Ha sido la herramienta concebida como instrumento político para consolidar resistencias sociales de pobladores de este corregimiento de Ciénaga (Magdalena), cuya construcción social del espacio se da en medio de la violencia política que ha vivido Colombia y que obedece a contextos sociopolíticos como la bonanza marimbera, la economía en relación al cinturón cafetero y a la satisfacción de necesidades de nuevos ocupantes.
Con una arquitectura peculiar, la construcción del relato desde la voz comunitaria y a pesar del conflicto armado, se teje la memoria colectiva en San Pedro, un caserío situado en la cima de una montaña, cuyas viviendas se sostienen sobre la ladera y se construyen hacia abajo, como en especie de escalones. Ese modo de organización les permite a los pobladores descender y protegerse en momentos en los que la violencia los ha obligado a salvaguardarse, porque a lo largo de su historia, la población ha estado cruzada entre combos marimberos, fuerzas estatales, grupos guerrilleros y paramilitares.
Los hábitats de la violencia de San Pedro son “narrados no desde los actores armados, sino desde la sobrevivencia de los moradores en su búsqueda del control de los territorios, de ellos mismos y sus familias”, como se lee en la tesis que realizó Yarledis Holguín Silva para posgraduarse como magíster en Hábitat de la Facultad de Arquitectura de la UNAL Medellín.
Cuentan los pobladores que ese modo de erigir y situar las viviendas les facilitó que, si un grupo armado llegaba en búsqueda de alguna persona, podía descender fácil y rápidamente por la ladera, refiere Yarledis: “así fue como se libraron de morir”. En esa realidad y en la manera organizativa de las viviendas está la muestra de adaptación, resistencia, de la búsqueda de maneras a las que han acudido los pobladores para emanciparse.
Y para ello también han tenido la palabra como insumo primordial. A través del diálogo y las historias que se transmiten de generación en generación han regresado a la configuración territorial enmarcada en múltiples identidades. De esa manera —como se lee en la tesis— “los procesos de consolidación del territorio recurren al pasado para dar una carga legitimadora suficiente para significar la importancia de la lucha comunitaria”.
Aunque en un inicio la construcción del hábitat y el territorio estaba establecido como un asentamiento Kogui, San Pedro se fue conformando poco a poco por familias del interior del país, principalmente de los departamentos de Antioquia, Tolima y Santander, quienes llegaron con ideales de edificaciones propias de esos sitios, que emplean materiales como madera y arena de fuentes cercanas, con lo que poco a poco se transformaron las construcciones en tierra y hojas de palma.
El estudio indagó por el proceso de colonización en la Sierra Nevada de Santa Marta producto de migraciones campesinas generadas a partir del conflicto interno que se dio durante 1950 y encontró que el corregimiento se fue consolidando con la llegada de la bonanza marimbera que se dio entre 1974 y 1985 por cuenta del ingreso de grandes cantidades de dólares al país como resultado del narcotráfico, el cultivo y exportación ilícita de marihuana en la costa caribe. El declive se dio luego de la incursión de grupos guerrilleros. Después, el auge del cultivo de café, tuvo también incidencia en el sentido comunitario ha prevalecido en la construcción del territorio. Según la investigadora, se generó una identidad campesina cafetera que no respondió precisamente a la mencionada bonanza.
Como los pobladores de San Pedro, la tesis narra, en uno de sus seis capítulos, un relato acerca de cómo el caserío se ha consolidado en la medida en que la comunidad va solucionando necesidades básicas, gestiona los recursos y las actividades, insistiendo en configurar el territorio.
En la actualidad la posibilidad del regreso del conflicto sigue latente —por la reciente presencia de nuevos grupos paramilitares y aun en el escenario del Posacuerdo—, pero la memoria y la palabra se siguen construyendo y se dejan como herencia a nuevas generaciones que no tienen recuerdos tan vívidos de la guerra y que ejercen resistencia de otras maneras como el arte y el cuidado del medioambiente, y para su grata sorpresa Yarledis encontró que mayoritariamente son las mujeres quienes ejercen las actuales actividades de liderazgo.
El estudio que hizo Yarledis se enmarca en la metodología de la Investigación de acción participativa. Es decir que es la misma comunidad la que se pregunta por sus dinámicas y el investigador es un actor que identifica cuáles son las inquietudes y cómo se responden. Para ella fueron fundamentales las conversaciones con los líderes sociales, reuniones con grupos comunitarios, entrevistas con los pobladores más antiguos. A partir de los relatos y de fotografías de archivos particulares se elaboró cartografía.
De ahí resultó también una exposición fotográfica abierta, y fue precisamente la lógica comunitaria de la investigación, la misma de San Pedro, que generó confianza en el proceso y en el ejercicio académico, o por lo menos así lo percibió Yarledis, quien se quedó con esa sensación como expresión de su satisfacción y agradecimiento con un territorio que también es el suyo.
La tesis es un insumo para la toma de decisiones, para visibilizar y darle voz a lugares apartados que ni siquiera se ubican en el mapa y que tienen carencias, como lo es la inexistencia de un sistema de recolección de aguas residuales, como es el caso de San Pedro.
Investigar sobre la producción social del hábitat en contexto, considera Yarledis y lo dejó escrito en la tesis, permite comprender necesidades particulares de las comunidades, identificar brechas y desafíos, tanto con respecto a la vivienda como a servicios básicos. El propósito es loable: interceder por políticas públicas para la equidad. Es, según la investigadora, un micronicho que refleja lo que sucede en Colombia.
“La investigación está en una etapa intermedia porque si bien logramos analizar bien los compuestos fenólicos que obtuvimos, y dos de esas funciones las pudimos determinar con exactitud, el siguiente paso sería revisar toxicológicamente si tiene algún efecto secundario, para poder ponerlo en una matriz alimentaria e intentar que estos compuestos fenólicos no se vayan a degradar o a desintegrar antes de que lleguen al tracto digestivo, que es lo que se busca”, enfatiza Sarah Paz Arteaga.
Las primeras interacciones entre indígenas Kogui y colonos campesinos se dieron hacia 1950, y esa mixtura ha propiciado en el territorio marcajes culturales, algo que no se le escapa a Yarledis, nacida en San Pedro e hija de madre santandereana y padre antioqueño.
Tanto el trabajo académico como lo que presenció durante el desarrollo del mismo le mostraron y le enseñaron el valor del territorio, incluso para los jóvenes, para nuevos liderazgos y para nuevas generaciones que salen del corregimiento para convertirse en profesionales que, si bien en el imaginario general podrían conseguir nuevas oportunidades en las ciudades, anhelan o deciden retornar. Además, se reconocen en el orgullo de la variedad identitaria y del pasado cultural indígena.
De una u otra forma lo hacen. La manera de Yarledis fue la inquietud intelectual y el interés por la generación de conocimiento. La pesquisa fue quizá una excusa para volver a San Pedro —después de más de 23 años—, pero también para recuperar el arraigo, y eso no habría sido posible si hubiese ocupado solo el lugar de investigadora. Hizo y vivió la indagación incluso desde un nexo emocional, y desarrollar los estudios territoriales de esa manera, considera, le suman a la revinculación y a la apropiación. Eso —está segura— es pagar una deuda como país.
(FIN/KGG)
9 de octubre de 2023