Escudo de la República de Colombia
A- A A+

El papel de las calles va más allá de ser espacios de tránsito vehicular o peatonal. En algunos barrios de Medellín estas se convierten en lugares multipropósitos que se transforman de acuerdo con las necesidades de las comunidades: canchas de fútbol, salones comunales y hasta patios de colegios. Una investigación realizada en el marco de la Maestría en Hábitat de la UNAL Medellín explora cómo las calles de algunos barrios del Nororiente de la ciudad cumplen ciertas funciones sociales y cómo estos usos, sumados a factores como la violencia y las obras de infraestructura, resignifican las prácticas de habitar estos lugares.

 

La investigación expone que las calles de los barrios populares de Medellín son espacios sociales camaleónicos. Foto de referencia, cortesía INDER Medellín.

 

La investigación realizada en marco de la Maestría en Hábitat de la Universidad Nacional de Colombia Sede Medellín explora las prácticas de habitar que se generan en torno a las calles en los barrios informales, también llamados autogenerados, Popular N°1, Popular N°2, Santo Domingo Savio N°1, Santo Domingo Savio N°2, La Isla, El Playón de los Comuneros y algunos sectores de Granizal, en la zona nororiental de Medellín.

“Las prácticas de habitar son aquellas acciones que las personas realizan en un lugar determinado y el significado que se le da a ese sitio. El término hace referencia a las cotidianidades que se producen en un momento y en un espacio específico”, explica Luis Miguel Gil Ruiz, autor de la investigación Medellín. Continuidades y rupturas de las prácticas del habitar en las calles de los barrios populares: entre el conflicto urbano y el mejoramiento barrial.

 

La tesis, realizada bajo la asesoría del profesor Luis Fernando González Escobar, estudia la calle como espacio que acoge a quienes no tienen otros lugares a donde ir y que se puede resignificar por los diversos usos que se le da, lo que genera ciertas transformaciones en las prácticas del habitar y las cotidianidades del barrio. En pocas palabras, entender cómo vive la gente en estos lugares.

 

De acuerdo con el investigador Gil Ruiz, la calle, por lo general, es un espacio de encuentro en el que la gente no suele socializar. Sin embargo, durante el estudio de estos barrios, se encontró que la calle tiene la capacidad adaptarse a las necesidades de su población y, en la medida que la comunidad lo requiere, en un lugar especializado para realizar ciertas actividades o tareas; la calle cumple esa función, situación que genera ciertas transformaciones de las prácticas del habitar del barrio o el entorno.

“Las calles tienen unas funciones sociales más allá de la comunicación o del transitar, esto se da cuando en los barrios no hay una infraestructura especializada, por ejemplo, si no se cuenta con canchas, las calles se convierten en canchas; si no hay salones comunales o parroquias, se vuelven salones comunales y parroquias; cuando hay colegios pequeños, los profesores utilizan las calles, por ejemplo, para que los niños tomen sus clases de educación física. La calle es un contenedor que ‘retiene’ a la gente dentro de ella, pero también es multifuncional, tiene la capacidad de adaptarse a las necesidades de las poblaciones y esas necesidades se van transformando”, señala el estudiante de la UNAL Medellín.

Radiografías callejeras

Los siete barrios del Nororiente de Medellín objeto de estudio surgieron, aproximadamente, entre la mitad del siglo XX y la década de los 60 y los 70. La investigación se concentró en analizar el desarrollo histórico y las transformaciones de los mismos hasta comienzos de la década del 2000.

En principio, se analizó cómo la violencia transforma la sociedad; sin embargo, se observó que hay distintos procesos que ocurren y transforman la cotidianidad. Lo cotidiano es algo muy amplio y difícil de observar, casi nunca nos fijamos en la cotidianidad, esto se asume de manera automática, indica el también historiador Luis Miguel Gil.

Para el estudio de las prácticas de habitar se identifican tres momentos: en el primero, las prácticas que se dan en las calles durante el nacimiento o establecimiento de los barrios; en el segundo, el conjunto de prácticas que surgen durante el mejoramiento barrial (proceso que en estos sectores, en ocasiones, demoran décadas y en algunos no ha terminado), y, por último, la década de los 90, cuando en la zona nororiental de Medellín es muy fuerte la presencia de la violencia y el Estado colombiano llega con programas sociales.

