Ante la falta de laboratorios, el ritmo y la cadencia fueron excusas para dar a conocer las fases de ese proceso celular a estudiantes de grado sexto, de un colegio en el barrio Manrique de Medellín. El artífice de la estrategia pedagógica es Mauricio Cruz Rivera, magíster en Enseñanza de las Ciencias Exactas y Naturales de la UNAL Medellín.
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Se enamoró de la complejidad de lo sencillo. Una gota de agua le bastó para dejarse atrapar por el interés de entender la vida y decidió que a eso dedicaría la suya. Tan solo esa gota de agua le permitió conocer la Elodea, una Euglena y un Paramecio. La primera una planta acuática y los dos últimos, organismos unicelulares.
Mauricio Cruz Rivera estaba en sexto grado en el Inem José Félix de Restrepo, en un laboratorio observando por un microscopio, como sus demás compañeros. Desde ese momento, dice, “mi vida cambió por completo, porque era vida de barrio, de camaján”.
Su infancia transcurrió en Manrique. Después, algunos de sus amigos ingresaron a bandas delincuenciales y él, a la Universidad de Antioquia a estudiar Biología. Ahora, siendo un adulto, todavía se acuerda de su número de carnet. Comenzó a trabajar como profesor sin haber terminado la carrera y desde entonces quiso devolverle a su comunidad el entusiasmo que él mismo sintió por la ciencia, pero lo reafirmó años después mientras dictaba clase y escuchó a dos estudiantes conversar sobre armas.
No atisbó más que a decir que sus clases, desde ese día, iniciarían leyendo poesía, tal vez como una manera de apaciguar la situación, pero después supo que se trató de una herramienta para fomentar la sensibilidad que se requiere para generar interés por la ciencia. El profesor Mapo, como le dicen sus estudiantes, es sin duda particular.
Cuando cursaba el pregrado los compañeros no le “decían montañero, sino folclórico”. Mauricio, muchos años después, se lo tomó muy literal. La tesis de la maestría en Enseñanza de las Ciencias Exactas y Naturales que estudió en la UNAL Medellín, consistió en una propuesta pedagógica para explicar la Teoría celular.
Partió de su experiencia de trabajo en la Institución Educativa José María Bravo Márquez, ubicada en el barrio Manrique. Es un colegio sin laboratorios ni microscopios que son esas ventanas para ver el micro mundo y a la célula, la unidad más pequeña y básica de todos los seres vivos. La carencia alejaba a los estudiantes de la posibilidad de una experiencia como la que él tuvo con la Elodea, la Euglena y el Paramecio. Y no quería que se perdieran de eso.
“Yo me rascaba la cabeza y pensaba: qué voy a enseñar y cómo diablos”, recuerda. Una fortaleza distinta sí tenía el colegio: las artes. En un barrio tanguero como Manrique, la danza sería su guía, pero con ritmos nacionales.
“Si imaginamos al grupo en el que se imparte la clase como una célula, la mitocondria sería la que suministra energía, el núcleo sería el encargado de controlar todas las actividades que tengan lugar en la célula, la vacuola almacenaría sustancias, los lisosomas realizarían la digestión”, se lee en la tesis de Mauricio.
La mitosis es el proceso de división de las células somáticas, que son todas las del cuerpo a excepción de los espermatozoides y los óvulos. “Una célula con 46 cromosomas da origen a dos células hijas con la misma información genética almacenada en el mismo número de cromosomas”. explica.
El proceso tiene cuatro fases. En la Profase el ADN se condensa formando los cromosomas. En la Metafase, si imaginamos la célula como un globo terráqueo, estos se ubican en la Línea Ecuatorial para luego migrar a los polos en la Anafase y finalmente, en la Telofase, la célula se divide en dos más pequeñas, pero con la misma información genética.
Se abre el telón
Un día en la cancha de la Institución Educativa José María Bravo Márquez, al caer la tarde, los espectadores, un grupo de padres de familia, presenciaron el espectáculo. “Bieeenvenidos al Muuusical de la Mitooosis. Desde Broadway, Manrique, las coreografías. Con ustedes, el grupo sexto uno”, anunciaba el presentador. En total fueron seis equipos.
