El profesor del Departamento de Procesos y Energía de la Facultad de Minas UNAL Medellín se jubila, pero no su interés por el conocimiento. Con una pedagogía propia y una cercanía en su trato ha cultivado vínculos que teje desde el hogar y las aulas. Familiares, colegas y exalumnos exaltan su labor y sus aportes a la academia.

Hernán Darío es el mayor de tres hermanos e hijo de un obrero y una campesina. Su infancia transcurrió en Manrique, en una de esas casas con un solar muy grande, apenas como para poner el campo en la ciudad. Había un cultivo, un gallinero y un lago para patos.
En esa casa, tan abierta al disfrute y a la infinita curiosidad, Hernán Darío se acercó desde su infancia a la ciencia, incluso sin ser consciente. En el sótano, un lugar misterioso con un montón de objetos por explorar, hizo sus primeros y no muy exitosos experimentos de química. “Mi mamá me decía que una vez explotamos el sótano con mis hermanos; es posible. Mi abuelo mantenía de todo: sales de epson, fósforo, plomo. O sea, estamos vivos de milagro”, dice y se ríe, porque lo hace frecuentemente mientras habla.
Cuando llegó el momento de formarse, vivió ambientes académicos muy distintos, unos enfocados en el por qué y otros en el cómo. Hizo algunos semestres de Ingeniería Farmacéutica en la Universidad de Antioquia, pero lo desmotivaron los paros, se cambió a la UNAL y tuvo la misma sensación, así que se pasó para el Politécnico Colombiano Jaime Isaza Cadavid, donde estudió Instrumentación Industrial. Esa, dice, es su primera profesión sin título.
La otra es Ingeniería de Sonido, la ejerció durante 10 años mientras estudiaba. Trabajó, por ejemplo, como sonidista en Teleantioquia. El impacto de esa labor fue mayor: lo hizo pensar en abandonar la Ingeniería Química y aplicar a una beca para estudiar en California, Estados Unidos, con Gregory Valtierra, entonces sonidista del famoso estudio Metro Goldwyn Mayer (MGM).
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Hernán Darío es ingeniero químico de la Facultad de Minas. Se graduó en 1991 y fue el mejor de su cohorte. En 1993 ingresó como docente a la que fue su alma mater y estudió la maestría en Ingeniería - Ingeniería de Sistemas, de la cual se graduó en 1995 con tesis meritoria. Continuó estudiando y, en el 2001, obtuvo su título como doctor en Ingeniería de la Universidad Nacional de San Juan, en Argentina. Su investigación, un análisis sobre el control predictivo basado en un modelo borroso para el control del pH, también obtuvo calificación de meritoria.
Su inicio profesional se dio como diseñador y fabricante de pequeñas soluciones electrónicas en automatización. Con unos compañeros desarrolló una máquina de laboratorio que permitía montar 10 pruebas de teñido cambiando, por ejemplo, el pH, la concentración de colorante, el medio salino, entre otras variables. Fue una iniciativa exitosa. Las de ese tipo eran traídas de Alemania y costaban unos 15 millones de pesos, y él y sus socios las hicieron en menos de cinco. Crearon una empresa y allí pasó por muchos cargos. Esa experiencia lo llevó a emplearse como jefe de mantenimiento en una importante tintorería textil antioqueña, donde, dice, lo miraban como “bicho raro”, pues era atípico que un ingeniero químico ocupara ese puesto en específico.
En la Facultad de Minas, donde laboró por más de 30 años, impartió cursos como Modelamiento de Sistemas Dinámicos, Control de Procesos Químicos y Operaciones de Transferencia, además se desempeñó como director del Laboratorio de Operaciones Unitarias y de la revista Dyna. También ocupó varios cargos administrativos, entre ellos coordinador de la Maestría en Ingeniería Química, vicedecano de Investigación y Extensión, y director de la Oficina de Posgrados. Fue, también, Director de Extensión de la UNAL Sede Medellín.
¿Cómo llegó a la UNAL Medellín como docente? Hernán Darío devuelve el tiempo en sus recuerdos y rememora que, con frecuencia, visitaba la biblioteca Efe Gómez de la UNAL Medellín para leer la Chemical Engineering Journal. Durante una de esas visitas se encontró con un exprofesor que le contó sobre una convocatoria y lo “presionó” para que se presentara. Así lo hizo y se posesionó el 20 de septiembre de 1993. Tres días después empezó a dar clases. La primera fue del curso Transferencia de Calor, un martes, de 2:00 a 4:00 p. m., en el bloque M1. Intentó replicar lo bueno y evitar lo malo que él percibió de quienes fueron sus docentes.
El profesor tiene a dos docentes que considera como sus mentores, uno en ciencia y otro en pedagogía. Ambos lo impulsaron a estudiar para lograr lo que desea, como lo hizo en principio para dedicarse a la docencia. Para él, la ciencia debe ir por delante siempre, dado que los temas se deben entender desde los conceptos.
La pedagogía, por otra parte, no basta para él. “Hay mucho por leer, por discutir y por practicar para llegar a una clase exitosa. ¿Y cómo es una así? Aquella donde hay emoción, expectativa, asombro. Una vez un profe me dijo, ‘si ves que a tus alumnos le brillan los ojos, la clase está funcionando; si no les brillan los ojos, esa clase se perdió’”, cuenta.
