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El estudio se hizo en el Laboratorio de Modelación Animal (LAMA) de la UNAL Medellín. Foto: Unimedios.

 

En Colombia las rayas de río son de interés ornamental y de exportación, pero hasta hace poco no se habían identificado criterios para su adecuada tenencia y manejo. Mediante un estudio el biólogo marino y magíster en Ciencias Agrarias de la UNAL Medellín, José Gabriel Pérez Rojas, estableció recomendaciones. 

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La tarea que José Gabriel Pérez Rojas ejerció durante más de dos años se asemeja mucho a la de una niñera, pero —a la vez— dista de eso. No cuidó infantes —específicamente— pero sí a 12 rayas de río adultas y confinadas, a las que monitoreó con fines científicos: caracterizarlas y hacer una aproximación a la implementación del bienestar animal para la tenencia de esta especie en cautiverio. 

La raya de río (Potamotrygon magdalenae) se distribuye en las cuencas de los ríos Cauca y Magdalena, mide máximo 41 cm de ancho de disco, puede llegar a pesar hasta 6kg y es la única especie de rayas de agua dulce que se distribuye —de forma natural—en áreas específicas de Colombia, lo que quiere decir que es endémica. 

Por esto, las presiones pesqueras, antrópicas sobre su hábitat natural y el escaso conocimiento de su biología, fue catalogada como de prioridad “muy alta” en el Plan de Acción Nacional para la Conservación y Manejo de Tiburones, Rayas y Quimeras.

Las rayas de río son de interés ornamental. Según el Instituto Alexander Von Humboldt, Colombia es uno de los principales países exportadores de rayas, actividad que representa una importante fuente de ingresos para comunidades indígenas y rurales.

Sin embargo, indica que “su aprovechamiento se ha venido realizando sin ningún criterio técnico apropiado, que garantice la sostenibilidad de la actividad y de las poblaciones. A esto se suma, la ausencia de información biológica, pesquera y poblacional para las especies”.

Las rayas de río son apetecidas para acuarios y se venden en tiendas de mascotas. José Gabriel refiere que, en la cadena comercial de esta especie de pez, se han registrado tasas de mortalidad que oscilan entre el 20 y el 80%.

El dato le resonó y para generar información emprendió una investigación académica —junto con la Fundación Squalus (Fundación Colombiana para la Investigación y Conservación de Tiburones y Rayas)— a través de la cual entrega herramientas a acuaristas para evaluar el bienestar de sus animales en cautiverio.

Tras conocer la información supo que se debe “trabajar para disminuir esa tasa de mortalidad, porque todos los animales de esta especie que entran a cadenas comerciales vienen de vida silvestre, no de zoocría. Lo que está pasando es que, por ejemplo, de 100 que se sacan, sobreviven 20. Eso es muy poco. Si sigue aumentando la demanda mayor va a ser el impacto”, explica.

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Para cuidar y monitorear a las rayas no usó una única fórmula, sino que empleó tres sistemas. Uno de ellos fue el de recirculación de agua y filtrado de desechos orgánicos que se construyó en el Campus del Río de la Sede, el cual permitió el tratamiento físico y químico del agua.

Las ubicó en cuatro tanques de 500 litros. En cada uno dispuso a dos hembras y a un macho. El objetivo: tener claridad sobre los padres de las crías. A todas las proveyó de alimento, de la cantidad de oxígeno necesaria y de la temperatura óptima —entre 28 y 30°C—. Cada 15 días les hizo monitoreo de temperatura, pH y porcentaje de oxígeno disuelto.

Tuvo en cuenta las condiciones físicas, fisiológicas y de comportamiento. La labor de José Gabriel —además de los cuidados de niñero— se podría decir que incluyó también las de enfermero, pues estuvo pendiente de que las rayas de río tuvieran una adecuada condición corporal, sin heridas ni parásitos externos.
Debió cerciorarse también del estado de salud de ellas, por lo que les practicaron exámenes de sangre de los cuales se hicieron conteos celulares, de glóbulos rojos y blancos.

Para evaluar el sistema inmunológico se les midió glucosa, triglicéridos y proteínas totales. Cuenta que “es básicamente lo mismo que se hace con humanos o con otras especies animales para evaluar las condiciones generales de salud”.

Él hizo algo más novedoso: describir el comportamiento de la especie en cautiverio. Fue —de hecho— la primera vez que se realizó algo así en el país a nivel de investigación. Aplicó un test para identificar las preferencias entre tres tipos de alimento, sustrato y refugio.

