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Cuando prevaleció lo erótico sobre lo reproductivo, tenemos todas las razones para entender perfectamente lo que es una relación homosexual, si nosotros entendemos lo erótico como un elemento fundamental del ser humano”. César Augusto Arango. Foto: reproducción

 

No siempre lo que una persona es y lo que decide ser es algo sencillo. Y más cuando se trata de los asuntos relacionados con la sexualidad y la identidad de género, en el contexto de una sociedad que no termina de superar un sistema cultural que carga con represiones, silencios y prejuicios en estos temas. En la Cátedra Saberes con Sabor hicimos un recorrido para hacerle una cuidadosa disección a esta situación, de la mano del médico cirujano César Augusto Arango, doctor en Ciencias Biomédicas de la Universidad del Valle y jefe de Psiquiatría del Hospital Universitario Valle del Lili en Cali.

Para entrar en la profundidad y la complejidad del tema, César Augusto empieza por la relación entre el sexo, el género y el cerebro, desde un caso que tuvo que atender hace 15 años: “Yo soy psiquiatra, entonces me llamaron porque había una niña de 15 años que había hecho el intento de suicidio. Fui al servicio de urgencias a atenderla y se había tomado una sobredosis de medicamentos. Cuando ya estuvo estable, le pregunté que qué era lo que había pasado y ella me decía que le habían dicho que ella era lesbiana porque había sentido atracción y había tenido un sentimiento erótico hacia una compañera, hacia una amiga. Entonces, explorando, apareció esta convicción de ser un hombre atrapado en el cuerpo de una mujer. El hecho de que él, porque aquí ya nos toca empezar con nombrarlo de acuerdo con su sexo o a su género mental, o sea a su comportamiento, él en ese momento logró tener claridad de lo que le estaba pasando. No lo había entendido hasta ese momento, el momento en que le podemos explicar: mira, lo que ocurre es que hay una incongruencia entre su cuerpo y su sexo. Llámenoslo sexo psicológico o sexo cerebral”.

Explica César Augusto que el nombre que se le da a este cuadro es el de disforia de género, para designar esta circunstancia en donde la persona siente que su género no corresponde a su corporalidad. Y de allí se desprenden más preguntas que respuestas. ¿Será que hay un cerebro femenino y un cerebro masculino? ¿Hay unas características del cerebro que hacen que el hombre sea hombre y la mujer sea mujer, en el sentido del desempeño de su rol de género? Ha habido muchos estudios que han tratado de mirar las diferencias entre cerebro masculino y femenino, y si somos diferentes en nuestros cerebros. Pero en la persona que tiene características de disforia de género, muchas veces no se encuentra lo que se esperaría en el cerebro de una persona de ese género. Entonces, propone César Augusto: “Empezar a hablar de género como algo que se diferencia de la condición de esa dicotomía masculino femenino.”

En esa definición se ubica la complejidad de la interacción entre lo genético, lo biológico y lo ambiental, y en ese marco viene la pregunta por el libre albedrío. César Augusto lo plantea así: “Yo me preguntaría en el caso clínico que les acabo de comentar, si este niño decidió ser niño., es decir, ¿en algún momento de su vida fue una elección que hizo para actuar como niño y no como niña, estando inscrito y estando articulado a un cuerpo femenino, y sentirse niño fue una elección?”. Y completa su análisis estableciendo que, si bien hay niveles determinados por la biología y la genética, estos no son absolutos: “Ya ahora se habla mucho de la epigenética. De cambios que tienen las células después del nacimiento, y que van en contra de la misma prescripción genética, que viene desde el nacimiento”. Hay también dominios en los que juega la conciencia y la decisión, y son los que se refieren a la relación de las personas con su sociedad, frente a lo cual señala que se requiere que la persona se integre y acepte su condición, asumiendo la presión social”.

Al hablar de la sociedad, César Augusto entra en otra dimensión del mismo problema, que aumenta su complejidad. Sin duda hay en nuestra sociedad una condición muy precaria en cuanto a asumir de manera abierta y natural los temas del sexo y del género, mediada por la represión y los prejuicios que obstaculizan su conocimiento y comprensión. La primera evidencia de esa represión se encuentra en el lenguaje, y así lo describe César Augusto: “Es un tema tan importante pero tan reprimido, que yo conozco por ahí unas 30 palabras con las cuales se describe el pene o se describe la vulva femenina. Si yo digo: ¿qué otro nombre tiene la oreja? Pues la oreja se llama oreja, nunca le ponemos otro nombre diferente. Y a la nariz y a las cejas, siempre les ponemos el nombre. Pero cuando nos vamos a referir a los órganos genitales, o a la actividad sexual, o a estas cosas, aparecen todos los términos posibles. Eso es una evidencia de que es un tema del cual hay que hablar, pero que nadie se atreve a hablar directamente, como se tendría que hablar”.

