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La población más grande de palma de cera a nivel mundial está en Toche (Tolima). La reciente denuncia por parte de la comunidad de la tala de algunos individuos generó alerta. Conocedores de la especie nativa colombiana hablan de problemas y retos con respecto a su conservación.

A la palma del Quindío

le conté mi sueño un día,

era la palma, era, era la palma de cera,

la palmera,

La palma del sueño mío.

cohete que sube al cielo y estalla en el estrellío

y cuando pasan los vientos

la palma se vuelve al río…Oíd el río del aire,

el río…, la palma del niño mío.

Aquí la palpo guardada

aquí en el pecho al lado izquierdo del alma en donde llevo el Quindío.

Luis Vidales.

El poema aparece al reverso del billete colombiano de cien mil pesos, del cual es imagen la palma de cera del Quindío (Ceroxylon quindiuense), la misma especie nativa que estudió Alexander von Humboldt en 1801 y que desde hace 35 años fue adoptada como Árbol Nacional de Colombia.

La declaratoria se hizo mediante la Ley 61 de 1985 que, en su segundo artículo, faculta al Gobierno para realizar acciones con el fin de “proteger el símbolo patrio y mantenerlo en su hábitat natural”. De manera seguida —en el artículo tercero— prohíbe la tala de la palma de cera “bajo sanción penal aplicable en forma de multa, convertible en arresto, en beneficio del municipio donde se haya cometido la infracción”.

Recientemente la Corporación Autónoma Regional del Tolima (Cortolima) inició un proceso sancionatorio a dos cultivadores de arracacha que estarían afectando un fragmento de bosque de palma de cera en la vereda Alto Toche. Tras quejas de la Procuraduría Delegada para Asuntos Ambientales y Agrarios del Tolima, y la fundación Proaves, la autoridad ambiental visitó el sitio, encontró uso de agroquímicos y surcos que han afectado raíces que, según determinó, degradan la palma hasta lograr su desprendimiento.

Entre las medidas que tomó Cortolima estuvo la suspensión del cultivo del tubérculo en el área, así como la siembra de mil palmas y su mantenimiento durante tres años, orden que el ente regulador dio a dos presuntos infractores.

¿Son suficientes y adecuadas las disposiciones? “Nos acostumbramos a las cifras y lo que hacen es tergiversar la realidad. Con ellas aparentemente solucionan el problema, pero se trata de cosas que van mucho más allá. Eso está lejos, pero lejos de ser una solución”, afirma el ingeniero forestal León Morales Soto, profesor pensionado del Departamento de Ciencias Forestales de la Facultad de Ciencias Agrarias de la UNAL Medellín y coautor del libro Arboretum y Palmetum.

La obligación de sembrar mil palmas es más un castigo que una iniciativa que demuestre el interés en que el ecosistema funcione, según Alex Cortés Diago, director de Conservación de Proaves, para quien “el daño se le hace es al complejo que el bosque de palma representa porque, junto con una gran cantidad de árboles de diferentes especies, atrapan la lluvia, tiene incidencias sobre los suelos y sobre el clima del área”.

Una posible solución, plantea, es aislar ecosistemas funcionales de palma de cera, “pues lo que se perdió no se puede recuperar. La idea es que no se siga degradando lo que todavía existe, que tiene una estructura y una composición sobre la zona que se afectó”.

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La palma de cera del Quindío es una de las más altas del mundo con individuos que alcanzan hasta 60 metros de altura. La especie tiene una distribución relativamente restringida, ya que está establecida en Colombia, donde se ha hecho más conocida en el valle del Cocora (en Salento, Quindío) aunque su mayor población —incluso del mundo— con unos 600.000 individuos adultos en 4.500 hectáreas, está en Toche (Tolima). Hay unas más pequeñas en el occidente de Venezuela y en algunas poblaciones en el norte de Perú.

Es una especie sombrilla, lo que quiere decir que de ella dependen otras de fauna y flora. Un ejemplo es que producen enormes racimos que al madurar pueden tener hasta 4.000 frutos que sirven de alimento para aves, murciélagos, mamíferos terrestres y, cuando están en etapa de floración, para numerosos insectos. Además, en ellas crecen epífitas, por lo que la palma puede considerarse como “el eje de un ecosistema”, afirma el botánico colombiano especializado en palmas, Rodrigo Bernal González.

