No había un indicador más exacto para señalar el acercamiento al sitio. A los lados de la carretera aledaña a la ribera del río Cauca se observa Opuntia spp; es el nombre científico y la manera como el brigadista Vicente Betancur Ospina se refiere a los cactus, nombre común de estas plantas, una de las especies que alberga el bosque seco tropical.
En Antioquia este ecosistema está distribuido en el cañón del río Cauca. Va desde límites con el departamento de Caldas hasta los municipios de Ituango y Toledo, y hay otra parte en Uramita y Dabeiba.
Una manera para llegar al bosque seco tropical —también ubicado en el corregimiento La Angelina del municipio de Buriticá— es recorrer aproximadamente 80 km desde Medellín durante unas dos horas y media, pasar por caminos áridos y pedregosos, atravesar la quebrada Juan García y un puente que conecta con territorio de Liborina.
Desde ambos lados del puente se ofrece una vista privilegiada del cañón del río Cauca. En uno de sus costados alguien le habla a un grupo de personas, es el profesor Flavio Moreno Hurtado, del Departamento de Ciencias Forestales de la Facultad de Ciencias Agrarias de la UNAL Medellín, quien señala la montaña de enfrente, de un verde tenue que se conjuga con marrón.
Bajo la sombra de un árbol cuenta acerca de la dificultad de reforestar en terrenos así, caracterizados por altas pendientes y por estar ubicados en ambientes donde los periodos de sequía se intensifican entre diciembre y marzo.
El profesor Flavio es el coordinador del Proyecto de Restauración Ecológica que la UNAL Medellín ejecuta para Hidroituango y lidera un equipo de investigadores de la Sede que realiza el trabajo para Empresas Públicas de Medellín (EPM). La entidad debe restaurar 16.000 hectáreas (ha) por la inundación de 4.000 destinadas para el desarrollo del embalse del Proyecto Hidroléctrico Ituango, el cual abarca los municipios de Ituango, Briceño, Santa Fe de Antioquia, Buriticá, Peque, Liborina, Sabanalarga; Toledo, Olaya, San Andrés de Cuerquia, Valdivia y Yarumal.
Aún bajo el árbol el profe Flavio dice que el proceso de la restauración debe ser abordado como se trata a un enfermo, y a todos no se les pueden prescribir los mismos medicamentos: “si tenemos cobertura de vegetación secundaria o rastrojos, la meta es enriquecer con especies de bosques más desarrollados. Si hay herbazales —donde no hay vegetación arbórea— la primera acción es lograr que se genere cobertura de especies perennes de árboles que cambien las condiciones, aporten materia orgánica y al microclima para avanzar a etapas posteriores. Todo muestra que la restauración es un proceso de largo plazo”.
La tarea de los investigadores comenzó en 2018. A su llegada a La Angelina identificaron el paisaje en 300 ha, analizaron el estado de la vegetación y las condiciones físicas y químicas de los suelos para trazar objetivos, pues no toda la zona tiene iguales características ni los mismos requerimientos.
Restauración y reforestación no son términos que necesariamente deban estar ligados. Las estrategias para buscar la recuperación del bosque seco tropical son varias: prevención de incendios y vigilancia e instalación de perchas para que se posen aves dispersoras de semillas son algunas que han implementado los investigadores de la UNAL Medellín, quienes buscan las menores intervenciones posibles.
Las siembras se hacen donde sea más difícil que la restauración se dé por procesos naturales. En este caso han sido 21 ha donde se plantaron 18.500 árboles; una parte se hizo con los que fueron recuperados previo a la inundación, recuerda Álvaro Javier Vásquez, uno de los integrantes del Proyecto de restauración.
Tras cruzar el río el grupo avanza cuesta arriba, mientras suben la montaña Vicente sirve de narrador y —como si se tratara de un partido de fútbol— describe lo que va observando. Él ha apoyado el proceso en algunos momentos y por eso lo conoce. Comenta sobre las especies plantadas; lo hace siempre refiriéndose a los nombres científicos. Uno de sus encuentros fue con el Hura Crepitans, conocido como Tronador o Ceiba bruja. A sus alrededores hay más árboles pequeños identificados con trozos de trapos de colores y con plaquetas con números que son para ellos —según Álvaro— lo que representan las cédulas para los ciudadanos.
Desde junio de 2018 quienes ejercen de ‘registradoras’ son las hermanas Mónica y Daniela Ibarra. Ellas son de La Angelina y caminan por los predios sosteniendo plaquetas como si se tratara de un ramo de flores. Cada día de 6:00 a.m. a 2:00 p.m. instalan unas 500.
