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Hacer dibujos y diseñar casas, esa era la idea que tenía Isabela Coronado Magalhaes sobre ser arquitecta cuando era niña. Años después, con la pasión por la ilustración intacta, edifica sociedad con sus trazos,  una mezcla entre la agroecología, los saberes de la academia y las comunidades vulnerables. Vocación que la llevó a estar entre las 100 mejores tesis de pregrado del mundo en arquitectura según el Premio Tamayouz 2023. Además, su investigación fue reconocida como uno de los mejores trabajos de grado en la UNAL Medellín ese mismo año.


Fogón artesanal que usaba la comunidad para la preparación de alimentos. Foto cortesía Isabela Coronado.

Bela o Belinha, como la llama su familia por el diminutivo de su nombre en portugués (debido a las raíces de su padre), sigue conservando en la adultez algo de esa niña que irradiaba “chispas”. Años atrás viajó desde Montería a Medellín hasta la Universidad Nacional de Colombia, persiguiendo el sueño que desde pequeña alimentaba mientras dedicaba largas horas a dibujar por hobby.

Isabela Coronado Magalhaes reconoce que tuvo que tomar la decisión de estudiar arquitectura muy joven, y relata lo afortunada que fue al encontrar en su pasión por la ilustración una posibilidad de servir a la sociedad en la construcción de mejores oportunidades para los más necesitados.

“Realmente mi interés era dibujar y era algo a lo que dedicaba horas en la noche, entonces me fui por esa línea con una idea muy vaga de que los arquitectos dibujaban y hacían casas. Luego, en el pregrado me di cuenta que era más que eso”, comenta la egresada de la UNAL Medellín.

Ese toque artístico siempre estuvo presente en ella. “Chiquita fue muy cómica, era una niña con chispas, aunque cuando creció se volvió más seria. Es un intercambio entre introvertida y extrovertida, habla lo necesario y cuando tiene que opinar es muy certera. Creo que encontró la carrera perfecta con el componente social y esa parte creativa, aborda sus buenas características y puede explotar todas esas cualidades que tiene”, la describe su hermana Gabriela, quien además destaca su determinación no solo en el ámbito académico sino en el personal, “se preocupa por ser mejor persona día a día”. 

Aquella determinación la llevó a notar que a su formación como arquitecta le hacía falta algo. Durante los nueve cursos de la materia llamada Taller de proyectos, articuladora de su pregrado, sintió la necesidad de ir más allá. “Los talleres estaban dirigidos hacia la consolidación de ciudad en el sentido en que trabajamos equipamientos grandes, edificios de viviendas, proyectos urbanos, escuelas, normalmente con enfoques públicos, pero veía que habían realidades en el país que no se estaban abordando desde esa materia que es transversal a todos los procesos académicos”, señala la joven arquitecta. 

Ese “vacío” como ella lo describe, era la necesidad de enfocarse desde su profesión en los fenómenos que se dan en Colombia debido a la violencia y el conflicto armado interno como el desplazamiento forzado, que afecta principalmente a habitantes de zonas rurales: familias humildes y campesinas.

“Esta situación tiene un impacto muy importante en los territorios y no lo estábamos abordando en ninguna materia. Cuando terminé los talleres me faltaban dos semestres y un par de materias electivas, así que decidí tomar Desplazamiento forzado, dictada por el profesor Rafael Rueda. Allí me aproximé mucho a esa realidad de país, pues es un fenómeno que atraviesa gran parte de la población colombiana; conocí el trabajo del profesor en Pinares de Oriente, quien, a través de una convocatoria de extensión solidaria con otros estudiantes y grupos de investigación, desde el 2009 desarrollan proyectos para apoyar a la comunidad con procesos de agroecología, a través de una transferencia tecnológica y de conocimiento, gracias al contacto entre la Universidad y la comunidad”, relata Coronado Magalhaes.

Pinares de Oriente es un barrio ubicado en la ladera oriental de la ciudad de Medellín, al pie del cerro Pan de Azúcar, habitado principalmente por desplazados por la violencia de distintos lugares del país, que lo convierte en un territorio con una memoria campesina donde confluyen prácticas ancestrales de producción alimentaria en un contexto de ciudad. En el 2006, la administración municipal entregó a través de comodato una serie de lotes para la siembra de alimentos, también como una acción de contención ante la expansión del mismo. En los últimos años, el barrio, además, ha tomado una vocación turística debido a los senderistas y caminantes que visitan el cerro, especialmente los fines de semana.

Este trabajo de la comunidad despertó el interés de Isabela, quien quería conocer cómo el conocimiento o las prácticas que traían las personas desplazadas se daban en la ciudad y cuáles eran sus impactos en la construcción territorial. Con su trabajo de grado Agroecología en la construcción social del hábitat, y de la mano de su asesor, el profesor John Muñoz Echavarría, buscaba entender (ya que había un proceso anterior entre la Universidad y la comunidad), cómo era la transferencia de saberes alrededor de la agroecología y cómo se daban estas cosmovisiones en el contexto urbano.