“Ven a bailar, ven a gozar, el baile de la Mitosis va a comenzar. Ven a bailar, ven a gozar el baile de la Mitosis va a comenzar (...) Los pasitos son cuatro y te los vamos a enseñar: un pasito para adelante, un pasito para atrás. Y lo llamaremos el pmat, pmat, pmat”, cantaba una papayera antes de iniciar las coreografías.
La cancha del colegio se convirtió en una fiesta cuando sonó el mapalé, y entonces su fuerza y alegría impulsaron los movimientos de los danzantes, que por grupos se ubicaron en la posición correspondiente a la Profase: unos quietos en círculo, simulando la membrana celular y rodeando a quienes representaban los cromosomas, que bailaban “apeñuscados en el centro”, ilustra Mauricio.
El momento de la dispersión para la Metafase llegó con los sonidos de la cumbia. “Turu-ru-ruru, tu-ru-rú”, tararea Mauricio. Los ‘cromosomas’ se ubicaron unos frente a otros, muy cercanos, en dos líneas rectas.
Cuando se escuchó el clarinete y el coro de “La vamo´a tumbá”, la canción compuesta por el chocoano Octavio Panesso, ellos avanzaron hacia los extremos hasta separarse, pero conservando las rayas verticales. Así representaron la Anafase.
“Túmbala, túmbala, pero que túmbala”, canta Mauricio. Se desplazaron moviendo las caderas para ubicarse en posición de Anafase, y en las mismas líneas, separarse hasta llegar a los extremos. Se supo que el final pronto llegaría cuando se escuchó a Laurita la metalera, no una estudiante, sino la canción de la carranga de Los Carrangomelos, que les indicó el momento de dividirse en la Telofase para formar dos células, con sus respectivos cromosomas.
Aplausos al profesor
La creatividad de Mauricio se hizo efectiva, de alguna manera, gracias a un desafío que le puso Camilo Alejandro Cruz Arroyave, su hijo mayor y colega, quien también es biólogo. Él recuerda: “alguna vez estábamos hablando, le estaba contando cómo me estaba yendo y en forma de broma le dije que ¿pa’ cuándo la maestría pues? (risas). Vea que ya voy a terminar y lo voy a alcanzar. Eso le quedó sonando y se inscribió en la Maestría”
“Era hasta chistoso. A veces parecíamos niños compitiendo por las mejores notas. Se volvió una dinámica bastante divertida entre los dos. El hecho que nos desvelábamos juntos haciendo trabajos nos volvió más unidos y nos puso más temas de conversación en común”, agrega.
Mauricio es jocoso, amable y disfruta la poesía de Walt Whitman. De él Jorge Alejandro Ortiz Giraldo, el director de la tesis, dice que es bohemio, que tiene un poco de loco y de cuerdo. Su trabajo “es interesante porque implica una propuesta lúdica mediante la cual el estudiante logra mejor interacción con el conocimiento. Sobre todo, rompe con la idea de que las ciencias naturales y específicamente lo concerniente a la biología, puede ser aburrido o en lo que aparentemente no vale la pena aprender”.
“Le pone gran amor a su labor. Es de rescatarlo porque hoy en la educación hacen falta propuestas diferentes, innovadoras, que hagan enamorar del conocimiento a los estudiantes”, añade.
Camilo también se siente orgulloso de él, y ese sentimiento lo quiere seguir alimentando porque cree que “algo similar va a pasar cuando entre a la maestría, mi papá no va a querer quedarse atrás y lo más probable es que se meta al doctorado (risas)”. Según su hijo, Mauricio es sagaz, pues identificó que a algunos estudiantes no les gusta bailar y con ellos aplicó un método basado en el cómic. A él lo quieren los estudiantes y seguramente el Baile de Broadway de la Mitosis pondrá al profesor aún más en sus memorias.
Parece que la particularidad y la creatividad de Mauricio ha tenido influencia en algunos de sus alumnos de la Institución Educativa San Francisco de Asís, donde trabajó en el pasado. Él mismo lo cuenta: “me sacaron una canción en versión de La Quemona y es: hágale Mapito, dele sin parar, dele como perro que la ciencia va a comenzar. Enseñanos, Mapo, enseñanos. Ay, ay, qué rica la ciencia”.
Y eso es lo que él espera y para lo que trabaja: para que la gente pueda disfrutarla.
(FIN/KGG)
28 de septiembre de 2020