A pesar de que la planta es el Árbol Nacional de Colombia, una proporción muy pequeña de sus poblaciones, algo como el 3 % está dentro de áreas protegidas. El otro 97 % están por fuera de ellas, según el experto. La palma de cera es una especie longeva; puede vivir hasta 200 años, por lo que las pérdidas, “a escala humana” no son percibidas rápidamente.

Un estudio del investigador y de María José Sanín Pérez, publicado en 2013 en la revista Colombia Forestal, analizó 26,4 hectáreas de palmas de cera en el valle del Cocora entre 1988 y 2012. Para el primer año eran 585 palmas de cera, cifra que se redujo a 469 para el último año. La “mortalidad global fue 19.8 % y por parcela osciló entre 8.9 % y 29.4 %”, menciona el artículo.

El manejo de la palma requiere de una perspectiva de centenares de años; es de lento crecimiento y maduración, por lo que “aunque se quisiera restaurar el bosque de palma en el valle de Cocora nos va a costar por lo menos entre 25 y 30 años volver a ver un mínimo del ecosistema funcional, y eso hace que se deban tomar medidas preventivas y tener una alerta grande si se quiere que persista”, explica la exdirectora del Instituto Alexander von Humboldt y actual rectora de la Universidad EAN, Brigitte Baptiste.

Inicialmente las palmas de cera de esa zona se afectaron por extracción de ramos para Semana Santa que ya se controló, pero ahora la amenaza general es la pérdida de hábitat. “Lo que realmente hay en los potreros son poblaciones del pasado que no dejan hijos”, explica Sanín Pérez, quien es doctora en Ciencias – Biología de la UNAL Bogotá y actual profesora de la Facultad de Ciencias y Biotecnología de la Universidad CES.

Otro de los riesgos más importantes es la ganadería extensiva que en las zonas donde hay palma de cera no es productiva ni una actividad que reporte un beneficio real o ganancias sustanciales para las familias que son dueñas y habitan esas tierras. “Es un sistema estático en el que no gana nadie, ni el palmar, ni la conservación, ni la biodiversidad y las familias tampoco”, según la experta.

En ese sentido, para el corregidor de Toche, Yesid Peñalosa Bohórquez, el reto del Ministerio de Medio Ambiente y Desarrollo Sostenible, y las CAR, es lograr que los propietarios puedan entrar en la dinámica de la conservación, porque lo que se busca es que las palmas que están aisladas se reproduzcan de manera satisfactoria.

De ahí que son necesarias alternativas que se pueden desarrollar por segmentos de área, según Sanín Pérez. Plantea, por ejemplo, ecoturismo en un pequeño sector destinado a la observación de aves, plantas y reconocimiento de especies, trabajo con comunidades, conservación exclusiva o experimentos de restauración ecológica, o protección de los bosques como lo haría un parque nacional natural.

Lo importante —dice— es que todas las estrategias confluyan en que el desarrollo socioeconómico se haga bajo el pilar fundamental de la biodiversidad.

En 2015 la UNAL y el Gobierno nacional presentaron el Plan Nacional de Conservación de la Palma de Cera del Quindío en el que se estableció que el relicto de Toche debe conservarse porque tiene más individuos además de fragmentos de bosque donde las plantas se pueden regenerar y conservar.

Adicionalmente, al 2018 el Instituto Alexander von Humboldt había recopilado información obtenida por el investigador Bernal González y generó propuestas para salvaguardar la zona de palmar en Tochecito, pero no había tenido acogida para la declaración de un área nacional protegida en la zona, pese a que propietarios estuvieron dispuestos mientas se les garantizara que no resultarían perjudicados, según manifestó el Instituto en su momento.

Para el profesor Morales Soto hace falta presencia institucional y control, “sobre todo en esos ecosistemas que son únicos hace falta más regulación, porque una vez perdido, muy poquito se puede hacer”.

Desde el 2012 se visita el valle de Tochecito desde el punto de vista científico. Los investigadores han comenzado varios procesos para la protección que no han culminado satisfactoriamente, sin embargo, no se dan por vencidos y, como Sanín Pérez, confían en que algún día —ojalá pronto— la biodiversidad sea vista como motor de desarrollo, “pero de otro tipo”.

2 de marzo de 2020