La mayoría de las actividades relacionadas con el ser humano dejan una huella en el planeta que se traduce en contaminación. Aunque esta suciedad que se produce llega a todos los rincones de la Tierra por las dinámicas propias de las urbes, en estos lugares se concentran distintas clases de contaminación, que agudizan esta problemática y afectan considerablemente desde diferentes ángulos, la salud de sus habitantes.
Entre ellas se cuentan la contaminación atmosférica o del aire; la hídrica; del suelo; acústica; visual; lumínica y térmica, que, además, son las más comunes para el caso de Medellín y el Valle de Aburrá. En ese sentido, además de selvas de cemento, las ciudades con el paso del tiempo se han convertido en selvas de contaminación.
“Los aglomerados urbanos juntan todo los problemas que como civilización hemos generado y aunque hay diferencias entre las ciudades, en general las problemáticas ambientales más transversales tienen que ver con la contaminación del aire, especialmente por material particulado y emisión de gases y otros elementos; ruido y la contaminación hídrica”, explica María Fernanda Cárdenas Agudelo, profesora asociada a la Escuela de Planeación Urbano Regional de la Facultad de Arquitectura de la UNAL Medellín.
Contaminación aguas abajo
Para la magíster en Planeación Urbano Regional, la contaminación de las aguas es la problemática ambiental más antigua de Medellín. “Hay un tema muy grave desde el punto de vista urbanístico por los asentamientos informales sin servicios públicos; pero también desde lo ambiental y de compromiso social de las industrias, pues tienen un papel muy importante y esto aún no se ha controlado. Lo anterior, tiene que ver con el ordenamiento territorial pero también un tema ambiental que está a cargo de las autoridades”.
Aunque la ciudad cuenta con planes de saneamiento y plantas de tratamiento como la de San Bernardo, en Itagüí y Aguas Claras, en Niquia “cuando se mira en detalle la conectividad de los barrios y comunas con el alcantarillado, hay una gran cantidad de población que descarga de manera directa las aguas sucias a las quebradas y por ende, en los ríos”, señala David Aguiar Gil, coordinador del Grupo de Investigación LabGIGA, laboratorio de Investigación y monitoreo ambiental acreditado por el IDEAM en temas de aire, aguas y suelos de la UdeA.
“Por ejemplo, en el barrio Caicedo, Comuna 8, hay una situación particular porque las casas están por debajo de la vía, y en la vía está el sistema de alcantarillado, allí técnicamente no hay una forma de que estas viviendas puedan tener una conectividad con este sistema, pese a que en la factura de servicios públicos llega con el cobro de saneamiento. Las viviendas hacen una descarga directa a la quebrada Santa Elena, ahí tendría que haber un plan masivo de conectividad con las viviendas, porque en realidad las falencias son muy grandes, y eso sin hablar de otros sectores más marginados”, agrega David Aguiar.
Por otro lado, las descargas de residuos industriales que se evidencian generalmente por la coloración o la aparición de espuma en el Río Aburrá-Medellín, también son un elemento difícil de controlar. “La manera en que se vigila las empresas es muy similar a las revisiones técnico mecánica en los vehículos, cada año se hace una caracterización, pero eso simplemente es una fotografía del momento cuando se toman las muestras, el resto del año es un tema de confianza y cultura. Estamos en el 2023, se habla de la ciudad del software, la Medellín Futuro y de un montón de elementos tecnológicos, pero en realidad lo que debería pasar es que haya un control en línea, automatizado de las industrias, donde las autoridades ambientales puedan hacer un seguimiento estricto y en tiempo real para que puedan actuar a tiempo”, agregó el profesor de la Escuela Ambiental de la Facultad de Ingeniería de la UdeA.
Esta problemática es más 'caudalosa' de lo que parece y por ende involucra a toda la sociedad. “El agua que contaminamos aquí impide que la usen más abajo y esto sigue, es un sistema interconectado. Colombia es uno de los países que mayores aportes de sedimentos hace a los océanos, afectando los ecosistemas marinos. Los corales se están muriendo por esos sedimentos que estamos aportando, esto es un tema que termina volviéndose de escala continental, así que todos nos tenemos que responsabilizar”, indica María Fernanda, doctora en Recursos Hidráulicos.
Bájele al volumen
De acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas, ONU, “los sonidos no deseados, prolongados y de alto nivel procedentes del tráfico rodado, el ferrocarril o las actividades de ocio perjudican la salud y el bienestar de los ciudadanos, que padecen molestias crónicas y alteraciones del sueño. Estas, conducen a su vez, a graves enfermedades cardíacas y trastornos metabólicos, como la diabetes, al tiempo que causan problemas auditivos y una peor salud mental”.
En ese sentido, la ONU agrega que los más afectados por esta situación son los niños y jóvenes, los ancianos y las comunidades marginadas cerca de carreteras con mucho tráfico y zonas industriales y alejadas de los espacios verdes. Además, la fauna que habita los entornos urbanos, como aves, ranas e insectos, también sufren el ruido que afecta la comunicación acústica de la que dependen para sobrevivir.
En términos generales, las principales fuentes de ruido en Medellín son el tráfico vehicular, la industria, el sistema férreo, el aeropuerto y los establecimientos comerciales nocturnos.
