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El pintor Leonid Pasternak le hizo a Rilk este cuadro durante el primer viaje del poeta a Rusia. Imagen: tomada de bit.ly/2NhtbB0

 

La obra del poeta y austriaco Rainer Maria Rilke, principalmente El libro de las horas y Elegías del Duino, media una aproximación estético-literaria de la soledad como parte de una tesis de Maestría en Estética de la UNAL Medellín. El análisis, según el documento, hace constar que “la travesía del poeta” constituye una “reinvención de imágenes de la soledad en virtud de una relación otra con la palabra”.

Más solos ahora, unos de otros necesitados del todo, sin conocernos unos a otros, ya no seguimos los senderos como bellos meandros sino en línea recta. Sólo en las calderas siguen ardiendo los fuegos de antaño y se levantan los martillos, siempre más grandes. Pero nosotros perdemos fuerza1.

Ausencia del otro, eso dicen los diccionarios sobre la soledad. El significado, empero, es mucho más profundo de lo que pueden definir aquellos libros de consulta, por lo menos desde la óptica y la sensibilidad de la poesía.

Santiago Betancur Zapata, politólogo y magíster en Estética de la Facultad de Ciencias Humanas y Económicas de la UNAL Medellín exploró la soledad a través de otro: Rainer Maria Rilke, “una de las encarnaciones de la poesía en alguien que supo hacer del poema un cobijo, una luz nueva, un egoísmo y una herramienta para alcanzar un mecenazgo”, dice sobre él Antonio Lucas en Elmundo.es.

Al aproximarse a Rilke la noción común de la soledad como carencia del otro se deconstruye, cuenta el investigador. En el primer periodo poético del autor piensa que es un medio de evolución humana y que los grandes constructores de la civilización han sido todos unos solitarios. Lo cuenta en Diarios de juventud.

Es normal que para entonces alguien como Rilke, un joven de 25 años con aspiraciones literarias, encontrara en esa gran figura del hombre una forma de entender la soledad, que comprendía como la forma de perfeccionar el comportamiento humano, pero también como la única posibilidad de aproximarse a la literatura y a la poesía. “Desde ahí ya desestima la carencia del otro”, llama la atención Santiago.

Para que el espacio pudiera completarse, colocaste la voz por delante de ti; para ti era la Nada como herida.
Entre nosotros ahora, suavemente se cura1.

Más tarde, un año después aproximadamente, en la obra de Rilke dejó de tener esa gran figura del hombre al que vanaglorió y que también perdío protagonismo en las obras del pintor paisajista ruso Fyodor Vasilyev —su artista predilecto—, cuyos cuadros observó el poeta durante un viaje a Rusia, a partir de lo que construyó otra versión de la soledad: la nada como herida.

En su nueva concepción de soledad “ya no está el que se busca a sí mismo para perfeccionarse sino aquel que tiene que encontrar lo que se le ha perdido perdiéndose. Es el que descubre que la soledad no es una carencia del otro sino de sí mismo, de lo cual no puede obtener más que las coordenadas de un eterno extravío”, expone el investigador. “No es que estemos sin el otro, es que es imposible estar plenamente en el presente. Es eso un poco lo que nos dice Rilke”, agrega.

Compartir la soledad

En otra parte de la obra de Rilke, en Cartas de un joven poeta, aparece un concepto, que es la primera aproximación de Soledades vecinas —la tesis de Santiago—, pues el poeta dice que la única posibilidad de convivir con alguien más en términos amorosos es la de tener una vecindad de soledades. El autor, en ese primer momento, lo dice de forma clara, según el investigador: es imposible tener una comunicación plena o una sintonía exacta con el otro. Lo máximo a lo que podemos aspirar, dice, es a compartir la soledad.

“Solamente somos capaces de aproximarnos al otro en la medida en que logremos soportar su lejanía”, dice Santiago, y añade que, como lo explica Rilke, “no obtenemos del otro nunca una facilidad, no hace más sencilla la dificultad de entender que existimos, que somos finitos”.

Para Rilke eso fue un problema, porque entre más se intensifica la conciencia de la finitud, no solo resulta más doloroso aceptar la propia soledad sino todas las cosas que se aman en la exterioridad: esas personas que nos acompañan en esta travesía también están siendo devoradas por el paso del tiempo, refiere Santiago. Ese dolor, asegura, debe ser en principio la clave para tratar de aproximarse al otro.