El recorrido continúa por caminos arenosos y el grupo avanza siempre en busca de sombra. Algunas personas se atreven a estimar que la temperatura de ese día —28 de noviembre— es de más de 35°C. Más adelante algunos se detienen a observar un carriquí pechiblanco (Cyanocorax affinis) que se posa sobre un árbol.
En el punto siguiente Álvaro explica que una parte del estudio comprende el análisis multitemporal de coberturas. Se hace porque se requiere una visión de conjunto y para estudiar si sus recuperaciones se pueden dar por sí mismas.
El propósito es analizar cómo cambian en el tiempo: “es como si usted tuviera 20 años, yo le tomara una foto, otra en 10 años y compararlas. Eso hago con fotografías tomadas desde satélites que me dicen por qué las coberturas cambian o no. Si es por compactación, ganadería o incendios, por ejemplo”.
Los bosques secos tropicales se distribuyen en zonas de hasta 1.000 m.s.n.m. En Colombia están en seis regiones: Caribe, NorAndina en Santander y Norte de Santander, valle del Patía, Arauca, Vichada y valles interandinos de los ríos Cauca y Magdalena.
En un mapa del Instituto Alexander von Humboldt se ven como pequeños parches muy dispersos en el país. Originalmente cubrían más de nueve millones de hectáreas de las cuales actualmente un 8 %; son de los ecosistemas más amenazados del país.
Los bosques secos tropicales han sido degradados desde la época de la Colonia. Sus suelos fértiles se han utilizado para la agricultura y la ganadería, actividades que incluso pueden propiciar la desertificación de los suelos.
Ese ambiente inhóspito hace difícil el desarrollo y crecimiento de las plantas. De hecho, el profesor Flavio menciona que puede darse alta mortalidad de ellas, dadas las condiciones adversas. Eso también lo sabe Luis Guillermo Marín Moreno. Él, ingeniero forestal y miembro del equipo de Áreas Protegidas de la Subdirección de Ecosistemas de la Corporación Autónoma Regional del Centro de Antioquia (Corantioquia), enuncia que "se debe ser ingenioso para recuperar las coberturas en estos sitios”.
Por el proceso que desde hace un año llevan a cabo los investigadores en las pálidas montañas se puede pensar que tiene razón. Se nota cuando el grupo recibe una información mientras permanece atento y sentado en una ladera que funciona como mirador a la zona poblada de La Angelina.
Ahí la profesora María Claudia Díez Gómez, también del Departamento de Ciencias Forestales de la Facultad de Ciencias Agrarias de la UNAL Medellín, presenta diferentes materiales y métodos innovadores que han diseñado o mejorado. En su mano derecha sostiene una plántula sembrada en un contenedor hecho con papel biodegradable y poroso que permite que las raíces reciban aire y tengan una mejor calidad que se refleja —entre otros aspectos— en conservar su color blanco. Además de tierra, tiene abono orgánico a base de compost y fibra de coco.
El método es una prueba para el reemplazo de contenedores convencionales: bolsas negras de plástico que tapan las raíces y las pueden deformar. Los de este tipo se usan tradicionalmente en los viveros, donde —dice— “uno se fija en lo que ve, aunque lo más importante es lo que no ve. Como dice El Principito: ‘lo esencial es invisible a los ojos’”.
La caminata sigue. Unos metros más adelante el grupo se divide y algunos continúan hacia donde parece estar más cerca la cima. Quienes se quedan están con el ingeniero forestal y residente del Proyecto Juan Pablo González Suárez. En una mano él sostiene lo que parece una bola de tierra. En la otra, lo mismo, pero de forma cuadrada. Es materia orgánica con semillas de los árboles comúnmente llamados almácigo, ceiba tronadora, ciruelo jobo, indio desnudo y noro que —afirma— son “típicos de las zonas más degradadas y con mayor déficit hídrico”. Los rebrotes se han dado incluso a los ocho días de plantación que nutren con una especie de gel que funciona como hidratante.
El ingenio al que se refería Luis Guillermo no se limita al mejoramiento de métodos porque los investigadores incluso han diseñado otros. Cuando el grupo está reunido de nuevo se entera para qué sirven unos objetos de diferentes colores que se ven desde lejos en las partes altas de la montaña. Es quizá lo que más intriga causa por utilizar materiales rudimentarios.
