Escudo de la República de Colombia
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Gonzalo Fernández de Oviedo llegó a considerar que la piña tenía “El principado de las frutas”. Foto: cortesía Kelly Johanna López.

 

Entre 1535 y 1570 el Imperio Hispánico envió a territorio americano investigadores en búsqueda de plantas medicinales, sobre todo. A lo largo del siglo XVI se tejieron rechazos y se exacerbaron los privilegios expresados en el interés botánico y medicinal. Este proceso puede servir como una suerte de moraleja para comprender situaciones que aún se experimentan en la sociedad a nivel social y cultural.

El rechazo y las preferencias ligadas a los privilegios los seguimos adoptando como sociedad, incluso en la alimentación. Esto ha sucedido a lo largo de varios siglos con el uso y el consumo de plantas americanas, según una investigación que explora el rol que tuvieron el gusto, la necesidad y la jerarquía en las historias naturales sobre el Nuevo Mundo entre 1535 y 1570.

Son dos líneas: por un lado, la historia de la alimentación y, por el otro, la de la ciencia o, específicamente, de la medicina, las que posibilitan, a grandes rasgos, el análisis del tema. Pero a Kelly Johanna López Roldán, estudiante de la Maestría en Historia de la Facultad de Ciencias Humanas y Económicas de la UNAL Medellín, no le interesó remarcar esa división, sino entender cómo fueron las descripciones que se hicieron sobre la naturaleza durante ese periodo, así como lo que se decía entonces acerca de las experiencias de quienes estuvieron en América a mediados del siglo XVI.

Se propuso llenar el vacío que identificó con respecto a la información histórica referida al gusto, necesidad y jerarquía en el uso de plantas americanas durante el primer siglo de la conquista española. Encontró que en el proceso de conocimiento y adaptación a la naturaleza del Nuevo Mundo, los europeos que llegaron al Caribe colombiano no encontraron plantas similares a las que ellos conocían.

Quedó consignado en gran parte de la literatura anterior a 1570, ya que a partir de este momento el Imperio Hispánico comenzó a recopilar información sobre plantas americanas, especialmente medicinales. Cuenta la investigadora que para entonces la Corona envió al protomédico Francisco Hernández al Virreinato de Nueva España, al tiempo que el Consejo de Indias solicitó a los asentamientos españoles enviar relaciones geográficas a través de un cuestionario de 50 preguntas entre las que había algunas que indagaban por plantas medicinales.

En sus crónicas de Gonzalo Fernández de Oviedo, oficial real y cronista, quien desarrolló su obra entre 1526 y la década de los años 30, hizo énfasis en el sabor de los alimentos, dejó constancia de los que le gustaron y los que no, de la textura de lo que observó.

Llegó a indicar, señala López Roldán, que la piña tenía el “principado de las frutas, y que sería bueno que en España se cultivara”. Para la investigadora, ahí está la idea de resaltar unos alimentos, rechazar otros o determinadas formas de preparación. Otro caso es el de la yuca y la receta del casabe, una especie de pan, que “para los esclavos era más seco y grueso, y para los cristianos, más delgado”, dice.

Otra fuente en su análisis fue Viaje y descripción de las Indias 1539-1553 de Galeotto Cei, un comerciante procedente de Florencia, Italia. Cei, añade la estudiante de Maestría en Historia, relataba su experiencia desde un punto de vista de una situación límite, la de aquellos conquistadores que fracasaron en sus intentos de obtener oro y terminaron buscando qué comer y, por ende, robándole maíz a los indígenas.

En sus relatos no se podían hacer distinciones como las que hacía Fernández de Oviedo, que podía decir: “esta me gusta y esta no”, refiere la investigadora. Había, por otra parte, un interés en hablar de los elementos rituales como el tabaco o el yopo, por ejemplo, algo que utilizan los indígenas como parte de su cultura.

Al hablar de estas plantas aparece un problema interesante en tanto es contradictorio. La investigadora lo ejemplifica con el tabaco, que es una muestra de “cómo en principio los europeos lo rechazaban por creer que estaba mal, que alteraban los sentidos y, entonces, lo veían como algo ‘salvaje’, algo que no debía adoptar un español si quería seguir siendo cristiano”. La literatura, agrega, muestra que al pasar un siglo, aproximadamente, los españoles empezaron a aceptarlo y a utilizarlo.

El análisis se valió también de los testimonios de Tomás López Medel, un oidor de la Real Audiencia de Santafé de Bogotá, el más alto tribunal de la Corona española en el Nuevo Reino de Granada. López Medel hizo referencia a pocas plantas y de forma esquemática, lo que le permitió centrarse en el abordaje que el autor realizó acerca de los elementos de la naturaleza organizados de manera jerárquica, que tal vez hizo parte de una manera de ver el mundo.

Según la estudiante de Maestría en Historia: “la tierra está en el lugar más bajo, luego aparece el agua y después el aire”. Y narra un detalle: “pude notar que él copiaba, prácticamente, las descripciones de un médico (y botánico) español llamado Nicolás Monardes, quien publicó un tratado que terminaría siendo muy famoso en ambos lados del Atlántico”.

Ocultamiento de los saberes

En la segunda mitad del siglo XVI se llevaron a cabo campañas de extirpación de las idolatrías, es decir, la eliminación de las creencias indígenas en América que hizo la Iglesia católica durante la colonización. Se convirtió en una paradoja o conflicto en la medida en que si se les quitaba ese saber de la botánica a los chamanes o líderes espirituales indígenas, se perdía también el conocimiento sobre varias medicinas.

“Si las personas que hacían las curaciones dejaban de estar en una posición de poder y les prohibían seguir aprendiendo este tipo de prácticas, se perdía el conocimiento. Además, había cierto secretismo por parte de los indígenas, y estos personajes (los autores de las obras que estudió) lo narran”, dice.

La investigadora vuelve a Fernández de Oviedo para citar el ejemplo del chocolate, pues al hablar de su consumo por parte de la élite indígena en Nicaragua, el cronista hizo de ellos una descripción “muy dura, porque los indígenas le echaban bija o achiote (Bixa Orellana), por lo que el cacao quedaba con un aspecto similar al de la sangre, entonces decía que era horrible verlos así. Curiosamente no describió a qué sabía el chocolate, pero sí hablaba de los beneficios que tenía como ungüento”.

Lo que pasó hace cinco siglos no dista mucho de lo que ocurre en la actualidad, y cree en que la motivación de la investigación radica en lo importante que fue para ella mostrar, a través de este ejercicio académico: “qué hay detrás de las clasificaciones en un momento determinado, porque las percepciones sobre la naturaleza cambian y se trata es de preguntarse por qué, y eso revela otros problemas”.

Ahora en los supermercados se ofertan productos globalizados como el tabaco o el aguacate —que en la actualidad está en furor—, pero hay otros que no se encuentran porque no se vuelven a usar o porque las prácticas culinarias en torno a ellos se han perdido, refiere la investigadora, y eso también deja una enseñanza.

Considera que “hace parte de las formas de ver el mundo, de lo que las sociedades pueden y deben propagar en la relación con la naturaleza: no simplemente está ahí sino que la agricultura permite la idea de reproducir lo que nos gusta o favorecer que ciertas semillas se siembren y otras no. Esto depende de decisiones políticas que tienen motivaciones en asuntos culturales y que tienen implicaciones diferentes para los grupos sociales”.

(FIN/KGG)

1 de febrero de 2021