Escudo de la República de Colombia
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Los diálogos, sobre todo, los que son instados por la institucionalidad, deben transmitir confianza. Foto: tomada de bit.ly/3jEB4y7

 

La coyuntura colombiana fue el aliciente para impulsar iniciativas de conversación colectiva en aras de proponer alternativas, y el diálogo es la más importante de ellas, según analistas, quienes exponen que no es un proceso profundo que requiere de analizar. Plantean que el propósito fundamental, por lo menos en el caso del país, es reconocer la diversidad, la diferencia y construir un proyecto colectivo.

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Paros, protestas, bloqueos, violencia y violación de derechos humanos dieron lugar, a partir del 28 de abril de 2021, al denominado estallido social que Colombia vivió durante más de dos meses, situación que se dio inicialmente a causa del rechazo a una reforma fiscal planteada por el Ministerio de Hacienda y Crédito Público, pero que, con el paso de los días, los manifestantes expresaron el descontento ante lo que se consideraron carencias o deficiencias en distintas aristas.

Ante lo ocurrido, universidades, principalmente, plantearon varias propuestas y organizaron espacios de conversación para escuchar a los colombianos y, de esa manera, proponer alternativas eficaces y construir desde la diferencia. El diálogo, entonces, adquirió notable relevancia y se convirtió en un vehículo para aportar a la sociedad a partir de ella misma.

¿Por qué la opción de dialogar es fundamental en contextos como el colombiano? Para Édgar Ramírez Monsalve, profesor del Departamento de Ciencia Política de la Facultad de Ciencias Humanas y Económicas de la UNAL Medellín, “en la perspectiva que tiene el país después del estallido social hay una serie de voces regionales y nacionales que están reclamando ese diálogo para efectos de escuchar en la diferencia y en democracia propuestas, alternativas para que Colombia pueda tener mayor convivencia, equidad y paz sostenible”.


Potente y poco valorado

El diálogo es una palabra que puede devaluarse fácilmente, como se da en el caso colombiano, de acuerdo con Albeiro Pulgarín Cardona, profesor pensionado del Departamento de Ciencia Política de la Facultad de Ciencias Humanas y Económicas de la UNAL Medellín. No obstante, la teoría constitucional, explica, juega un rol fundamental específicamente en el sistema de Estado Social de Derecho, “distinto al Estado de Sitio que rigió hasta 1991 en un régimen político totalitario que impone, somete, no conversa y vuelve sumisos a sus pobladores”.

El diálogo es el gran reto para el país, a su vez, la mejor “y la única de las alternativas genuinas con respecto al tipo de dinámicas sociales basadas en violencia y represión a las que hemos estado acostumbrados desde finales del siglo XIX”, asegura Santiago Amaya Gómez, profesor del Departamento de Filosofía de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de los Andes.

Según el docente, el diálogo no ha ejercido un rol en Colombia, en la medida en que en el transcurso de la vida política del país “nos hemos insultado, hemos peleado, negociado, hablado mal los unos de los otros, debatido y generado discursos. Ninguna de esas cosas constituye uno realmente genuino”. En eso, manifiesta, influye la falta de proyectos comunes, aunque se ha tenido el liberal y el conservador, y algunos se han buscado poner a funcionar a partir de la Constitución Política de Colombia.

Acerca del diálogo que se desarrolla con miras a la paz, Pulgarín Cardona afirma, por su parte: “hay que rescatar el concepto del desprestigio en el que está”. Asimismo, que la apuesta debe ser “transformar la sociedad salvaje a civil”, que es la que, dice, puede entender una propuesta de ese tipo.

Entonces, para él, la educación es importante, dado que el rol que ha desarrollado en el país ha sido “adiestrar, no formar”. Hace un paralelo: “El modelo educativo de la carta derogada era el conductista. Hasta hace 30 años esta era con criterio católico, apostólico y romano; además de liberal y conservador. Eso es lo que está en mente todavía en el pueblo colombiano”.

En la construcción de diálogo y de paz, plantea, hay otro rol importante: el de los medios de comunicación que, a su criterio, deben fomentar la conversación, la discusión y la “sana crítica”, y así ir más allá de la “propaganda”.


¿Cómo debe ser el diálogo?

