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El cambio climático no es lo único que determina las condiciones atmosféricas de los páramos, también inciden factores como la variabilidad climática. Al ser estos ecosistemas importantes reservorios de agua, se hace primordial comprenderlos para preservarlos, un desafío sobre el que comentan analistas.

 

A finales de marzo nevó en el páramo Sumapaz. Foto de la CAR de Cundinamarca tomada de Eltiempo.com.

 

Nevó en el páramo Sumapaz. Recientemente la Corporación Autónoma Regional de Cundinamarca (CAR) compartió imágenes y videos del hecho que se registró en la vereda Paquiló, el 29 de marzo, durante una visita para monitorear osos andinos.

“Fue un momento sorprendente y majestuoso. De repente, el entorno se cubrió de blanco, algo que no es habitual, pero que demuestra la riqueza y la variabilidad climática de esta región”, mencionó en un video un veterinario de la CAR, quien observó la nevada y difundió imágenes.

Algunos medios de comunicación informaron que se trata de un hecho poco común en esa zona del país. Conrado Tobón Marín, profesor del Departamento de Ciencias Forestales de la Facultad de Ciencias Agrarias de la UNAL Medellín, expone que el asunto no está relacionado con el cambio climático. El nombre apropiado, según Naciones Unidas, es la variabilidad climática que se presenta en la temperatura y los patrones climáticos globales.

El académico explica que el tema obedece a la variabilidad climática normal. En el Trópico, el clima depende de los pisos altitudinales. Por encima de los 3.500 metros sobre el nivel del mar (m.s.n.m.), el clima en Colombia es frío y las tendencias, por la existencia de puntos de condensación, es que en páramos se den condiciones que seguramente ya han estado presentes en épocas pasadas, aunque no se conozca la frecuencia de la ocurrencia. “Lo que pasa es que no tenemos datos de largo plazo sobre el clima en Colombia, específicamente en este páramo, y los que hay tienen grandes vacíos”, manifiesta.

En este sentido, la reacción a la nevada en Paquiló en el páramo Sumapaz demuestra, según el docente, la importancia y la necesidad de las mediciones: “La percepción de la gente no cuenta, porque es una respuesta a condiciones inmediatas. Por lo tanto, hay que dejar registros del clima, entre otras variables, y así poder tener claridad sobre los cambios que pueden suceder”.

Los registros del clima existentes, llama la atención, son insuficientes. En Colombia no hay datos más allá de 50 años y no hay información correspondiente a alta montaña. En el mundo, los registros más antiguos son de hace unos 137 años. Que haya nevado en el páramo de Sumapaz, insiste, “no es nada anormal, ni tiene que ver, en mi punto de vista, con el cambio climático. Es producto de una variabilidad climática normal”.

El clima de una región varía de manera estocástica (impredecible y al azar) cuando se analiza a escala diaria o se incluye la presencia de fenómenos de escala planetaria, de acuerdo con el docente. Sin embargo, menciona, a lo largo del año, el clima presenta una variabilidad cíclica, con unos períodos de lluvias y otros secos, como es el caso de Colombia, lo que está relacionado tanto por la Zona de Convergencia Intertropical, como por un fenómeno de desplazamiento de vientos del Ecuador hacia el norte o hacia el sur, influyendo sobre la precipitación de nuestro país.

De acuerdo con el profesor de la UNAL Medellín, también tienen que ver factores climáticos especiales como el ENSO (sigla en inglés de El Niño-Oscilación del Sur), una fluctuación de la temperatura en del Océano Pacífico que repercute en la circulación atmosférica. Los fenómenos de El Niño y La Niña son parte de él.

En resumen, y según el profesor Tobón Marín, en los ecosistemas de alta montaña tropical, como es el caso del páramo de Sumapaz, se pueden presentar condiciones de precipitación en forma de granizo e inclusive algo de nieve, lo que tiene que ver más con las condiciones de humedad de las masas de nubes provenientes del Orinoco y la Amazonía, que con el cambio climático.

Los páramos son únicos

Los páramos, en general, son ecosistemas de alta montaña del trópico húmedo, dominado por vegetación abierta y ubicado entre el límite del bosque cerrado y las nieves perpetuas, como se define en una publicación de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN por sus siglas en inglés).

Los páramos son sistemas estratégicos que regulan y proveen agua. Según la IUCN, autoridad mundial sobre el estado de la naturaleza y las medidas para su salvaguarda, en América del Sur se forma un corredor de páramos entre la Cordillera de Mérida en Venezuela hasta la depresión de Huancabamba en el norte del Perú, y hay dos complejos más separados que son los páramos existentes en Centroamérica, Panamá y en Colombia.