Esa represión impide comprender asuntos cruciales de la condición humana, como la distinción entre el sexo y el erotismo, que muestra cómo el sexo ha dejado de estar ligado exclusivamente a la reproducción y al instinto, para alcanzar un sentido del disfrute de la relación y de la comunicación física con el otro. Explica César Augusto: “Nuestra sexualidad ya no es límbica sino cortical, y se erotizó. Entonces eso nos da ya una posibilidad de que nuestra vida sexual tenga todas las formas posibles. Es decir, cuando prevaleció lo erótico sobre lo reproductivo, tenemos todas las razones para entender perfectamente lo que es una relación homosexual, si nosotros entendemos lo erótico como un elemento fundamental del ser humano”.

De allí se desprende que el ejercicio libre de la sexualidad y de la manifestación del género propio y personal es un elemento estructural de la salud mental. Y de ahí la importancia de poder avanzar a la posibilidad de hablar con naturalidad de los temas de la sexualidad y el erotismo. Esta es una tarea pendiente de la educación, y César Augusto hace la crítica respecto a este vacío: “Eso se debiera enseñar desde el bachillerato. Cómo es la respuesta sexual humana, cómo es el erotismo masculino y femenino, cómo es una relación sexual entre un hombre y una mujer, o un hombre y un hombre, o una mujer y una mujer. Pero haciendo el énfasis en el componente erótico. La educación se ha vuelto una puericultura, es enseñar sobre cómo cuidarse para un embarazo, pero jamás se habla de la parte erótica. Eso implicaría que los docentes cambiaran su concepto de lo que es la sexualidad, se disminuyera la represión y se pudiera hablar de la respuesta sexual humana de una manera más amplia, y se pudiera hablar del erotismo como parte de nuestra condición”.

Otro ángulo de esta reflexión se refiere al reconocimiento de la dignidad humana que todos compartimos, y que, por lo consiguiente, nos hace sujetos de derechos. Y dentro de estos está el del ejercicio libre de la sexualidad y de la expresión de la propia identidad de género, reconocida como un derecho, máxime cuando está relacionada con la salud mental. Las condiciones que no permiten que una persona pueda encontrarse y que pueden llegar a reprimir su sexualidad, y a no acceder a su propia identidad de género, son generadoras de sufrimiento, como el caso presentado al inicio por César Augusto. Y, como siempre, el derecho de uno se encuentra con la responsabilidad por los derechos de los demás a su integridad, a su voluntad, a sus convicciones y decisiones sobre sí mismos. En palabras de César Augusto: “Aquí se habla de que la sexualidad debe tener un contexto de intimidad. Yo no puedo hacer lo que me dé la gana en sexualidad si los otros no quieren ver o no quieren escuchar lo que yo estoy haciendo. Ya hay un límite que es del respeto por el otro. No se puede acceder a una actividad sexual cuando la persona con la cual se va a realizar no está consciente, por ejemplo, si tiene una limitación o es un niño. Tiene que haber siempre una voluntad mutua y una condición de mutua de aceptación de lo que se va hacer”.

Finalmente, esta reflexión lleva a la conclusión de que se trata de la posibilidad de que las personas sean felices. Que la complejidad de las diversas manifestaciones de la sexualidad y de la manera como cada uno asume su identidad de género, no sean una circunstancia de sufrimiento por tener que ocultar una emoción, una forma de sentir, una forma de vivir, por el miedo al juicio y a la reacción social. Que las personas puedan llegar al punto de decir: esto no me importa, no me importa lo que digan, yo soy así, me encanta ser así, soy feliz así y que digan lo que digan. Llegar allá es para muchos un camino doloroso. No tiene que ser así, y eso es algo que nos debemos como sociedad.

Para ver la sesión completa, ingresa al canal de Youtube de la Sede: https://www.youtube.com/watch?v=w-pCooELyAo&t=11s

(FIN/FCV)

31 de mayo de 2021