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“Jorge Reynolds, el hombre que no inventó el marcapasos”. Con esta frase el Espectador tituló uno de sus artículos publicados el sábado 29 de junio de 2019, en el que sus autores, los periodistas Pablo Correa y Lisbeth Fog, referentes del periodismo científico en Colombia, cuestionan la autoría de la creación, basados en informaciones académicas y reportes de desarrollos de artefactos de ese tipo que datan, incluso, de 1929.

Según revela la investigación de los reporteros, Jorge Reynolds, ingeniero electrónico del Trinity College de Cambridge y doctor Honoris Causa de la Universidad de La Sabana, creó en 1958 un aparato de estimulación cardíaca; pero antes otros científicos habían desarrollado prototipos más sofisticados. El caso es, “como se diría coloquialmente, una bomba, porque representa a un científico de la talla del doctor Reynolds, aunque sin duda, ha habido otros casos de mala conducta científica”, dice Diana Carolina Velasco Malaver, doctora en Estudios de Ciencia y Tecnología, y vicerrectora de la Universidad de Ibagué.

“El doctor Reynolds en su trayectoria académica ha contribuido al desarrollo de la ciencia en el país, el problema es que se atribuya el descubrimiento, la generación o el desarrollo de un artefacto de estimulación cardíaca por impulso eléctrico, como inventor del primer aparato de estas características utilizado en un paciente humano”, expone.

En ese sentido, “en términos de ética hubo una omisión. Por más de que en ese momento las publicaciones científicas y la información no fuera de tan fácil acceso como ahora, sí había una comunidad académica y científica constituida entre la que se conocían los inventos y los desarrollos. Aunque no hay maleficencia o fabricación de datos, sí hay un tema de derechos de autor y de distorsión de la información ofrecida al público en general”, agrega.

De la situación María Piedad Villaveces Niño, directora de la Asociación Colombiana para el Avance de la Ciencia (ACAC), dice tener “un sabor un poco amargo, pues se ha presentado que los científicos, en algunos casos no aclaran que no fueron los inventores, sino que contribuyeron en el trabajo. Si él hubiera dicho eso, era suficiente para que se lo reconociéramos”.

¿Patentar o no?

En entrevista con El Espectador, Reynolds es claro en mencionar que patentar no fue nunca su preocupación. “En ese tiempo nadie pensaba en eso”, asegura.

El caso del marcapasos, dice María José Lamus, directora de Nuevas Creaciones de la Superintendencia de Industria y Comercio (SIC), es particular: “Es una situación que se da en el año 1957. Si nos trasladamos a ese momento, los sistemas de protección eran muy precarios, no solamente en Colombia”.

También así lo cree Lida Tamayo, jefe de Extensión de la Dirección de Investigación y Extensión de la UNAL Medellín. “No se puede desconocer el trabajo científico y tecnológico que realizó con las herramientas que tenía en su momento; lo más importante es que tuvo aplicación, aunque no lo registró como patente”.

Ese tipo de protecciones las otorga el Estado colombiano a inventores a cambio de que se revele información técnica para dar exclusividad de explotación a los desarrollos. “No es que en la SIC no compartamos la idea de que se encarecen los productos porque claro, es un monopolio que genera ingresos y probabilidades de comercialización, pero son importantes como fuentes de información y de impulso de la innovación”, agrega Lamus.

En esa dicotomía también se sitúa Iván Darío Vélez, director del Programa de Estudio y Control de Enfermedades Tropicales (Pecet) de la Universidad de Antioquia, quien tiene una posición encontrada respecto a las patentes y a la protección de la propiedad intelectual.

Las patentes, dice, dan visibilidad internacional y demuestran la madurez y solidez de los grupos de investigación así como la capacidad de innovar aunque Colombia poco lo hace e invierte muy poco en investigación. “Mientras discutimos si lo hacemos o no, hay quienes sí lo hacen, entonces es una discusión bizantina”, afirma.

Para Moisés Wasserman, exrector de la UNAL, miembro de la Academia Colombiana de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales (Accefyn) y miembro de la Comisión de Ciencias Básicas y del Espacio de la Misión de Sabios, “decir que las patentes no son necesarias es, un poquito, negar la realidad o meter la cabeza dentro de la arena porque está funcionando así y sería bastante torpe luchar contra la realidad”.