El fuego, centro de la cocina y la agroecología

Además del cultivo de alimentos para autoconsumo gracias a la agroecología y las huertas, en el barrio vieron la necesidad de producir otras alternativas alimentarias como sustento económico, aprovechando esa nueva vocación turística de la zona. Para esto, era fundamental un espacio donde pudieran transformar esos alimentos cosechados para su comercialización, el punto de partida fue una cocina comunitaria artesanal construida por los mismos moradores en situaciones precarias.

“El origen de lo que implica una cocina y la transformación de la materia prima es el fuego, lo que primero necesitábamos era un horno y pensamos cómo hacerlo. Allí había una cocina, pero no era un espacio digno para esa práctica, tenían producción de arepas, de conservas y diversos productos, incluso hacían almuerzos para vender a la gente del mismo barrio. La cocina significa un bien común para ellos, porque sirve a muchas familias económicamente. Por voluntad de la comunidad, se sumó el proceso de preparación de los alimentos a ese ciclo de producción agroecológica del barrio, decidimos construir la cocina a través de un mecanismo de reemplazo, que ellos fueran cambiando elementos de esta progresivamente”, explica la investigadora.

Aprovechando los materiales y lo que se tenía a disposición en el lugar, usaron el suelo de la cocina artesanal existente para fabricar bloques de barro debido al gran porcentaje de arcilla que este contiene. Con talleres enseñaron a la comunidad a fabricar los moldes y la mezcla para la elaboración y el secado de los adobes, con el objetivo de replicar y terminar con sus propias manos la construcción del horno.

“Decidimos usar el material de la guadua porque trabajamos con lideresas, yo quería que ellas se sintieran en libertad de construir ese espacio, que fuera un material liviano, fácil de cortar, terminamos el horno y el diseño de la cocina. La entrega final de la investigación fueron esos insumos planos, información técnica a la comunidad de manera que lo pudieran entender porque es un lenguaje distinto y todo fue socializado con ellos había cierta claridad del proyecto”, detalla la egresada.

En marco de este estudio también se identificó la necesidad de un área de compostaje y un banco de semillas e intercambio de plántulas con los que se contaron en algún momento, pero por causas de las dinámicas de violencia en el barrio estos se perdieron.

Para las lideresas del barrio, contar con el apoyo de Isabela ha sido fundamental para el desarrollo de la cocina artesanal y otros proyectos que se realizan con niños y adultos mayores. “El fogón nos permitió mejorar la calidad de vida y del aire, sin embargo, Isabela nos ha dejado muchas más enseñanzas. Ella tiene un gran carisma, con una humildad que me deja sin palabras y una calidad humana maravillosa. Es inteligente, sabia, y muy entregada a las comunidades. Es una excelente maestra para compartir sus saberes con los demás y también una excelente alumna”, cuenta Elizabeth Henao, habitante y lideresa de Pinares de Oriente, quien agrega que, pese a que la tesis finalizó, Isabela continúa apoyando este proyecto comunitario. 

El trabajo de grado de Isabela fue seleccionado entre los 100 mejores finalistas del Premio Internacional de Proyectos de Graduación 2023, del Premio a la Excelencia Tamayouz, al que se postularon 422 tesis de 141 universidades y 36 países; este galardón reconoce la excelencia en el diseño arquitectónico en el mundo para promover el debate académico en estas áreas. El trabajo de grado, además, fue reconocido como uno de los mejores en la Universidad Nacional de Colombia Sede Medellín en el 2023.

“Siento que ella ve todo de una manera distinta a lo convencional y eso lo lleva hasta la parte social. Se hace preguntas que digo ¡wow!, nunca habría pensado en eso o me había cuestionado por esto. Me siento muy orgullosa de ella y yo sé que esto no lo hizo buscando ganarse algún premio, pero toda esa determinación y talento se vieron reflejados en esos premios y reconocimientos”, complementa con orgullo Gabriela, su hermana mayor.

Como arquitecta Isabela tiene muy claro que su conocimiento debería estar en función de las poblaciones vulnerables y de abordar los grandes problemas nacionales para darle solución, así se expresa de su pupila el profesor Rafael Rueda. “Ella produjo conocimiento y valor agregado con la comunidad, especialmente gracias a su trabajo con mujeres cabezas de hogar. Es muy disciplinada, rigurosa, coherente, y con un compromiso ético alto”, agrega Rueda Bedoya. 

Actualmente, con 25 años, Isabela Coronado, amante de la naturaleza y los deportes, cursa el primer semestre de la Maestría en Estudios Urbanos Regionales de la UNAL Medellín, en donde planea seguir investigando sobre las dinámicas alrededor de la siembra, las poblaciones vulnerables y el conflicto interno colombiano.

(FIN/JRDP)

26 de febrero de 2024