“Seleccioné un espacio de los barrios, en este caso las calles, y hago un rastreo de las prácticas del hábitat que se dan allí. Producto de este ejercicio se identificaron diversos fenómenos y factores. El primero evidencia que las prácticas del habitar que se daban en las calles están en constante transformación, “todos cambiamos la cotidianidad de manera lenta o acelerada, la tecnología lo puede hacer, unas mejores condiciones económicas o la llegada de algún servicio”, añade Gil Ruiz.

 

Estos barrios informales o autogenerados; es decir, que no fueron diseñados ni establecidos por el Estado, se caracterizan por la falta de lugares para la socialización, lo que impulsa a sus residentes a que habiten la calle, donde precisamente se desarrolla la violencia en la ciudad.

 

Además de ese constante cambio, hay agentes externos o procesos internos del barrio que se dan de manera muy rápida y que tienen consecuencias fuertes, como la llegada de Núcleos de Vida Ciudadana, una iniciativa del Gobierno nacional que desarrollaba grandes estructuras físicas en los barrios dependiendo de sus necesidades y de acuerdo con el presupuesto.

“La violencia expulsaba a la gente de las calles, esto hacía que cambiaran su cotidianidad, pero como no tenían a dónde más ir porque sus casas eran pequeñas, ni había parques, gimnasios o cupos para todos los niños en el colegio, regresaban a las calles a pesar de esa violencia. Adicionalmente, cuando aparecen nuevas estructuras físicas, tienen la posibilidad de generar nuevas prácticas del hábitat fuera de la calle; es decir, en espacios como bibliotecas, parques y obras más grandes, algunos casos muy exitosos y otros que desde el comienzo tuvieron problemas”, comenta el historiador.

Calles como contenedores: fenómeno de barrios populares

De acuerdo con el candidato a Magíster en Hábitat, en Latinoamérica hay diversas tipologías de barrios como los llamados autogenerados, los que nacen por intervención estatal, los que surgen por intervención de privados o los que se conocen como barrios piratas donde hay posesión legal de la tierra, pero no hay autorización y por ende carecen de servicios. En una sociedad que necesita espacios públicos y lugares de reunión, la calle ofrece esa posibilidad de congregar a las personas para que se la reapropien, la reimaginen y la resignifiquen.

“No creo que en todos los lugares utilicen la calle de la misma manera, porque la calle es contenedor social en la medida que la gente la usa, cuando existe la posibilidad de socializar en espacios, esta pierde esa capacidad. Es el contenedor social de aquellos que no tienen dónde más estar. Pensemos en un barrio del Sur de Medellín con grandes urbanizaciones, allí la calle ni siquiera tiene ese papel porque hay lugares de encuentro y tampoco están preparadas o acondicionadas para recibir a la gente”, enfatiza Luis Miguel.

 

Uno de los planteamientos de la tesis es que las prácticas del habitar se pueden dar principalmente en lugares que tienen resignificados, lo que ocurre cuando las personas los reconocen, entienden o tienen recuerdos en ellos.

 

Adicional a esto, la investigación revela que los barrios que nacen a manos de sus habitantes están constantemente en pequeñas transformaciones, es lo normal en ellos, hay una constante reconstrucción por las limitadas capacidades técnicas y económicas de los vecinos, a diferencia de los barrios que surgen con todos los servicios.

En resumen, para el investigador Luis Miguel Gil Ruiz es necesario tener en cuenta que en estos barrios autogenerados hay muchas dinámicas diferentes que tienen implicaciones profundas en la vida cotidiana, como la violencia.

“Incluso, esa violencia que no es propia o no nace en los barrios, como las guerrillas, los paramilitares, muchos combos que no que no surgen allí, se termina expresando ahí, convirtiéndolos en lugares de conflicto que cambian sus cotidianidades. A pesar de que la violencia y el Estado intervienen, las prácticas siempre van a estar en constante cambio”.

Esta investigación motiva, desde el ámbito académico, a buscar la integración entre los estudios del hábitat y los estudios históricos, una combinación de miradas que permite comprender más el espacio geográfico y darle el suficiente protagonismo. “El estudio de las prácticas del habitar es ante todo el estudio de la vida cotidiana, entender cómo vive la gente, entonces en ese sentido la investigación abre unas puertas para seguir profundizando los estudios socioespaciales, comprender que no podemos separar al ser humano del espacio ni del tiempo en el que se desarrolla”, concluye.

(FIN/JRDP)

7 de abril de 2025