El arte urbano con perspectiva de género fue analizado por una investigadora, como parte de su tesis de maestría en Artes Visuales de la UNAL Medellín, a partir de recorridos por la urbe y el estudio de la historia de su arte callejero comparado con el de otras tres ciudades. El grafiti le ha dado la libertad de ser y cuestionar.
El arte fue la película en la que Verónica Morales García se “metió” gracias a su papá, un abogado y periodista, quien durante varios años se desempeñó como gestor cultural. Desde que ella aprendió a coger un lápiz comenzó a dibujar. Siendo una niña hizo garabatos en papel, pero después prefirió los muros como lienzo. “Es algo que no me abandona y que no puedo evitar incluso cuando estoy trabajando, porque tengo siempre una libretica cerca”, cuenta.
En el arte también encontró una forma de reconocer Medellín, su ciudad y la que, afirma, no se le permitió recorrer mientras crecía por ser la mayor de tres hijos de padres jóvenes que buscaron protegerla cuanto más pudieron: “como yo fuimos varios que crecimos en la burbuja de una ciudad que no conocíamos, a la que le teníamos miedo o a la que nos sentíamos ajenos, lo que para mí era absurdo”.
El grafiti fue su oportunidad para conocer mejor la ciudad en compañía de amigos o parejas, con quienes visitó en las noches sitios abyectos o considerados como sucios o peligrosos, percepciones que correspondían entonces a su visión de lo que era la narrativa de la ciudad. Las latas de aerosol le generaron, al inicio, la sensación de libertad, pero más tarde comprendió que intervenir un espacio requiere de cierta apropiación de códigos e incluso de un proceso de reflexión serio.
Los análisis que generaba Verónica, (quien firma como Rarónica) en torno al grafiti y al arte urbano merecía una investigación, le dijeron algunas personas cercanas. Para entender lo que sucedía en Medellín, su ciudad, debió referenciarse en otras donde esa cuestión era fuerte y, a la vez, paradigmática en luchas por lograr espacios.
Emprendió la tarea como estudio de caso y comparó la historia de la escena del grafiti en Medellín con la de Bogotá —un referente— y de Nueva York, alrededor de la cultura hip-hop, y encontró que la de la capital antioqueña era muy somera. Supo que, “siendo tan conservadora (la ciudad) tenía que empezar a liberar los muros”.
Dice, en el texto de su trabajo de grado, en el que usa la primera persona para narrarlo, que: “en nuestra ciudad el grafiti más antiguo por decirlo de alguna manera, estaba mucho más asociado a la cultura hip hop y celebraba en su mayoría esos códigos, se hizo mucho más visible esa estética neoyorkina al norte de la ciudad. Por nuestra parte en estos sectores centrales y suroccidentales, si bien ha habido una influencia fuerte del hip hop en Belén, los procesos de apropiación no se filtran por esa cultura”.
También deja constancia, después de una visita a Las Independencias, en la Comuna 13, donde se hace el Graffitour, de su percepción y reflexión. Narra: “me despido y tomo rumbo hacia Belén, cerca y lejos a la vez de San Javier. En el Metro distingo varios de los visitantes extranjeros, en ropa veraniega, llenos de picaduras de zancudos, con sus mochilas y sus recuerdos”.
Continúa: “no puedo ubicar la sensación que me llena, no es fatalismo, es solo preocupación, por un ejercicio tan rebelde y tan dócil como el grafiti, tan útil a tantos, tan perseguido al mismo tiempo. Escapa completamente de nuestras lógicas, es líquido y no se conforma con un contenedor así se desafíe y se niegue, se condene o se abandone por ratos”.
En su tesis se valió de entrevistas con gestores culturales, libretas de viaje y fotografía análoga, con las que creó imágenes que le ayudaron a concatenar sus procesos reflexivos.
Para contrastar la historia del grafiti en las dos ciudades colombianas tomó como referente a Detroit, dado que espacios y edificios abandonados tras el desplazamiento de empresas de fabricación de vehículos fueron aprehendidos por grafiteros. Fue el elemento para identificar cómo las ciudades “tratan de arrinconarlo, pero toman mucho de lo que les sirve para hacerlo un material productivo, turístico o de transformación urbana”, asegura.
Notó ‘trazos’ que se conectaron: políticas estatales utilizadas para permitir o reprimir el grafiti como la entrada en vigencia —en 2017— del Código de Policía y la concordancia con las políticas anti-grafiti (visto como práctica de deterioro social) planteadas por Michael Bloomberg, alcalde de Nueva York entre 2002 y 2013.
En el proceso incluyó aquel grafiti que era muestra de rebeldía, por ejemplo, en el caso de las protestas de mayo del 68 que se describían en la calle con aerosol, sobre espacios prohibidos, que representaban el desafío al Status Quo “y las ganas increíbles de expresarse”, afirma, en lo que tuvo cabida, por ejemplo, el movimiento de Nueva York al formar una escuela de grafiti dedicada al entendimiento de las letras, sus estructuras y la codificación de formas.
Cuenta que “la tesis es parte de ese descubrimiento. La entregué pero, aunque me siento orgullosa de ella por ser un proceso arduo, a veces pienso en continuar, de alguna manera, y aceptar la memoria de esas otras cosas que he ido encontrando, o la de haber estado en Nueva York o en Detroit y haber pintado en esos lugares de manera legal e ilegal”. La historia que muestra de Medellín en su trabajo de grado de maestría, añade, es un pequeño fragmento.
Su tesis, además, estuvo “atravesada por lo femenino”. Cuando leyó al antropólogo Manuel Delgado Ruiz se encontró con “que la ciudad era peligrosa por antonomasia, imposible de recorrer para una mujer, menos en soledad. También cuando empecé a desenhebrar lo que sucedía”, cuenta.
Como mujer grafitera que en ocasiones pintaba en la noche quiso entenderlo. Trabajó con una amiga suya que realiza cartografía feminista de apropiación del territorio, emprendieron el estudio y generaron reflexiones. “El sentimiento de inseguridad nace mucho del halo patriarcal que tiene la calle”. El tema, afirma, les compete también a los hombres.
“No era lo mismo que ella tuviera esa experiencia de ciudad y de calle en un cuerpo de mujer, porque la narración del espacio público es para ellas siempre peligroso, del que nos tenemos que proteger porque nos abruma. Verónica transgredió ese límite”, destaca la profesora Natalia Restrepo, directora de la Escuela de Artes de la Facultad de Arquitectura de la UNAL Medellín y directora de la tesis.
A ella, además del tema propuesto, le gustó el trabajo, el punto de vista y experiencia personal de su estudiante, por lo que fue quien la impulsó a hacer el análisis con perspectiva de género en torno al mundo del grafiti y el arte público.
La profesora fue, más que una guía, un apoyo, pues cuenta que el estudio estuvo cargado de experiencia, lo que no cabía en un formato de tesis tradicional o teórico. Verónica, afirma la docente, tenía la ventaja de conocer muy bien la historia y los antecedentes.
La tesis, asegura, es pionera e importante para la ciudad y el país, y apta para quien desee conocer la historia del arte callejero, en la medida en que “abre muchas perspectivas”.
23 de noviembre de 2020