Las clases de Hernán Darío eran memorables. Él abría un espacio para hablar de cosas distintas a los temas que en ellas abordaba. A esa sección, incluso, le puso nombre, la llamó “Serlo y padecerlo” y luego "El break". Para él, la mediación humana es imprescindible y no será reemplazada nunca por la inteligencia artificial en la enseñanza. La cercanía y el afecto, tan necesarios, considera, nunca los va a reemplazar una máquina.
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Después de llegar de una jornada laboral, Lina María Gómez Echavarría contó en su casa, hace 25 años, “hoy conocí a un profe muy amable”, refiriéndose al docente Hernán Darío. Desde entonces admira su gran generosidad: “En las investigaciones siempre buscaba dejar rutas o caminos a seguir para que, a los que llegaran después, les fuera más fácil el andar”.
Es inquieto por el conocimiento, pero también por compartirlo. Creó varias metodologías, entre ellas, una para hacer balances y otra para la construcción de modelos semifísicos de base fenomenológica, que constituyen un legado a nivel de investigación, en especial para la que hace el Grupo de Investigación en Procesos Dinámicos - Kalman.
Más allá de su foco académico, “quienes hemos tenido el privilegio de aprender de él sabemos que no solo enseña modelos, metodologías, taxonomías, procedimientos, sino también a descubrir la belleza del conocimiento”, dice Diego Alejandro Muñoz, uno de sus exestudiantes y amigos desde hace más de 20 años.
Cuando lo conoció, la única información que tenía era que recientemente había regresado de Argentina, donde estudió su doctorado. Con el paso del tiempo supo de su entusiasmo por la profesión, pues cuenta que, si antes de ese momento tenía dudas de estudiar Ingeniería Química, fue gracias a él que logró convencerse de que había tomado una buena decisión y enamorarse del pregrado.
“Lo que hizo la diferencia fue la pasión del profesor Hernán por el conocimiento. Los sistemas de ecuaciones algebraicas tomaban una connotación distinta cuando los relacionaba con ejemplos de la vida real en aplicaciones de su paso por la industria y siempre mostrando la importancia de lo que enseñaba”, recuerda.
El profesor Hernán Darío no es nada acartonado, busca que la información trascienda lo técnico. Lina María rememora que, cuando las sesiones de trabajo del Grupo Kalman finalizaban, comían choripán. Ese era un momento para hablar más allá de las ecuaciones diferenciales. Difícil de olvidar, como, a lo mejor lo será para sus estudiantes. Las clases del profesor, menciona Diego, eran, en sus palabras, extraordinarias, rigurosas, fluidas, metódicas, didácticas y amenas.
Lina, la profesora y colega, rememora con orgullo que fue común que los graduandos lo eligieran como el mejor profesor de Ingeniería Química y el que más los impactó, lo que es una prueba de una labor docente que deja huella. El reconocimiento es, para él, un regalo y, para ellos, un legado, quizás el más importante: “Tocar su corazón”.
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El profesor Hernán Darío es amable y abierto a interactuar, a dejarse conocer. Diego Alejandro cuenta que, en clase, era común verlo cebando mate, con la calma que lo caracteriza, y que los almuerzos que tomaba en su casa, a pocos metros de la Facultad de Minas, incluían una copa de vino. Los estudiantes se daban cuenta de esos detalles que lo hacían más humano y más cercano.
Él, por ejemplo, admite que no iba a sus clases únicamente por la excelencia académica del docente, sino porque el profesor Hernán Darío les enseñó mucho más allá de eso: la paciencia, la empatía, la disciplina, el respeto, a ser curiosos y a tener sentido crítico.
“Hernán, más que un profesor, es un mentor, un guía, un amigo. Era quien nos recibía con una sonrisa, incluso en los momentos más difíciles, quien encontraba la manera de animar cuando sentíamos que la carrera nos sobrepasaba, que una simulación no corría, quien nos impulsaba a dar siempre un poco más, pero sin perder nunca la esencia de quiénes éramos nosotros”.
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El amor con el que hablan de él sus colegas y exestudiantes es el que el profesor Hernán Darío trabaja sin esfuerzo en cada área de su vida, porque traspasa las aulas y el hogar. A su esposa Cristina le escribe cartas desde que la conoció, textos que, cuando ella lee y relee, la impresionan por el cariño intacto. Cuando no tenían quien cuidara a su hija Andrea, él se la llevaba a la Universidad, a sus clases. Ella estuvo en muchas de las clases de sus cursos.
Dice también Cristina que, cuando recién lo conoció, él fue su tutor de química, física y trigonometría, ahora lo considera su maestro de vida: “No conozco a un ser más generoso que él. Siempre antepone los intereses de los demás a los suyos. Es la persona más carismática, colaboradora, inteligente, responsable, puntual, respetuosa, amorosa que yo he visto en toda mi vida”.
Se siente orgullosa del cariño y la admiración que le profesan a su esposo. Tanto que dice, entre risas, que es un verdadero influencer y que lo único que le falta es “montar una iglesia, porque él no tiene alumnos, sino seguidores y apóstoles”.
Los aportes que aquí se destacan son parte de las intervenciones que se hicieron durante “La última clase”, iniciativa de la Facultad de Minas para despedir y homenajear a los docentes que se jubilan.
(FIN/KGG)
21 de abril de 2025