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Río Samaná Norte, en Puerto Garza (Antioquia). Foto: Angélica Mira.

El conflicto armado ha robado elementos culturales, prácticas y tradiciones que también constituyen heridas para las poblaciones y sus regiones, como ha concluido un estudio que busca comprender factores para considerarlas como víctimas y que sugiere que es necesario repensar conceptos establecidos como victimización, reconciliación y reparación integral.

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“¿Nosotros en condición de víctimas? No, sufrieron más otros”, dijeron algunos pobladores de Tutunendo, corregimiento de Quibdó, en el Chocó, y de la vereda Puerto Garza, de San Carlos, Antioquia, cuando algunos investigadores les hicieron preguntas a partir de las cuales buscaron identificar atributos del territorio para ser caracterizado como víctima, qué relación hay con las comunidades que lo habitan y con su cultura, y cómo eso puede aportar a un posible proceso de reparación integral.

El estudio se llama Territorios en condición de víctima, aportes a la reparación integral y no repetición para el caso de dos hábitats asociados a ríos en los departamentos de Antioquia y Chocó. Se trata de los afluentes Samaná Norte y Tutunendo, respectivamente. Lo elaboran cinco investigadores de la Escuela del Hábitat de la Facultad de Arquitectura de la UNAL Medellín.

Si el río hablara, ¿qué historias contaría?, indagaron. “Me va a agradecer, porque sabe que lo quiero mucho, que hay una conexión entre él y mi persona. Él habla, por ejemplo, con las corrientes, lo que pasa es que uno no entiende su idioma”, respondió una docente de la institución educativa de Tutunendo. Otra profesora habló del afluente como su recurso pedagógico principal para enseñar las distintas asignaturas a sus estudiantes.

En el Chocó no se conciben sin el río, la relación con él es espiritual, “no hacen la separación cuerpo – río, cuerpo – Tierra, sino que consideran que todo está integrado, son agua”, cuenta Cecilia Moreno, profesora recién pensionada de la Escuela de Hábitat de la Facultad de Arquitectura de la UNAL Medellín y una de las investigadoras.

En el caso de la vereda de Antioquia, complementa, los pobladores sienten que el afluente es como un patrón que les genera sustento, por lo que consideran fundamental ser disciplinados. Alguien le dijo a la docente: “el río no se pone bravo si no llego a trabajar, pero debo hacerlo porque si no uso un tiempo para eso, soy el que me perjudico. Sin embargo, sí se ha enojado cuando ha cambiado el régimen de lluvias” o cuando algunas empresas hacen intervenciones que requieren remover tierra, también refirieron.

Con esas concepciones se han encontrado los investigadores, que han realizado un ejercicio académico cualitativo que usa elementos de participación ciudadana, cartografía social y de conocimiento territorial a través de talleres, entrevistas y una serie de actividades para involucrar a distintos actores de las comunidades.

El equipo de trabajo, además de la profesora Cecilia y de Itzamar, está compuesto por Estefanía Flórez es Estudiante de maestría en Hábitat y Angélica Mira es estudiante de Arquitectura, Juan Carlos Ceballos Guerra, profesor de la Escuela del Hábitat

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Las historias y apreciaciones de los pobladores de ambas comunidades, entre los que están integrantes de instituciones educativas, de la Junta de Acción Comunal de la vereda antioqueña y con el consejo comunitario para el del corregimiento chocoano, han aportaron información importante con la que se generó, por ejemplo, una “red del tejido de la vida”, que se traduce en el reconocimiento de lugares con importancia para ellos, sobre los cuales relataron sus percepciones y emociones asociadas.

Dejar ejercicio pedagógico en los territorios, que profesores y padres de familia se apropien de maneras de enseñarle el territorio a las nuevas generaciones, y los investigadores consideran que lograron ese propósito, en la medida en que sembraron semillas para la curiosidad, porque como menciona la investigadora Itzamar Nataly Cuervo López, docente ocasional de la Escuela de Hábitat de la Facultad de Arquitectura de la UNAL Medellín: “ellos antes no se preocupaban por eso, no se habían inquietado, por decir algo, por los lugares que más les gusta”.

