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La primera Feria de las Flores que se realizó en Medellín fue el 1 de mayo de 1957, por ser el mes asignado a las flores, bajo la iniciativa de Arturo Uribe, miembro por aquella época de la Junta de la Oficina de Fomento y Turismo. Foto: cortesía Alcaldía de Medellín.

La Feria de las Flores, evento que se realiza en Medellín desde 1957, es un icono paisa que reúne las tradiciones según el arraigo popular de la región; sin embargo, vale la pena preguntarse si este evento, con sus costumbres y cambios, aún representa la identidad de un pueblo que se ha transformado en muchos niveles.

Encontrarse con familia y amigos para ver el desfile de silleteros, el de autos clásicos, los tablados y los festivales de trova eran planes infaltables para recordar y celebrar las costumbres “heredadas”. La pregunta hoy en día, es si, en la actualidad, la cultura representa a toda la población, en especial a quienes han llegado a integrarse a la ciudad, a los nuevos jóvenes, consumidores de redes sociales, a quienes el mundo y sus culturas, se les ha puesto ante los pies.

“A partir de los años 80 en Medellín y el Valle de Aburrá hubo como tres transformaciones muy grandes que afectaron mucho la cultura: primero un desarrollo de los medios de comunicación, además de muchas innovaciones tecnológicas como el Betamax, el VHS, las parabólicas, y posteriormente el gran alcance global que nos permitió el internet. Eso sumado a la dimensión cultural que evidentemente cambió con el narcotráfico, que alteró la ética del trabajo de los antioqueños que hasta ese momento estaba basada en la honestidad y el trabajo duro”, explica Manuel Bernardo Rojas López, docente del departamento de Estudios Filosóficos y Culturales de la Facultad de Ciencias Humanas y Económicas de la UNAL Medellín.

Debido a esto, al desplazamiento y al desarrollo de la ciudad, las nuevas generaciones aparentemente empezaron a crecer sin un vínculo directo con los elementos identitarios de la cultura paisa, por ende, en época de Feria la representatividad no se siente completa según lo han manifestado muchos jóvenes, pues la forma de concebir el territorio y sus costumbres se ha transformado.

Frente a la existencia de una cultura paisa o antioqueña, Jorge Iván Echavarría Carvajal, docente jubilado de la UNAL Medellín afirma que “no existe una cultura antioqueña, es un proceso de idealización de una sola parte, hay diversidad de identidades y tradiciones, la zona andina del departamento es la que monopoliza una idea de identidad muy caricaturesca, añorante del pasado, pues una ciudad que ya es referente mundial de innovación sigue apegada a símbolos de carácter rural, apegados al pasado, y uno muy idealizado, muy nostálgico. Este evento ha devenido comercialmente para vender una marca ciudad, un logotipo que simplifica un pasado muy complejo en una región con identidades muy diversas”.


La silleta y la trova, ¿a los nuevos paisas engloba?

Para Rojas López “la Feria de las Flores hace una reivindicación al carácter pueblerino y rural, y se olvida que muchos paisas nacemos en la ciudad, no sabemos montar a caballo, pero sí sabemos coger un bus; este evento destaca actividades que son más un espectáculo que algo esencial. Termina siendo un espectáculo para el turismo, pero no tiene nada que ver con la dimensión cultural. Lo que te brinda la Feria de las Flores son clichés que buscan de alguna manera crear procesos de identificación emocional, no racional”.

Por su parte, Daniel Urrea Peña, comunicador de la UdeA, magister en Gestión Cultural, y asesor en temas culturales en la Cámara de Representantes del Congreso de la República, afirma que entender la Feria como un elemento distintivo paisa es complejo porque este concepto abarca además otras zonas del país como Risaralda y Caldas, y es difícil que una sola expresión cultual logre representar íntegramente una región tan grande y diversa:

“Lo que sí rescato de la Feria de las Flores es que sigue siendo un evento que a lo largo de los años se ha reinventado, que es un rasgo cultural nuestro, la capacidad de ser resilientes, de sobreponernos a las situaciones, vivir fascinados por lo nuevo. Además, en términos de las expresiones de la cultura antioqueña si tiene una serie de símbolos que se logran recoger como las orquídeas, los pájaros y las flores, que incluso es el nombre de un evento y son elementos singulares en nuestro territorio, pues Antioquia es visitada por expertos de esta fauna y flora, y la Feria da cuenta de eso”.

