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Tan apacibles como él son ahora las calles que recorre Diego Mauricio Zapata Agudelo para dirigirse al campus del Río de la UNAL Medellín, a donde llega cuando aún no ha aclarado el día. Se sube a un bus grande, blanco y, antes de la bendición, como lo hacía cotidianamente, ahora se pone un tapabocas; un elemento que por la pandemia de Covid-19, se ha convertido en una prenda de vestir más y nos ha invitado a mirar más a los ojos.

Diego Mauricio es conductor de la Sección de Transporte y Mantenimiento Mecánico de la División de Logística de la Sede, y a diario traslada a 40 personas, entre administrativos, personal de salud o de aseo del Hospital General de Medellín en cada uno de los cinco recorridos que hace.

El mismo número de usuarios y la misma cantidad de desplazamientos los efectúan cada uno de los otros dos buses que destinó la UNAL Medellín; uno cubre la misma ruta y el otro moviliza pasajeros al Hospital La María; quien los acerca hasta allá es Daniel Gilberto Moreno Hernández. En total, al día, se presta el servicio a unos 120 pasajeros por trayecto, gracias a una alianza entre la Sede y la Alcaldía Municipal.

“Hacemos parte de una comunidad y es muy triste lo que le está pasando al personal médico con la discriminación que está sufriendo en el sistema público de transporte, en los supermercados, en toda parte. Frente a mi papel, la verdad es que uno lo hace con miedo, porque vivo con mi mamá que tiene 83 años y a ella la veo desde lejos por cuestión de seguridad. Mi hijo está en el mismo apartamento, pero él en un extremo y yo en el otro; uno no sabe si puede contagiarse, pero igual lo hago a consciencia, se el riesgo que corro y me siento muy bien de prestar este servicio”, dice.

Aunque lleva 27 años tras el volante en vehículos de la Sede, un oficio que heredó de su papá, quien también fue conductor de la UNAL Medellín durante 31 años, Diego Mauricio por primera vez, debe repartir gel antibacterial a quienes abordan el bus. Este es el ‘ritual’ que él y sus pasajeros hacen cada vez que se suben al vehículo.

A las 6:00 a.m., todos los días, hace los mismos recorridos. En el inicial algunas paradas son en el centro comercial Puerta del Norte, retorna antes de La Navarra, sigue por una zona residencial y se va por la Autopista Norte estacionando donde deba recoger pasajeros.

El vehículo llena rápidamente el cupo, en él no se ven las caras distintas sino los ojos diferentes; todos los rostros están cubiertos con tapabocas azules claros, en su mayoría y a las personas se les ve, sí, con ropa y bolsos de distintos colores. Unos miran por la ventana, otros hablan y se ríen entre ellos, unos más chatean en el celular o desenrollan audífonos para escuchar música, y solo algunos aprovechan para leer y sumergirse en mundos distintos al que deben afrontar cuando se bajen del bus.

En el mundo van 210 países con casos positivos de Covid-19 y, según el reporte del Instituto Nacional de Salud (INS) al domingo 19 de abril a las 11:00 p.m., en Colombia había 3.792 casos confirmados en 31 departamentos, 179 pacientes fallecidos y 711 recuperados.

La situación, reconoce Diego Mauricio, le genera miedo porque, como dice él: “esto no es una charla”. En la parte de atrás del bus, en la hilera derecha y junto a la ventana está Alba Lucía Parra, enfermera jefe de Pediatría del Hospital General de Medellín. Ella usa el transporte desde el 8 de abril, cuando inició el servicio. Lo agradece porque, asegura: “nos beneficia mucho ya que nos estaban tratando mal en el Metro y en la calle”.

Extraña estar más tiempo en su casa y con sus hijos. Ha sido, tal vez, lo más difícil. Si bien tienen conocimiento sobre cómo tener una asepsia adecuada, todos los días ella y sus compañeros se capacitan; esta es una situación que no había vivido y para la que debe prepararse de la mejor manera.

Y así como los profesionales de salud aprenden a diario sobre métodos efectivos de higiene, también se empeñan en ser tolerantes en cada momento; no es tarea sencilla: “con los pacientes es difícil, ellos todavía no lo captan bien. Todavía la gente no cree que esto esté pasando. Es una realidad y hay muertos por eso; nosotros estamos trabajando para cuidarlos, pero deben seguir las recomendaciones que se han dado”, sugiere Alba Lucía.

De vez en cuando y mientras conduce, Diego Mauricio mira a sus pasajeros por el retrovisor, pendiente de ellos, como cuidándolos. Es consciente de que esa debe ser su labor y lo está haciendo. Eso le da satisfacción: “todos los días se suben esas enfermeras muy tristes porque no se estaba preparado para esto. Lo bueno es que se les ve la tranquilidad porque viajan seguras”.

