Integrantes del Grupo de investigación Energía, Medio Ambiente, Arquitectura y Tecnología (EMAT) de la Facultad de Arquitectura desarrollaron un estudio que servirá de insumo para la preparación del regreso total de estudiantes a las aulas, donde se debe garantizar la ventilación adecuada. Se han implementado estrategias correctivas y adaptativas.
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A partir de datos obtenidos de estaciones meteorológicas del Sistema de Alerta Temprana de Medellín y el Valle de Aburrá (Siata) y correspondientes al 2014, las estudiantes de Arquitectura Angie Katherine Vargas Bustos, Angie Daniela Gómez Galvis y Carolina Jaramillo Perdomo, identificaron indicios de la dirección de llegada de los vientos a los campus El Volador y Robledo.
El profesor Ader García Cardona, de la Escuela de Arquitectura y director de EMAT explica que: “La lógica diría que el Campus El Volador tiene incidencia de vientos desde el norte por los alisios. Sin embargo, la lectura desde un lugar más próximo nos dio pistas muy interesantes: el edificio de la Fiscalía y el intercambio vial de la plomada cambiaron el régimen de la dirección, entonces ahora van desde el noreste”.
Otros datos indicaron que los vientos, ocasionalmente, también pueden provenir del oriente o del sur, dependiendo de la época del año. En ese sentido, cuenta, “en octubre es probable que las ventanas que se abran para ventilar al norte no funcionen como se creería”, asegura.
Una de las principales instrucciones en época de pandemia por covid-19 para mitigar el riesgo de contagio de la enfermedad es abrir las ventanas para ventilar áreas de permanencia. La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha planteado: “Cuando se encuentre en un espacio interior con otras personas, abra las ventanas o las puertas siempre que sea posible. Por ejemplo, intente generar una corriente de aire a fin de que el aire proveniente de una ventana se desplace por la habitación y salga por otra ventana”.
La recomendación la han hecho también entidades sanitarias como el Ministerio de Salud y Protección Social, en Colombia, e incluso el Ministerio de Educación. Sin embargo, no han estipulado cuál es la forma adecuada de generar ventilación natural en las aulas, un asunto que no es tan simple y que tiene su ciencia.
El viento, explica el profesor García Cardona, tiene variables ambientales complejas: depende de la hora del día, de la posición del sol, las construcciones vecinas o de la altura de los espacios, pues “no es igual un aula en un primer piso que en un segundo”, expone. En ese sentido, explica, que las soluciones para propender por una ventilación óptima no es cuestión de infraestructuras o intervenciones elaboradas sino “de sentido común”. No es, entonces, tan simple como abrir las ventanas. En algunos lugares, al hacerlo podría entrar ruido o smog que inhibirían el confort, por citar algunos ejemplos.
Medidas
La investigación comenzó hace unos seis meses luego de reuniones técnicas con la Dirección de Sostenibilidad y Gestión Logística, cuando el profesor García Cardona sugirió estudios de diagramas de flujo para identificar cómo circula el aire por las aulas y, de esa manera, establecer cuáles son las zonas que están bien y mal ventiladas de acuerdo a las condiciones ambientales y físicas existentes en los campus El Volador y Robledo.
Para el análisis se procesaron los planos arquitectónicos en dos softwares, uno que genera maquetas en 3D y otro que modela la dirección del viento.
Los rangos con los que trabajó el equipo oscilaron entre 0,4 metros por segundo (m/s) —si es menor señala que no hay viento— y 0,6 (m/s) —de ser mayor la velocidad de él podría levantar hojas de los escritorios, por ejemplo—.
Los resultados del análisis arrojaron que la Biblioteca Efe Gómez tenía condición de vientos por debajo de 0,25 m/s, lo que es una velocidad baja y con una distribución heterogénea por sus espacios interiores. “La virtud del trabajo que estamos haciendo es decir por dónde pasa”, destaca el docente.
En ese sitio, por ejemplo, se han realizado intervenciones sencillas como desmontar vidrios y reemplazarlos por materiales microperforados que dejan pasar el viento, similares al cedazo. En otras aulas se han invertido o variado la ubicación de los escritorios o en los sitios que son muy cerrados se han instalado ventiladores. Los bloques con mejor ventilación que se han identificado son el 12 y el 24.
Una idea con origen en las motivaciones
Cuando surgió la pandemia la estudiante Vargas Bustos se interesó en realizar un estudio relacionado con el viento, a partir de la directriz del distanciamiento social de 2 metros recomendado para evitar la propagación del virus SARS-CoV-2 que genera la covid-19. Sin embargo, no lo pudo llevar a cabo.
Otro antecedente que motivó el estudio fue una investigación que el Grupo EMAT realizó hace unos siete años y que presentó en un evento académico internacional. En ella se propuso programar clases a partir de la medición de condiciones ambientales de los salones: iluminación, ruido y viento.
“Ese trabajo se quedó en semillita, y qué bueno sería que a uno le dijeran cuáles aulas pueden ser utilizadas en la mañana y en la tarde, cuáles son silenciosas para leer, o para taller. Sería muy bacano porque se podría tener un sello ambiental. Se nos quedó en la cabeza la programación académica versus la ambiental. Ahora la covid-19 nos volvió a mostrar la pertinencia, pero solo desde los vientos”, destaca.
El profesor considera que el estudio que se realiza actualmente, y que finaliza en diciembre, “es un buen piloto” para avanzar hacia la posibilidad de planificar las aulas de acuerdo a las condiciones ambientales.
(FIN/KGG)
25 de octubre de 2021