La silleta como muestra de diversidad y derroche de la creatividad es quizá el símbolo más fuerte de este evento, que reúne y celebra la tradición campesina de la siembra de este producto en los corregimientos de la ciudad. Sin embargo, el objeto en sí tiene una connotación anterior que lo hace algo cuestionable según el docente Manuel Bernardo Rojas López:

“La silleta como estructura viene de la época de la colonia y la usaban los esclavos y cargueros para llevar mercancías por caminos y trochas, incluso a sus espaldas llevaban a los nobles españoles o personas del gobierno para cruzar ríos o pantanos. Cuando veo a los silleteros recuerdo es a los esclavos llevando al blanco, donde había una posición de poder que sometía al otro. Actualmente y en nombre de una tradición vemos ancianos caminando kilómetros con estructuras muy pesadas bajo el sol o la lluvia, además, uno de los lemas que caracterizó a la Feria durante mucho tiempo fue el de “cuando pasa un silletero es Antioquia la que pasa”, pero este de entrada es muy reduccionista, pues el departamento es muy diverso, es Urabá, que no tiene nada que ver con flores, tampoco la zona del nordeste que es minera y con una cultura diferente”, dice.

Por su parte, el docente Echavarría Carvajal agrega “Las silletas en el pasado poco se usaban para transportar flores, es una reinvención comercial pues recordemos que la Feria comienza en mayo como un acto de vocación religiosa en homenaje a la virgen, donde las señoras de élite exponían en la iglesia de La Candelaria las flores que cultivaban en sus fincas; luego por la administración del momento fue visto como un evento de ciudad que se fue agrandando hasta ser lo que es hoy, donde el carácter comercial predomina sobre el simbólico”.

En la misma línea de resignificar eventos que por tradición han acompañado la Feria, Urrea Peña asegura que con el cambio de la cabalgata se dio un gran paso, “el hecho que de que la comunidad antioqueña hayamos sido capaces de trascender lo que entendíamos por esto y reflexionar sobre el maltrato animal personalmente me parece admirable, es algo bonito que tenemos como cultura”.

Respecto a la trova, Rojas López reconoce que es importante para nuestra oralidad, pero asegura también que en un mundo tan alfabetizado ya no es tan evidente, los jóvenes ya no saben ni les interesa trovar. Sin embargo, Urrea Peña la rescata como una de las expresiones musicales y orales que son un activo cultural de nuestra región, y aunque no sea muy popular entre las nuevas generaciones hay otras personas que trabajan por no dejar acabar esta tradición.


La privatización y la falta de un sentido de carnaval

En recientes versiones de esta festividad el público manifestó a través de redes sociales un gran descontento por la cantidad de eventos que se privatizaron, quitándole un valor importante que se había mantenido la Feria: la gratuidad y disfrute para el ciudadano de a pie. “Sin embargo hay que entender que la Feria de las Flores empezó a tomar forma cuando el sector privado decidió reunir esfuerzos para que comenzara a suceder y luego el Estado comenzó a aportar de manera más decidida, por lo que el ejercicio privado es necesario, las cifras derivadas del turismo lo confirman, es una dinámica que hay que cuidar y armonizar; deberíamos es pensar cómo complementar la oferta pagada con una gratuita de mayor calidad y acceso”, agrega Daniel Urrea Peña.

Para Rojas López el evento carece del espíritu carnavalesco de renovación, “si existiera todo sería más espontáneo, habría más locura y desenfreno, hasta se pararía la ciudad porque de eso se trata, de parar y festejar para luego volver renovados”.

Frente a esta propuesta Echavarría Carvajal expone que por el carácter religioso y conservador de la sociedad medellinense “realmente no ha habido fiestas populares que puedan llamarse carnavales o algo por el estilo, donde la apropiación de la gente son los motores del evento, en el que los elementos del goce se ponen en escena sin necesidad de una aparataje comercial e industrial” y cuenta que en la ciudad hubo hacía 1859 un club social de élite llamado El Brelan que promovió carnavales hasta 1925, momento en que se terminó porque las autoridades civiles y religiosos consideraron “que generaban mucho bochinche”.

“Las fiestas aquí siempre han sido un modelo de élite sin contar con una apropiación cultural, como otros eventos más pequeños que sí la tienen, como la cultura del porro y el tango, que en algunos barrios tiene mucha fuerza”, puntualiza.

Aunque este evento tenga un público fiel y amante a las tradiciones que refleja, es importante que las nuevas generaciones se atrevan a cuestionar a este y otros eventos del país que, en nombre de la cultura preservan tradiciones para unos pocos.

(FIN/DQH)

16 de agosto de 2022