“Me voy porque me deja la ruta”, decía Paula Correa cuando se le hacía tarde. No es estudiante de colegio, es negociadora internacional y magíster en Administración; trabajó hasta hace cuatro años en una empresa que disponía de transporte para llevar a sus empleados de sus viviendas al trabajo y de regreso.
Antes vivía en Medellín. Ahora es emprendedora, reside en Envigado y para movilizarse utiliza carro particular, porque lo considera más rápido y cómodo para viajar a la ciudad y a otros municipios del área metropolitana del Valle de Aburrá donde distribuye los productos que comercializa.
Pero no solo es una percepción de Paula. Cuatro de los 10 municipios del Área Metropolitana aprecen en una tabla clasificatoria de las 30 ciudades donde más carros se compraron durante febrero de 2019, según un estudio hecho por la Asociación Nacional de Movilidad Sostenible (Andemos).
Esa lista ubica a Medellín en el tercer puesto. En el segundo mes de este año la urbe adquirió ocho vehículos más que en febrero de 2018 cuando registró la compra de 1.479 carros. La cuarta posición la ocupó Envigado con 950 vehículos, tan solo cuatro menos que los registrados el año anterior.
Sabaneta es octavo en la clasificación. Allí hubo una compra más que en el 2018, mientras que en Bello hubo un incremento del 42% debido a la compra de 71 vehículos, 21 más que en 2018. Las cifras funcionan como referencia, dado que el Informe de Andemos no relaciona la población total de cada municipio.
Lo que se entiende, es que hay lo que Luis Fernando González Escobar, profesor de la Escuela del Hábitat de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional de Colombia Sede Medellín, critica y denomina como “una secta de los adoradores al divino auto” que ha “erigido un altar al vehículo privado, a la vanidad y al ascenso social”.
Pensar en colectivo
“Nuestro mundo está saturado de contaminación y polvo, y el peligro de que nuestro planeta sea destruido es inminente”. Ese era el enunciado con el que iniciaba uno de los capítulos de Capitán Planeta, una serie animada ecologista emitida de 1990 a 1996. Ahora, en 2019, sigue siendo el panorama en Medellín.
El esmog, las advertencias sobre las afectaciones a la salud de ancianos, mujeres embarazadas y niños, las alertas rojas por contaminación y las medidas de contingencia no han bastado para que ciudadanos se apropien del problema pues aún hay quienes, por ejemplo, le hacen ‘trampa’ al pico y placa.
Estamos más preocupados por solucionar los problemas individuales que los colectivos, pero asumir la responsabilidad de cada cual es fundamental.
Lo dice Érica Acevedo, antropóloga y candidata a doctora en Ciencias Sociales de la Universidad de Antioquia: “Hay que entender, por fuera de los marcos de la religión, que somos animales que consumimos, que dependemos de relaciones ecosistémicas, que si no se da el ciclo hídrico en los páramos no podemos vivir, que la tecnología no es la panacea y que esta está al servicio de la economía”.
En esa área, la calidad del aire como meta social se puede entender como un bien público. La teoría económica parte de un supuesto de la conducta de las personas, quienes son racionales, entendido esto como la posibilidad de sacar el mayor provecho de una situación específica. “No es que la gente no comparta la idea de un aire más limpio, pero lo que ocurre es que dice: ¿qué problema hay si otros van a trabajar por la calidad del aire?”, afirma Alexander Bastidas, profesor del Departamento de Economía de la Sede.
Ante eso, en general por lo que se opta es por medidas coercitivas en muchos casos a partir de incentivos selectivos, lo cual es más difícil de identificar para el caso de la calidad del aire.
Cambio de actitudes y acompañamiento académico
Para que el mensaje pueda ser apropiado, el profesor González Escobar, propone trabajar de manera integral en tres frentes: configurar sistemas de transportes dignos; cobrar impuestos por contaminación, congestión y movilidad, y además promover otros imaginarios.
Algo similar considera el profesor José Fernando Jiménez Mejía, del Departamento de Geociencias y Medio Ambiente de la Facultad de Minas de la Sede. Para él se deben tener en cuenta los principios estratégicos incluidos en el Plan de Ordenamiento Territorial del 2014 de Medellín y en varios planes metropolitanos en los cuales se menciona, por ejemplo, el derecho de los habitantes a la ciudad, la protección a moradores, la ciudad saludable y la participación ciudadana e interinstitucional en la política pública.
“Hay una visión de región bien formulada, discutida y meditada por diversos sectores sociales, pero muchos habitantes de Medellín y del resto del área metropolitana tenemos la impresión de que los administradores municipales pretenden ordenar las cosas con un enfoque de arriba a abajo”, expone el profesor Jiménez. “Aquí el problema de la calidad del aire, más que técnico o mediático, es político, social, económico y ambiental. Un buen alcalde, en este sentido, será aquel que garantice el desarrollo de una política pública que evite, en lo posible, las contingencias ambientales”, agrega.
“Es un asunto de hábitos y sensibilidad, pero también de compromiso y participación ciudadana”, continúa. El académico de la Facultad de Minas espera de las universidades y los centros de pensamiento urbano con asiento en la región asuman mayores compromisos para reflexionar en torno a los problemas de la calidad del aire, con riguroso sentido crítico, ético y social.
Álvaro Bastidas, profesor de la Escuela de Física de la Facultad de Ciencias está de acuerdo. Para él, quien monitorea la atmósfera con láser desde hace 10 años, “el aprendizaje nos indica que no nos debemos quedar en el diagnóstico. Lo que viene debe ser educar a la sociedad para empezar a tener un cambio de hábitos para lograr tener un mejor aire y dar directrices a las entidades gubernamentales”.
La dispersión de contaminantes es difícil en el valle de Aburrá como consecuencia de su ubicación geográfica y de la transición de la temporada seca a la húmeda que se da en marzo, cuando la energía no es suficiente para dispersar partículas nocivas a causa de capas de nubes de baja altura que impiden la eficaz entrada de radiación a la superficie.
Estas condiciones no cambian, por eso Paula Correa, a pesar de admitir su agrado por el carro particular, cree que las medidas que se han tomado son “paños de agua tibia” y manifiesta que está dispuesta a actuar por una ciudad más sana. En ese sentido, también hace un llamado: “controlar a las empresas que venden carros y motos”. Una propuesta poco popular por ahora entre nosotros.
26 de marzo de 2019