“Este es un tema crítico para la ciudad, es una especie de cultura del ruido. Para hacer cualquier actividad se exceden los niveles de música y se infringen todo tipo de normativas, no hay una cultura de entender cuánto es lo máximo, lo mínimo y lo más sano desde el punto de vista de la salud”, expresa David Aguiar.
Pese a que existen mapas de ruido en el Valle de Aburrá y otros estudios al respecto, el máster en Ingeniería, quien ha participado en distintas estrategias de ciudad en este tema, recalca que “la norma de ruido empieza a ser más estricta dependiendo del lugar, si es una zona hospitalaria es más rigurosa, en las zonas residenciales es más estricta que en la comercial. Para zonas comerciales en horas de la noche lo máximo permitido son 60 decibeles, pero en residenciales es de 55 decibeles. En escenarios como el sector de la 33, siempre habrá una norma más restrictiva pero no se cumple. La experiencia que tenemos con establecimientos abiertos al público con venta de licor, es que los niveles de incumplimiento de la norma son superiores al 90%”.
Polución visual
Se considera contaminación visual todo aquello que cambia de manera negativa o perturba el espacio público, un lugar o algún paisaje. Esto genera en las personas una sobreestimulación invasiva y en ocasiones agresiva. Entre este tipo de contaminación se destacan los carteles, vallas, propaganda, paredes rayadas o mal pintadas, nubes de smog, ropa colgada en espacio público, mucho tráfico, basura y espacios muy concurridos.
El profesor jubilado de la UNAL Medellín, Julián de Jesús Bedoya Velásquez, quien estudió por años la problemática de contaminación ambiental y el hombre, señala que, “la situación actual con la contaminación visual es un problema de conciencia ambiental de las autoridades y esto se refleja en las vías llenas de vallas y publicidad en todas partes”.
Según la Organización Mundial de la Salud, (OMS), el 40% de las personas que habitan un departamento u oficina con paisajes desagradables, tiende a deprimirse. Entre otras afectaciones, se cuentan el estrés, cansancio, alteraciones en el sistema nervioso, dolores de cabeza y mal humor.
Adiós al cielo estrellado
La contaminación lumínica puede abordarse desde dos puntos de vista: la iluminación en interiores como edificios, universidades, colegios, hospitales, etc., que no cumplen con la normativa y exceso o déficit de iluminación; y la contaminación lumínica en exteriores. “Todo el paisaje lo inundamos con energía eléctrica de día y noche, en las zonas rurales ponen luminarias y en ocasiones no se tienen en cuenta las afectaciones a cultivos y fauna”, comenta Julián Bedoya.
“En un contexto de ciudad, siempre asociamos la luz con seguridad, esto se refleja en lugares como el Pueblito Paisa, otros cerros tutelares y demás zonas verdes que tienen iluminación permanente 24/7”, destaca David Aguiar. Además del desperdicio de energía, en ocasiones, la contaminación lumínica impide ver el cielo nocturno, dificulta el tráfico aéreo, altera los ciclos biológicos de algunas plantas y animales e incluso el sueño de algunas personas cuando la luz se filtra en sus viviendas.
Deconstruir para recuperar
Los servicios ecosistémicos urbanos, como la vegetación, captura y almacena contaminantes del aire, del agua y purifica el ambiente, Además, reduce el efecto de isla de calor, es decir, el aumento de temperatura que tienen las ciudades internamente.
“Los pocos espacios verdes que tenemos debemos diversificarlos, sembrar especies que crezcan rápido, que capturen más material, hay que pensar esto de una manera distinta que sea más funcional. Además, debemos conectar esos espacios verdes urbanos con los de las periferias y con las zonas rurales. Aún no es tan claro como hacerlo, hay unas pistas que ofrece el sistema hidrológico del Valle, nos encargamos de tapar, soterrar, ignorar, transformar y artificializar esas corrientes de agua, eso hay que recuperarlo porque las redes hídricas son un conector verde por excelencia, si eso lo hubiéramos respetado desde el principio tendríamos un sistema verde muy bueno en todo el Valle de Aburrá. Para construir lo verde nos toca deconstruir muchos sitios”, plantea la profesora María Fernanda Cárdenas.
Recuperar y ampliar los sistemas verdes de la ciudad y el Valle de Aburrá, permitiría también mitigar el impacto de la contaminación del aire, la contaminación auditiva, la visual y la lumínica, pues la vegetación absorbe la energía acústica, dispersa el ruido, amplifica los sonidos naturales y mejora el paisaje urbano visual; estas zonas verdes se convierten en una alternativa para escapar del caos citadino. Sin embargo, esto no es suficiente, se requieren otra clase de medidas y estrategias que incluyen educación ciudadana y voluntad política.
“Colombia es uno de los países más fuertes en normativa y legislación, pero en la implementación somos muy regulares, hay planes para la contaminación auditiva, estrategias para el aire, el agua, los residuos; pero esos documentos se terminan transformando en letra muerta. La implementación es el paso más complejo pues influyen factores sociales como la cultura, la educación y la influencia de sectores políticos”, concreta David Aguiar.
Igualmente, es necesario tener en cuenta que “todos estos tipos de contaminación requieren de sensibilidad y conocimiento de las personas, desafortunadamente no hemos llevado ese mensaje a la comunidad”, enfatiza Julián Bedoya.
(FIN/JRDP)
27 de marzo de 2023