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Viviendas como Casa Ángel y Casa Holguín se preparan para la transformación en hoteles boutique y restaurantes y así poder recibir visitantes nacionales e internacionales, como parte de una propuesta que busca la reactivación económica y el fomento de la gastronomía y el turismo en el tradicional barrio de la ciudad. ¿Puede esto resignificar el patrimonio o, por el contrario, afectar su sentido? Académicos analizan la situación y la explican.

 

Actualmente en Prado son comunes los inquilinatos. Foto cortesía de Cristian Londoño Hernández.

 

Prado Centro, ubicado en la Comuna 10 (La Candelaria), es el único barrio patrimonial declarado como polígono de conservación de nivel 1. Se construyó entre las décadas del 30 y del 50 por personas con poder económico, quienes llegaron a la ciudad con grandes ideas arquitectónicas, como destaca el profesor Aurelio Arango Sierra, de la Facultad de Arquitectura de la UNAL Medellín.

Dado su carácter patrimonial, Casa Ángel es la primera en Colombia que accede al beneficio de Compensación Económica por Transferencias de Derechos de Construcción, del cual se beneficiarán tres viviendas más en Prado Centro: Casa Roncari, Casa del Poeta y Ballet Folklórico, según la Alcaldía de Medellín.

El instrumento es exclusivo para inmuebles del barrio Prado y es gestionado por la Agencia para la Gestión del Paisaje, el Patrimonio y las Alianzas Público-Privadas (Agencia APP). Su subdirector de Gestión de Paisaje y Patrimonio, Daniel Madrigal, explicó a través de un comunicado que a estas viviendas que no pueden edificar en altura se les otorgan recursos para que sean reinvertidos en predios propios con finalidades de mantenimiento y mejoramiento o para apalancar proyectos productivos que les den valor.

La Compensación Económica por Transferencias de Derechos de Construcción, que facilita la búsqueda del propósito de la administración municipal de revitalizar el sector, es un instrumento incluido en la Ley 388 de 1977, que se constituye como “una súper herramienta para la defensa del patrimonio”, de acuerdo con la doctora en Gestión y Conservación del Patrimonio, Gilda Wolf Amaya, profesora de la Escuela de Construcción de la Facultad de Arquitectura de la UNAL Medellín.

La docente, no obstante, tiene reparos con respecto al instrumento: “Debería hacerse a través de juntas de acción comunal o de otras figuras que entreguen las transferencias a los que son y no a los recién aparecidos que empiezan a comprar propiedades. Me parece que hay un desequilibrio. Esto se presta para sacar a los habitantes que hasta hoy han sostenido el patrimonio municipal, donde se destinan viviendas para unos usos que en este momento no funcionan. Una golondrina no hace verano”, dice.

¿Medida necesaria?

Ana Cristina Herrera Valencia, profesora investigadora de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Pontificia Bolivariana (UPB), piensa distinto. La posición que plantea es que es que el POT, en la búsqueda de cumplir con su función como instrumento que garantice el equilibrio entre cargas y beneficios urbanos, otorgó a los propietarios la posibilidad de acoger esa figura de la compensación como alternativa para la gestión de inmuebles y el aprovechamiento económico de los mismos y “quitar del imaginario que la gestión del patrimonio es una carga imposible de llevar”.

La docente considera, además, que es una opción válida, teniendo en cuenta que es una manera de incorporar los inmuebles patrimoniales a las nuevas demandas y dinámicas de una ciudad en transformación, amortiguando la presión económica sobre el suelo en un polígono que, en pro de la conservación del patrimonio, no puede sufrir los mismos cambios que otros sectores de la ciudad. La revitalización es válida para ella en la medida en que en el proceso de intervención contemporáneo se incluye la refuncionalización de edificios, porque en la actualidad estas infraestructuras ya no cumplen con su función original y presentan una oportunidad para la ciudad.

