, los estudios de grabación o los bailes de picós. El resultado es, también, diverso: líricas, musicalización, fotografías, videos y, una que es crucial, las memorias de los hacedores de la champeta y de quienes la disfrutan.

(FIN/KGG)

4 de noviembre de 2025