Si bien el sistema de patentes ha tomado fuerza, en 2018 se tramitaron ante la SIC 2.411 solicitudes, de las cuales 581 fueron nacionales y 1.830, extranjeras. Las cifras, manifiesta Lamus, muestran que fueron relativamente pocas, dado que en 2016 y 2017, se tramitaron para Colombia 793 y 786 respectivamente.
Las naciones que presentan más solicitudes de patentes en el país son Estados Unidos, Colombia, Suiza, Alemania, Francia y Japón, principalmente para productos o procesos relacionados con la industria química y de farmacia. Las empresas extranjeras que más protecciones gestionan son Bayer, Novartis y Pfizer. En Colombia: la UNAL, Ecopetrol y la Universidad Industrial de Santander.

Aunque actualmente hay un sistema consolidado y las universidades realizan un trabajo importante en los diferentes sectores, Lida Tamayo destaca que se debe escudriñar más “en los grupos de investigación resultados que puedan derivar en dispositivos o procedimientos para dar solución a varios problemas”.

Reconocer los procesos más que al individuo

Al reflexionar sobre la ética, la directiva de ACAC afirma que es un concepto dinámico que tiene que entender las realidades sociales y culturales que se están viviendo en su momento.

“No es lo mismo tener la red de información de internet de ahora que permite conocer dónde, cómo, cuándo y quién está trabajando un desarrollo científico, a lo que se vivió en los años 60 o en el siglo XIX o inclusive antes. Pongo un ejemplo: conocemos al sabio Caldas. Sin educación empezó a hacer experimentos con lo que estaba encontrando que podía medir la altura de las montañas. Se comunicó con Humboldt y él, con la información que tenía dijo: parece que es un invento que nadie ha visto, pero el barómetro ya existía”.

Con respecto a la ética, hay varias aristas, afirma Wasserman. Se refiere a aspectos que, según él, se deben tratar de manera independiente.

Uno de ellos es que hay cierto privilegio por ser pionero en alguna cosa. “La prioridad que da el ser el primero en publicar o en decir es, a veces, difícil de definir porque usualmente el proceso científico es colectivo y no necesariamente quiere decir que lo hacen todos al tiempo sino que se lleva a cabo en muchos lugares, sobre temas parecidos, con acercamientos, algunos similares y otros complementarios, para construir un resultado final”, asevera.

Teniendo esto cuenta, considera que “algunas veces se malinterpreta el hecho de haber sido el primero en haber escrito o diseñado algo con un sentido de pertenencia que no es legítimo”.

El caso de Reynolds, acerca de cómo ha sido sustentada y presentada la creación, es otro problema. Atañe, en su criterio, “a una tendencia que tenemos de buscar los héroes y las figuras estrella, y no nos referimos al avance científico como el proceso complejo y común que es”.

Ahora es más difícil apropiarse de resultados de investigación de otro porque la información está cada vez más en acceso abierto, plantea Velasco Malaver, por lo que dice que: “en últimas lo importante es que entendamos que el desarrollo de la ciencia es para un bien común y social. En la comunidad académica y científica, más que en cualquier otra, la ética y la integridad son factores que deben primar porque la mayoría de nuestros proyectos son financiados con recursos públicos, por lo que debe haber un grado de responsabilidad muy grande”.

En esa medida, menciona, que las universidades e instituciones generadoras de conocimiento deben contar con mecanismos y comités de integridad científica. Como estos se creó uno en la UNAL Medellín en 2016.

La formación en filosofía y en valores es un componente que se debería tener en cuenta en la formación científica, llama la atención Villaveces Niño, pero para ella quizás no debería ser solo una repetición de autores, sino también de la ética como parte del comportamiento social.

Wasserman va un poco más lejos, pues propone que debe haber también un componente de ciencias para las carreras profesionales con énfasis social, “porque uno de los grandes problemas es el mal entendimiento de la realidad física del mundo y los relacionados con propiedad sobre un invento se derivan de una prensa y de un conocimiento público general que no puede ver los procesos sino que ve los ‘goleadores’ y eso deforma la visión y hace que sea equivocada”.

La integridad científica, concluye Velasco Malaver, implica no generar conocimiento sin resultados, lo que puede ocurrir en varias ocasiones, a pesar de que haya presión en las universidades para publicar en revistas de alto impacto que puedan llevar a científicos experimentados a creer saber el resultado, fabricarlo o falsificarlo o incurrir en prácticas de plagio.

Finaliza con que en lo concerniente la ética debe primar “el respeto a los derechos humanos, a las libertades fundamentales de los sujetos de investigación, al medioambiente, a la biodiversidad y a generar conocimiento útil para la sociedad”.

 

29 de julio de 2019