Así es mi día de trabajo sobre el que, como un cuenco, está mi sombra.
Y aunque soy como barro y hojarasca oigo a todos en mi interior, andar, y mis soledades ensancho desde un principio al otro1.

Cuestionamiento del Yo

Nada tiene que ver la investigación con la situación por la pandemia, pero durante ella ha quedado demostrada la generalizada incapacidad de relacionarnos con nuestra solitud, y entonces la soledad se vuelve amenazante e incómoda.

Aquello —es probable—puede traer a colación el cuestionamiento del Yo, pero también la obra de Rilke, el autor que no dejó indiferente a ningún pensador del siglo XX, cuya pregunta fundamental fue ¿qué es el hombre, cómo puede lidiar con su finitud?

La soledad vista desde la carencia de sí mismo muestra que el otro es la exigencia más difícil de todas, manifiesta Santiago: “si no podemos recuperar nuestra propia experiencia en la palabra, ahora cómo podemos rescatar ese contacto con el otro. En ese sentido lo que nos da a entender Rilke es que el otro no es algo que podamos reducir o con lo que nos podamos sintonizar, sino con el que hay una lejanía inmensa”.

La inquietud por el Yo también se manifiesta en la acción de escribir. Santiago expresa que, con respecto a ella el autor es otro, pues quien habla no es el Yo propio, sino una especie de extraño. Argumenta que aunque se conserva algo de quien escribe, lo que se cree fundamental desaparece. “Es curioso, porque la única manera en que pertenecemos a la escritura es el tono y el estilo”, complementa.

La poesía como huella

Santiago suele mirar a sus costados y tomarse tiempo para pensar las respuestas a las preguntas que se le hacen. Justificar el porqué de la poesía para guiar la tesis, sin embargo, le es tan claro que le ocupa pocos segundos responder, y lo hace —también—desde un pensamiento del otro, este es el escritor francés Maurice Blanchot, para quien aprender a investigar desde la poesía es acostumbrarse a mostrar huellas, no a inventar pruebas.

En la poesía también hay cabida para pensar el Yo, que según el investigador no se puede afincar en el presente, no es algo determinado, cerrado, ni acabado: “es todo el tiempo una especie de efecto que visto desde cierta óptica permite soñar”, la perspectiva misma del género lírico.

Soledades vecinas es una oportunidad para la reflexión, Santiago no se compromete con definirla como un instrumento para comentar sobre poesía, teniendo en cuenta que “es lo más difícil, dado que no se deja reducir a información explícita”.

Precisa en pensar que le parece muy bello lo que hace el poeta, “que es hacer sensible el abismo en el que estamos suspendidos, no para representarlo, sino que lo hace existir a través de la materialidad, que son las palabras”. O incluso, para abrir camino cuando se cree que este se ha cerrado. Y se puede comprobar, afirma, pues un mismo poema no se lee ni se interpreta igual dos veces.

Introspección

El investigador conoció a Rilke gracias a Cartas de un joven poeta en una clase de Literatura antes de cursar la maestría. Para entonces lo consideraba como un autor más. Lo descubrió en un curso de Blanchot cuando leyó su obra El espacio literario, donde él nombra al poeta austriaco. “Le heredé un poco el interés”, cuenta.

Cuando Santiago habla se va por las ramas, como reconoce, y fue gracias a ese modus operandi que conoció lo que regiría su indagación por la soledad a partir de la academia, aunque procuró hacerlo desde el ser humano y de sí mismo.

Únicamente fue un intento que tuvo su base en la responsabilidad de producir un “objeto” para su tesis y él no estaba acostumbrado a eso: “evidentemente uno tiene unas aspiraciones muy ingenuas y hasta cierto punto infantiles por querer descubrir cuál es el fondo del ser o de los sueños”, dice Santiago. La profesora María Cecilia Salas Guerra fue quien le sugirió inclinarse por un autor o un concepto. Él, que se considera a sí mismo un solitario, no pudo haber elegido otro tema que la soledad.

1 Fragmentos de la obra de Rilke.

(FIN/KGG)

15 de febrero de 2021