En particular, las rayas de río en confinamiento —gracias a las que desarrolló el estudio— optaron por lombrices californianas, lo que amplía el conocimiento sobre su alimentación, pues esta especie de pez es entomófaga, lo que quiere decir que comen —principalmente— larvas de insectos.

“Eso es algo importante —sobre todo— en estadíos de aclimatación al cautiverio. Muchas veces recién llegan a él, los propietarios quieren darles concentrado para peces u otras dietas, pero es importante que se utilicen insectos para que la transición sea más fácil en esta especie”, afirma.

En cuanto a las condiciones del acuario agrega que las rayas de río se inclinaron más por la presencia de sustrato, específicamente el de arena fina. Esto, explica, “tiene mucha relación con sus ambientes naturales, porque esta especie habita normalmente fondos con mucho lodo o barro y se entierran en él”.

Algunos indicadores de comportamiento los conoció luego de pasar horas frente a una pantalla —con algunas colaboradoras— “viendo animales quietos” en videos, como lo narra en su tesis de maestría. Para monitorearlas utilizó cámaras IP.

En general, la evaluación que realizó José Gabriel es un primer paso para aplicar una serie de recomendaciones en casos en los que la especie esté en cautiverio. Constituye, además, un punto de partida para hacer investigación en acuarios públicos y privados.

El estudio lo desarrolló en el Laboratorio de Modelación Animal (LAMA) bajo la dirección de la profesora Sandra Clemencia Pardo Carrasco y la codirección del docente Ariel Tarazona, ambos del Departamento de Producción Animal de la Facultad de Ciencias Agrarias.

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Si bien depende de las circunstancias —y aunque en ocasiones puede ser un mecanismo de supervivencia— se dice que la reproducción es uno de los mayores índices de bienestar en un animal, “porque significa que todas sus demás necesidades están cubiertas”, dice José Gabriel.

Las rayas de río no ponen huevos, sino que desarrollan sus crías dentro del útero. Durante el tiempo en el que desarrolló la investigación se reprodujeron las rayas que estudiaba, lo que es muestra de un proceso exitoso.

El hecho es importante y sin precedentes, como él lo cuenta, pues “en Colombia no se había reportado la reproducción de esa especie en cautiverio hasta ese momento”. Lo dice desde el punto de vista científico, pues pudo haberse dado antes en un contexto no académico, y el hecho de que no se haya comunicado no quiere decir que no haya sucedido.

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José Gabriel estudia las rayas por coincidencia. Su interés y conocimiento estuvo antes enfocado en los tiburones. No obstante, no ha bifurcado del todo su camino, pues ambas especies tienen cercanía desde el punto de vista evolutivo; son algo así como primas.

A él le han preguntado —varias veces— que, como biólogo marino dedicado al estudio de tiburones y rayas, por qué estudió una maestría en Ciencias Agrarias. Sabe que el cuestionamiento se lo hacían desde una perspectiva limitada, porque cree en la interdisciplinariedad.

Para él fue “una bella oportunidad”, porque el bienestar animal, aunque ha avanzado en especies silvestres, aún no está bien consolidado para ellas. Su tarea fue —precisamente— aportar para proponer mejores y más completas evaluaciones en ciertos escenarios.

José Gabriel no conoció el mar siendo niño, pero siempre sintió fascinación por él, o mejor, como lo describe, una “conexión con ese ambiente”. Hizo su primer curso de buceo en 2005, cuando era un colegial y tenía 16 años.

Para certificarse viajó a una isla exuberante del Pacífico colombiano. “En ese momento eran 12 horas en barco. Uno salía a las 6:00 de la tarde de Buenaventura y a las 6:00 de la mañana estaba en Gorgona. Me acuerdo salir del camarote y ver ese paraíso, además de toda la historia que tiene. Eso me cautivó”.

La Isla, dice, es uno de sus lugares favoritos no solo porque ahí ha interactuado con los animales, sino también porque ha ligado parte de su experiencia laboral a ese sitio.

Es claro que la relación de él tanto con las rayas como con los tiburones es de amor, y parece que su trabajo ha sido transmitirlo —sin ser su propósito directamente—. De eso también hay constancia en su tesis, en la que cuenta que varios compañeros lo vieron “llegar con peces extraños y con el tiempo se dejaron contagiar por el cariño por estos animales”.

 

(FIN/KGG)

13 de octubre de 2020