La opción de remodelar casas para su uso como hoteles boutique y restaurantes, sin embargo, son “pañitos de agua tibia”, a criterio de Aurelio Arango Sierra, docente de la Facultad de Arquitectura de la UNAL Medellín, quien considera que esa no es la manera de darle dinamismo al barrio porque, para él, lo que realmente representa es un llamado al turismo de élite, cuando lo importante es no aislar a la comunidad que habita el barrio ni poner en riesgo sus dinámicas.

Con él está de acuerdo la docente Herrera Valencia, para quien el derecho a la ciudad implica entender que, en procesos de renovación o de revitalización urbana, la base no debe ser desplazar usos, sino que la intención inicial debe ser generar transformaciones que den lugar a nuevas actividades en el sector, en el que, incluso, se puedan abrir nuevas oportunidades de empleo. En Prado son comunes los inquilinatos, frente a lo que la docente expresa que tanto el déficit de vivienda como la llegada de la población migrante son asuntos “que representan un reto urbano integral, y no pueden ser vistos solo como una problemática asociada al patrimonio”.

Para la profesora Wolf Amaya, Prado no necesita un rescate de personas que vienen de afuera, sino de procesos emprendidos por la misma comunidad, que le pueden dar otra oportunidad al sector. Dice que hay usos en las edificaciones que le quitan vitalidad como barrio residencial, como las de uso geriátrico, religioso o de apoyo a la salud, y muy pocos espacios que puedan configurar una red cultural sólida que atraiga “no solo a quienes puedan pagar un hotel boutique o una comida costosa, sino la energía y alegría de jóvenes que le apuesten a vivir en el barrio”.

¿Cómo hacer una resignificación adecuada del patrimonio en Prado Centro?

Con la construcción de la Avenida Oriental, el barrio Prado Centro quedó desconectado del Parque de Bolívar y, a partir de eso, se empezaron a desconfigurar sus bordes, como comenta la docente Wolf Amaya, para quien “hay falta de sintonía” entre memoria, apropiación por el barrio y las decisiones gubernamentales locales que generan problemas.

En ese sentido, considera que la idea de revitalización actual es “un poco forzada”, y que para hacerla efectiva se debe acudir a asuntos más profundos y estructurales como apostar por iniciativas para tratar de cambiar la imagen de puntos como las avenidas Oriental y Ecuador y la calle Barranquilla, pues las transformaciones deben darse desde ahí hacia adentro.

“Los restaurantes de lujo y los hoteles boutique son cosas que pueden funcionar en El Poblado, pero el Centro tiene unas dinámicas completamente distintas”, menciona. Para la profesora, sería más efectivo pensar en otras dinámicas, “por ejemplo, por el Parque de Bolívar y Barbacoas se mueve todo un universo gay, y podría volverse un distrito gay, o cosas así, pero entonces se le para el pelo a la religión y a los administradores”.

También llama la atención sobre la sustentabilidad como argumento, pues dice “nada es más sostenible que lo que ya está construido”. Se pregunta por qué no aprovechar la calidad urbana del barrio y, por ejemplo, permitir usarla como modelo de vivienda de bajo costo para las nuevas generaciones.

Para la profesora Herrera Valencia, un reto claro que marca este caso es la necesidad de la actualización y puesta en marcha del Plan Especial de Manejo y Protección. Explica que no quiere decir que no se estén haciendo esfuerzos por “controlar” las transformaciones a las que haya lugar actualmente, pero hay normativas sobre las que no hay, hasta ahora, suficiente claridad. Es este, para ella, un desafío clave.

Por lo pronto, en Prado, las casas patrimoniales con las que se busca revitalizar el barrio esperan a los visitantes tras inversiones importantes. Para lograr el propósito de la revitalización de la Casa Ángel, por ejemplo, se destinaron $3.000 millones, según la Alcaldía municipal.

(FIN/KGG)

1 de julio de 2025