El punto de partida fundamental es la disposición a aprender, lo que significa que se establece entre personas que no piensan igual. Adicionalmente, su meta no es convencer. Está basado, también, según el profesor Amaya, en las “humildades epistemically”, lo que quiere decir que: “cuando uno se compromete a dialogar, tiene que ser capaz de decir ‘no sé’, ‘cometí un error’ y evitar que este impida la conversación”.

“No solo se deben tener actitudes hacia uno mismo, sino hacia la otra persona: ser caritativo, en el sentido de partir que es racional, razonable, que no tiene motivos oscuros, sino que simplemente ve las cosas de una manera diferente”, agrega. Asimismo, destaca la importancia de no rotular, encasillar o estereotipar, porque dan lugar a que sesgos y desinformación primen en la discusión.

Ante todo, cree el docente Pulgarín Cardona, el diálogo debe partir de la participación democrática, la cual tiene, comenta, tres principios: pensar por sí mismo, desde el lugar del otro y ser consecuente. Y es por eso que enriquece.


¿Puede trascender el diálogo en Colombia?

El profesor Amaya manifiesta no estar seguro de eso, pues asegura que una de las cosas que se debe hacer como país es identificar en qué consiste un diálogo genuino, comprometerse a aceptar las reglas de la conversación, y en Colombia no se ha dado. Lo que ha existido son negociaciones, cuyo resultado es la reconciliación, que no necesariamente se traduce en la construcción de un proyecto común, finalidad del diálogo.

Por su parte, para el profesor Ramírez Monsalve, Colombia no ha tenido una trayectoria democrática encaminada al diálogo, de ahí que haya escepticismo. Lo que ha existido, afirma, son líneas de imposición, particularmente de una élite que no permite que se le cuestione o interrogue sobre lo que son sus acciones, por lo que considera difícil pensar en un cambio rápido.

No obstante, cree que la tarea es generar transformaciones que deben ser de carácter cultural. Esto con el fin de establecer, por ejemplo, varios de los asuntos que la Constitución Política de Colombia, en la medida en que considera que el país tiene aspectos por integrar como la pluriétnica y la diversidad regional, por citar algunos casos.

Convergencia por Colombia es una apuesta de la UNAL para buscar salidas a la crisis. Previo a su lanzamiento al público general, académicos de distintos centros de pensamiento se organizaron en nueve mesas de trabajo para generar propuestas, por ejemplo, en torno a un pacto fiscal y al cumplimiento de la Constitución Política de 1991.

Similar a ese esfuerzo es Tenemos que hablar Colombia, otra plataforma a través de la cual se juntaron varias universidades del país con la intención de propiciar espacios de conversación relacionados con tres preguntas: ¿qué cambiaría?, ¿qué mejoraría? y ¿qué mantendría? El propósito es generar reflexiones y propuestas para salir de la crisis social en la que está inmersa la nación. Como esa son varias las iniciativas de este tipo que se han gestado.

Precisamente, acerca de distintas iniciativas que se han creado para propiciar conversaciones y la recepción de propuestas, Amaya opina que son positivas: “cuando una sociedad se da cuenta que hay que dialogar en vez de buscar otras maneras de resolver sus conflictos, es un buen momento y algo para celebrar. Lo importante es que estas iniciativas se tomen en serio la idea misma del diálogo como proceso de construcción y aprendizaje colectivo”.

Para él, lo que Colombia debe construir es un proyecto a largo plazo. Y en ese sentido, cree que incluir a los jóvenes en las iniciativas de conversación es acertado. Sin embargo, expone el profesor Ramírez Monsalve, debe haber bases: “Un diálogo en abstracto solo conduce a frustración. No puede hacerse bajo la idea de promesas o de falsas expectativas, debe incluir voluntad de cumplimiento, porque si no, estamos en un eterno círculo vicioso y pérdida absoluta de confianza, principalmente cuando el llamado se hace desde una institucionalidad que en muchos casos es sorda al clamor de lo popular”.

En definitiva, el diálogo, destaca el profesor Pulgarín Cardona, debe incluir la guerra y la violencia como objeto de análisis para “ir en profundidad de ellas” e incentivar la democracia, la solidaridad, el consenso y el contrato social, en el cual todos los factores de poder en conflicto llegan a un acuerdo sobre valores, derechos y garantías.

(FIN/KGG)

6 de septiembre de 2021