Una comunidad emocional vivió una época en la que plasmó a través de discursos académicos, ensayos y otras formas de la literatura, la percepción de atraso cultural, técnico, industrial y urbano; las manifestaron como experiencias que les permitió unirse para pensar cambios con relación a su presente. Una tesis de Maestría en Historia de la Facultad de Ciencias Humanas y Económicas de la UNAL Medellín lo aborda.
Entre 1896 y 1906 intelectuales de la entonces villa de Medellín: artistas, escritores, urbanistas, profesores universitarios, hombres cívicos y morales, vivieron el Desencanto, una manera de aludir a las sensaciones de atraso, barbarie y falta de técnica enmarcadas en la representación eurocéntrica, como lo manifiestan en sus escritos en los que quedó evidencia de percepciones y reflexiones sobre aquello que los contrariaba, aun cuando esa fue época de cambios en los ámbitos científico, militar, industrial y comercial.
“Nuestro atraso”, “nuestra sociedad incipiente”, “nuestra defectuosa educación”. Esas fueron algunas frases que indicaron en los distintos textos que escribieron y que demuestran que confluyeron en la incomprensión pese a que la emoción del Desencanto traspasó las fronteras de lo individual y pasó a ser una expresión ante la sociedad, manifestada también en lo cultural y lo moral.
Cómo es [de] monótona y vacía esta semi-conciencia obscura que insistimos en llamar vida aquí, bien que a las veces se le ocurre a uno si todo el mundo será Popayán… o Medellín - ¿no viene a ser lo mismo? - Es ello cierto que un mes, y otro, y todos vengo con la estupenda novedad de que no hay nada nuevo. Todo sigue lo mismo: todo va mal […]
Mariano Ospina V. (1898)
El hecho de que el atraso, la educación defectuosa o la semibarbarie fuera ignorada por la mayoría de la sociedad, llevó a que en esta comunidad de intelectuales el Desencanto se potenciara como experiencia compartida para pensar los cambios, impulsando a hombres como Pedro Nel Ospina, Eduardo Zuleta y Carlos E. Restrepo a considerar acciones y direcciones al ‘buen camino’. Hubo también quienes, como el médico Rafael Pérez, los hermanos Ospina V. y Eduardo Zulueta, acudieron al término de la felicidad, pero referenciada como una emoción externa a ellos únicamente posible en el referirse al futuro.
No obstante, sentaron bases y propuestas para los años venideros, que ni siquiera ellos vivirían, como fue el caso de un proceso educativo que se consideró como moderno, y que debía ser práctico y de corto plazo, de modo tal que formara hombres y mujeres que se dirigieran por una misma línea de orden y progreso, como lo propuso Mariano Ospina V. Esta perspectiva educativa para Pedro Nel Ospina V. y Carlos E Restrepo llevaría a que esos antioqueños del futuro se volvieran colonizadores de Colombia. Un ejemplo de lo que sería el modelo para esta comunidad se evidenció en el perfil psicológico de Pedro Jácome, héroe de la novela Tierra virgen, de Eduardo Zuleta.
“Hay verdades que duelen y cuyo peso brutal nos anonada porque tritura ideales que habíamos amado con indolente complacencia; pero no las remediamos enojándonos ni quejándonos, sino corrigiéndonos”
Carlos E. Restrepo, (1903).
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Lo que se planteó antes fue lo que estableció el historiador Diego Alejandro Ossa Marín, quien le dio una mirada al tema a través de un estudio que realizó como parte de la Maestría en Historia de la Sede, que cursó recientemente, y que plasmó en el documento de la tesis. La historia, la antropología y la sociología le dieron las herramientas para el análisis, el cual abordó, como dice, “sin caer en la psicologización”, y a partir de revistas literarias, periódicos locales y libros lanzados en la época.
La emoción de pérdida de encanto frente al mundo que se vive fue acertada para la investigación histórica. Para la comunidad de intelectuales de esta época, las palabras como melancolía, tristeza, angustia o rabia “eran como nombrar al diablo”, continúa el investigador, pues se consideraban antiprogresistas. “Pensar una emoción desde la historia es pensarla desde la experiencia de los protagonistas de la época”, añade.
Para el investigador, el Desencanto fue una emoción crucial para entender este período, ya que permitió ver desde otra perspectiva lo emocional, cómo lo vivieron estos sujetos del fin del siglo XIX, considerado como el del progreso y la aceleración, pero ¿de qué manera ellos se sintieron lentos, atrasados y sin esperanzas de un cambio cercano? De ahí la complicidad de los comunales para proyectar los cambios ideales.
Hubo también en la época contradicciones propias del ideal y de las intenciones versus la realidad. El investigador expone como ejemplo el caso de la inauguración del Puente de Occidente, acontecimiento sobre el cual una crónica menciona que “por estar en una sociedad embrionaria, pobre y atrasada, se sabe que no se va a entender la grandeza de esta obra”. Esta comunidad, añade el investigador, creía que lo que hacían no podía ser apreciado por sus contemporáneos, porque aún parecían no entender la necesidad del cambio.