El bus avanza y ya el día está claro, como los ojos de Astrid Marín, quien desde que era una niña anheló ser enfermera. Se sienta en una de las primeras sillas del bus, sola y junto a otra ventana. Hay quienes están en la calle y no tienen los mínimos cuidados, como el hecho de usar un tapabocas o ponérselo bien.

Astrid egresó de la Universidad de Antioquia hace 22 años, fue profesora durante 7 y desde hace 13 trabaja en el Hospital General de Medellín. Ahora es la enfermera jefe de la Unidad de Cuidados Intensivos. Para ella ver personas sin tapaboca es decepcionante y le resulta “triste saber que arriesgamos la vida atendiendo personas enfermas, no solo con el Covid-19, sino con muchas otras infecciones, y ver que hay quienes no creen que esto es real nos asusta un poco porque también tenemos familias a quienes proteger, pero es una vocación”, por eso desde ahí, sentada en un bus mientras se dirige a su trabajo, hace la invitación a cuidarnos y agradece “con el alma” el servicio que la UNAL Medellín les están prestando.

Luego de unos 40 minutos finaliza la ruta, todos los pasajeros se bajan y uno a uno le dicen “gracias” a Diego Mauricio. Cuando el bus está vacío él hace otro ‘ritual’: aplica alcohol con un atomizador y va limpiando con un trapo su área de trabajo, la dirección y la manija de la puerta que abre para bajarse.

Frente al hospital se toma un tinto y aguarda mientras llegan dos personas con un balde, un trapeador y suben al vehículo con un líquido especial en sus manos; desinfectan el bus por dentro, limpian sillas, empuñadoras y vidrios de las ventanas, pasamanos, todo.

Mientras ellos están en esa labor llega un segundo bus con más pasajeros. Lo conduce Gabriel Alejandro Cortés, también de la UNAL Medellín, quien realiza la ruta desde la Estación La Estrella del Metro, pasa por los parques de Sabaneta y Envigado, va hasta la Avenida Santa María y baja por la Avenida Guayabal hasta llegar al Hospital.

Gabriel Alejandro se baja y saluda a Diego. La experiencia, dice, también le ha resultado gratificante y por la misma razón, puede aportar en medio de una crisis de salud que se está viviendo en el mundo y porque cree que “al personal médico hay que apoyarlo bastante”.

Ambos conversan mientras termina la desinfección del vehículo, proceso que tarda unos 20 minutos. Cuando finalizan, los hombres de la limpieza trasladan el balde y el trapeador al bus de Gabriel Alejandro mientras cargan en sus manos los trapos y el líquido.

El bus de Diego Mauricio comienza a ocuparse de nuevo con otros pasajeros que se disponen para el regreso a sus hogares. Se escuchan risas, vienen tres mujeres con sus dientes escondidos por tapabocas; son del servicio de aseo del Hospital y han trabajado de las 7:00 de la noche a 7:00 de la mañana. Se muestran tímidas y se miran cómplices, añadiendo ideas la una a la otra, pero coinciden en que ahora se siente más tensión en ese centro de salud y en que el servicio de transporte les brinda seguridad, pues cuando finalizaban sus turnos en la noche se exponían y por eso sentían miedo, ya que conocieron casos de compañeros a los que, saliendo por la estación Exposiciones, aporrearon por robarlos, como cuenta Leidy Londoño Zapata.

Más tarde, con un uniforme verde aguamarina puesto y tapabocas azul claro, entra uno de los pocos hombres que ese día se han transportado en el bus. Es Gabriel Jaime Estrada Osorio, terapeuta respiratorio del cuidado crítico. La ropa que trae puesta no es la misma con la que está en el hospital y eso, manifiesta con cierta desazón, es lo que no sabe la gente y tal vez por lo que los discriminan. Tampoco, por lo general, tienen conocimiento de que las telas de sus vestimentas son lavadas con frecuencia y se secan muy rápidamente.

Él reside en Bello y cuando no se vivía la situación por el Covid-19 ni cuando la UNAL Medellín tenía los vehículos a disposición del Hospital, debía usar dos tipos transporte en Metro y en bus. Ahora, gracias al servicio, está en calma, lo que para él es fundamental, pues “la tranquilidad mental también es salud”. Que la Sede los movilice es, para él, “importante y satisfactorio”.

El bus debe salir a las 7:30 a.m. a su recorrido de regreso para transportar a sus viviendas al personal del turno de la noche. Diego Mauricio se sube de nuevo al vehículo, y se sienta a esperar a que se llene el cupo. Tiene la mano derecha sobre la palanca de cambios y con la izquierda sostiene su teléfono; está en una llamada con su esposa. Le dice: “alguien tiene que ayudar, a mí no me obligaron, pero yo lo hago”. Él está tan lleno de misericordia, como la que se le atribuye al Sagrado Corazón de Jesús, del que tiene dos retratos impresos debajo del retrovisor.

20 de abril de 2020