Es el sistema de riego que los investigadores idearon con canecas de pintura recicladas con capacidad de 20 litros cada una. A las tapas les hicieron huecos con el objetivo de recolectar agua lluvia y por dentro les pusieron un velo para evitar que se evapore.
En el centro las tapas tienen un orificio más grande desde el cual sale una manguera de alta densidad que termina enterrada en el suelo junto a las plantas. Por dentro el tubo tiene un cordel de algodón cuya función es gotear las raíces.
Los denominan cuñetes y han constituido un reto que, a la vez, ha impulsado a los investigadores. Andrés Botero —el coordinador de campo del Proyecto— asevera que “a los arbolitos lo que más duro les da es la falta de agua. El Sistema fue pensado como despensa del líquido para ellos por lo menos para un mes después de sembrados. La mayor motivación es ver recuperado el bosque”.
El de lograr la restauración del bosque es un proceso lento; tardará varios años. Los investigadores hacen ensayos, pruebas, actúan como quienes ponen bombillos en una caja para mantener calientes a pollos huérfanos y recién nacidos o a quienes en goteros dan leche a gatitos abandonados. Todos buscan lo mismo: proteger y propender por la sobrevivencia.
Por su grado de amenaza en Colombia el bosque seco tropical fue declarado por el Ministerio de Medio Ambiente y Desarrollo Sostenible como ecosistema estratégico para la conservación. “Lo más preocupante es que tan sólo el 5 % de lo que queda está presente en el Sistema Nacional de Áreas Protegidas (SINAP)”, indica en su sitio web el Instituto Alexander von Humboldt.
Señala también que los bosques secos en el país tienen casi 2.600 especies de plantas de las cuales 83 son endémicas, 60 especies de mamíferos de los cuales tres son endémicos y 230 especies de aves de las cuales 33 son endémicas.
El cucharachero antioqueño es una de esas especies propias específicamente de esos ecosistemas en el departamento, razón que lo ha convertido en objeto de conservación en el proceso de declaratoria de área protegida que adelanta Corantioquia para la zona donde actualmente se realiza el proyecto de restauración.
El grupo desciende de la montaña —esta vez— fragmentado como los bosques secos tropicales en Colombia. La última parada es para observar algunas plantas que han tenido resultados positivos, dado que hace un año cuando fueron plantadas medían unos 30 cm. Ahora alcanzan casi los 2,50 m.
Al ver una de ellas, Laura Chaverra Chancy, profesional de la Dirección Ambiental y Social del Proyecto Hidroeléctrico Ituango de EPM, se sorprende. Basta con ver las plantas para interpretarlo. Sin embargo, de todas maneras Álvaro lo explica: “quiere decir que es un crecimiento acelerado y que los tratamientos aplicados, la silvicultura y los cuidados han sido exitosos para la reforestación”.
Laura lo agradece. Destaca que la tasa de mortalidad de toda la plantación que ha realizado el equipo de la UNAL Medellín hasta el momento es inferior al 40 %: “se nota el cariño que le ponen a sus actividades. Han logrado avances importantes y es también su profesionalismo lo que ha permitido que el proyecto sea exitoso”.
Cuando el grupo —entre quienes hay representantes de la Autoridad Nacional de Licencias Ambientales (ANLA), universidades y el Jardín Botánico de Medellín— está de nuevo en el puente y después de conocer el proceso, alguien le hace un comentario al profesor Flavio con el que demuestra —tal vez— su admiración por el difícil trabajo logístico que implica la restauración, dado que hay que caminar todos los días unas dos horas solo para subir la montaña o demorarse más tiempo cuando a lomo de mulas se debe cargar todo lo necesario.
Al profesor Flavio no le parece precisamente extraordinario: “lo que implica sembrar los árboles en términos de producción de plántulas y su transporte, así como el de los insumos, los abonos, los fertilizantes; el hoyado, la limpia y el cuidado, representan mucho esfuerzo para quienes no conocen de esto. Dicen: ¡uy, eso es mucho trabajo! Y sí, pero es lo que nos apasiona, lo que nos gusta. Estamos emocionados porque para esto estudiamos, es nuestra razón de ser y que nos den la oportunidad de hacerlo nos pone felices”.
El sol va cayendo y poco a poco quedan atrás —en la montaña y en las carreteras— los cactus del bosque seco tropical, donde se quedaron Andrés y Juan Pablo, quienes con otros compañeros, hacen de guardianes de la restauración.
27 de enero de 2020