No obstante, más hacia el sur, hacia Perú o Chile, en las partes altas de las montañas se forma lo que se denomina puna, con paisajes distintos constituidos principalmente por herbazales y con la característica de ser más secos, como lo expone Estela María Quintero Vallejo, profesora de la Unidad académica de Ecología, Medicina Veterinaria y Biología de la Universidad CES.

Lo menciona para enfatizar sobre un aspecto que hace particulares a los páramos: la combinación entre fenómenos climáticos y la altura sobre el nivel del mar con condiciones de alta humedad, encharcamiento del suelo y alta radiación, en las que crece vegetación característica como los frailejones, que crecen alrededor de un centímetro al año.

De acuerdo con el Instituto Humboldt, vinculado al Ministerio de Medio Ambiente y Desarrollo Sostenible, en Colombia el 51% de los páramos están bajo alguna figura de protección, el 33% está dentro del sistema de Parques Nacionales Naturales y el 86% mantiene coberturas naturales.

Los desprotegidos, en mayor riesgo

En departamentos como Antioquia y Santander, cita la docente Quintero Vallejo, hay páramos que no están ubicados necesariamente en zonas protegidas y, aunque algunos de ellos están incluidos dentro de figuras como los distritos especiales de manejo, son más propensos a las perturbaciones, entra las que predomina el cambio en el uso del suelo por el establecimiento de cultivos o la ganadería, por ejemplo, con consecuencias en el desvío de causes o pérdida de especies vegetales. Además de las actividades agrícolas, el Instituto Humboldt también refiere las de pastoreo y las mineras como grandes presiones sobre estos ecosistemas.

“Ante la evidencia de una pérdida sostenida de la cobertura natural, se debe proteger la cobertura natural remanente y, dependiendo de la extensión del área afectada, combinar estas acciones con procesos de restauración sobre la vegetación en transición. Si el área de cobertura natural remanente se mantiene, las acciones deben enfocarse hacia actividades de uso sostenible sobre las áreas en transición. En todos los casos, es necesario generar alternativas de uso sostenible sobre las áreas transformadas que permitan la productividad de los cultivos con el fin de evitar su expansión”, indica la entidad en uno de sus reportes, correspondiente al 2020.

Una amenaza latente en más de 20 años han sido los incendios. Un estudio del Instituto Humboldt y la Universidad del Rosario halló que el complejo de páramos del Perijá es el más afectado en su superficie con conflagraciones en el 33,8% de sus áreas, seguido por Chiles-Cumbal en Nariño, con el 21,4%, Tota-Bijagual-Mapache con el 16,8%, el Altiplano Cundiboyacense con el 16,3% y Cruz Verde-Sumapaz con el 14,6%.

La degradación de los ecosistemas de páramo si bien afecta gravemente el patrimonio natural de un país, también repercute en el histórico-artístico, en la medida en que pertenece a las personas que viven en él y a las generaciones venideras al poner en riesgo el legado de dejar el ambiente en condiciones óptimas, como exponen Ana Emilse García Bustamante y Yamal Elías Leal, de la Universidad Libre Seccional Cúcuta, en su artículo científico “Análisis a la protección del Estado a los ecosistemas de páramo” publicado en la biblioteca científica Scielo.

Corresponsabilidad

Es importante hacer hincapié en que los páramos son reservorios de agua, como lo destaca el profesor Tobón Marín, quien explica que el agua lluvia ingresa al suelo y la que no almacenan o retienen los suelos orgánicos, la dejan infiltrar y se recargan los acuíferos. Esas aguas, dice, brotan “más abajo, en los bosques altoandinos y aparecen como manantiales que recargan las primeras quebradas. Esas aguas son las que aprovechan empresas de alcantarillado para llevarla a los embalses”.

Generar información es un paso importante. En el texto de García Bustamante y Leal se indica que en Colombia “aún desconocemos la importancia de los ecosistemas de páramo, sus características y los servicios que brinda a comunidades campesinas, indígenas y urbanas; a industrias y empresas. Esta condición no ayuda a valorarlo y a cuidarlo”.

Es precisamente por eso que la docente Quintero Vallejo considera que las necesidades reales están asociadas al conocimiento del ecosistema. Para ella hay desafíos interesantes como comprender, por ejemplo, las precipitaciones en estos ecosistemas y las interacciones, a fin de mejorar el manejo de los páramos más perturbados, o para identificar especies vegetales clave: “El reto está en entender el crecimiento y la distribución espacial de estas especies para emular un proceso de recuperación”.

El profesor Tobón Marín llama la atención sobre la importancia de los páramos en términos hídricos y en la provisión del agua que se potabiliza para el consumo humano, “pero como la gente no ve lo que pasa, no ubica el ecosistema”. Fomentar la sensibilización es un desafío fundamental.

(FIN/KGG)

7 de abril de 2024