La escritura y literatura fueron formas, por parte de los desencantados, de vincularse al pensamiento de lo que se consideraba que era el espíritu del antioqueño, y esto no estuvo libre de bemoles, dado que, según el investigador, el único que escribió libremente porque su posición social y económica se lo permitió fue Tomás Carrasquilla, el resto, como el ingeniero Efe Gómez, aún con prosas interesantes, se supeditó a qué escribir, a cómo le iban a publicar o a criticar.
Acerca de la tesis, la jurado Alba Patricia Cardona Zuluaga, destacó que “la comunidad del Desencanto se mueve también en que la urgencia de que las letras y el pensamiento sea como un objeto de bien común, público”. En el acta, ella y su colega Gabriel Fernando Benavides Botina, exaltaron la pertinencia del tema y la manera en cómo el investigador afinó los asuntos teóricos y conceptuales en torno a la experiencia de la comunidad del Desencanto, y los aportes de diferentes disciplinas.
En general, todas estas cavilaciones conducen a interpretar, según él, que “las emociones no son sentimientos ni que son parte de la psique humana interna, sino que son una experiencia real. Las emociones se hacen, se crean, se forman y se fortalecen alrededor de grupos específicos. Por eso la comunidad emocional centra toda esa fuerza y capacidad que se tiene para acaecer una experiencia emocional”.
“La vida que viene después de esta en que vivimos entre libros, es casi una continua decepción, y así como a la vuelta de un camino y al trasmontar las cordilleras hay una escena nueva, los horizontes cambian, así también, al terminar todo día aumenta el número de las amargas sorpresas.”
Eduardo Zuleta, (1895).
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El investigador partió de la propuesta de las comunidades emocionales de la historiadora alemana Barbara Rosenberg. Para él, la comunidad desencantada constituye por sí misma una forma metodológica de llegar a los personajes desde sus mismas visiones, contradicciones, miedos, requerimientos y deseos de cambio.
“Académicamente se nos brindan muchos medios para hacer interpretaciones que nos permiten ahondar en esos sujetos sociales de manera racional buscando respuestas lógicas, pero muchas veces esos enfoques teóricos y racionalidades que nos brinda la teoría nos lleva de una u otra manera a hacer interpretaciones salidas del contexto propio de la época. Ahí es donde los historiadores entramos a buscar para evitar actuar como jueces de una época”, expone.
El trabajo le deja a Diego Alejandro “un montón de preguntas nuevas”, e investigaciones pendientes, no solo desde lo práctico, sino también desde lo teórico. Disfrutó lo que hizo y le gustó el resultado. Cree que el aporte de la tesis es generar conocimiento tras ahondar en una época a partir de sus construcciones literarias y desde la que se puede hacer interpretación, pero sin armar estructuras narrativas o teóricas fuera de contexto.
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El interés por las emociones ha estado latente para el investigador. Tal ha sido así que las ha explorado desde el ámbito académico, en el que se ha refugiado para buscar respuestas a sus preguntas. La tesis de su pregrado se fundamentó en la felicidad e inicialmente en la maestría quiso realizar un estudio sobre la melancolía en el Siglo XIX.
Cuando decidió indagar por las emociones, comenzó a leer sobre la época que finalmente abordó, y eso resultó, según él, en una caja de Pandora. Halló precisamente en los textos una senda de la melancolía que lo condujo al análisis que realizó. En lo que leyó halló un juego de tensiones.
Específicamente recuerda que leyó al escritor, poeta y cronista Emiro Kastos, quien a mediados del siglo XIX advirtió: “que los antioqueños eran muy propensos a caer en desbordes emocionales que los llevaran al alcoholismo o al juego de cartas hasta el punto de perderlo todo a pesar de que eran rigurosos alrededor del rezo y los negocios”. Este temor lo heredaron los miembros de la comunidad estudiada, para quienes era evidente que dichos problemas “seguirían siendo el pan de cada día en la villa de Medellín”, como lo explica el investigador, por lo que proyectar modelos sociales, educativos y políticos, y otros más contemporáneo, truncaran todo deseo de cambio cultural.
Todo el análisis el investigador lo hizo, en sus términos, “con muchas pinzas” desde su cualidad de lector, que es aquella que lo ha constituido. Hizo el estudio basado en textos asociados a la realidad teniendo en cuenta que la mayoría de los que empleó fueron discursos académicos y ensayos, principalmente. Y asociado a ellos su respuesta: “Para mí la literatura es fundamental a la hora de identificar fenómenos culturales y políticos, porque para bien o para mal están plasmados esos fenómenos políticos y culturales que hay alrededor”.
(FIN/KGG)
27 de febrero de 2023