Particularmente, en el Chocó hubo diálogo de saberes entre población indígena y afro que posibilitó el encuentro para que unos y otros conocieran, por ejemplo, mitos, o prácticas de barequeo realizada, pero por mujeres.

Para la profesora Cecilia, “ha sido muy linda la tarea pedagógica porque ellos han encontrado historias que tenían guardadas. Por ejemplo, el hecho de que el río Samaná Norte se ha convertido en el lugar en que, en momentos de la confrontación entre paramilitares y guerrilla depositaran a los muertos, parecido a lo que ocurrió con el río Cauca, que es un caso más conocido”.

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Los pobladores de Puerto Garza, añade, también contaban que vivieron un tiempo de zozobra y de miedo, de encierro. Lo comparaban con la época de confinamiento por la pandemia. Le decían que en la cuarentena no se veía “ni un alma” en las calles, que así fue para entonces, y que, si bien no hubo varios muertos ni desaparecidos de la comunidad, el territorio sí fue objeto de eso.

Ella recuerda que se lo narraban así: “Sonaban unos carros, (los actores armados) se paraban en el puente, al momento escuchábamos un disparo y después caían al agua del río. Era ese lugar el sumidero de cuerpos ejecutados como producto de la violencia”. Ese, de acuerdo con la docente, es solo un ejemplo para hablar de una herida sobre la que no termina de haber suficiente diálogo, pero también es el reconocimiento de la condición de olvido y el estigma que hay sobre algunos lugares.

Hay otros elementos de la cultura se han visto afectados, según Itzamar, quien dice que es algo de lo que se están enterando más a fondo con las conclusiones a las que ha llegado hasta ahora el estudio: Es el caso, por ejemplo, de la pesca y las tradiciones, y ese hecho tiene como causa los hechos violentos.

“Al explorar la condición de víctima nos dimos cuenta que hay múltiples caminos para entenderla, no es solamente ver las cicatrices de las casas abandonadas, alguna presencia militar, el hecho de que no puedan organizarse o celebrar ciertas festividades. Esas cosas la gente no las lee como violentar al territorio, aun cuando lo es”, dice.

Todo esto les ha mostrado la necesidad de modificar el pensamiento y replantear la concepción de lo que se plantea como reparación y no repetición, o la idea de qué es ser víctima y cómo los territorios pueden serlo, pues para la profesora Cecilia, el estudio interpela el lenguaje y sugiere examinar mejor lo que significan estos aspectos, porque les resultó claro, tras el análisis, que “al comprender los ríos como sujetos de derechos, también se entiende que el territorio también es víctima”.

Otro asunto claro es que las comunidades son las que tienen la palabra de definir cómo es su territorio y qué lo hace víctima. Parece obvio, pero dice que sucede que, desde entes públicos locales e instituciones externas, no escuchan ni reconocen las necesidades de la población y se generan tejidos alejados de las realidades que, “desde la operacionalización de discurso, la paz es entendido como: ya les dimos, les entregamos, ¿qué más piden?”, refiere la profesora Cecilia. Incluso, comenta que funciona como otro ejemplo el hecho de que, a Puerto Garza, inicialmente llamada Narices, le cambiaran el nombre sin consultarlo con sus habitantes.

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Las comunidades de Tutunendo y Puerto Garza están sumidos en el olvido estatal, a pesar de la presencia de empresas que han intervenido el territorio y eso lo notaron las investigadoras, a quienes las situaciones que conocieron, como se dice, les tocaron las fibras.

“Allá uno es casi que con la lágrima afuera, pero hay que controlarse. Si uno sucumbe no desarrolla el trabajo con objetividad, aunque para nosotros la subjetividad también es muy importante en investigación”, cuenta Itzamar.

A veces ellas terminaban teniendo conversaciones íntimas con los pobladores de las zonas. Lo que hablaban ahí no iría en la investigación, pero que las atendían porque sabían que las personas querían ser escuchadas. A veces terminaban con un abrazo y a veces eso basta, aunque no pueda ser así para los ríos y los territorios violentados, víctimas.

(FIN/KGG)

9 de mayo de 2022