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Laboró desde el 2015 en la Escuela UNAL, donde ejerció la profesión con la que soñó desde niña: ser maestra. Dar amor y pensar por sí mismo, tener criterio propio, defender aquello que a uno lo constituye, son enseñanzas que impulsa y no se esfuman en la memoria de sus estudiantes, como sí se puede borrar lo escrito en un tablero. Estudiantes, exestudiantes y seres queridos la exaltan como una gran persona y profesora, porque los vínculos sinceros perduran.

 

Por su carisma y cariño, los niños le tienen gran aprecio, así como los padres de familia. Foto de Unimedios.

 

Romper vínculos nunca es fácil; destejer la historia y entregársela al olvido, tampoco, y tratar de renunciar a lo que se es, sencillamente, es imposible. Mantenerse íntegro y fiel a la esencia propia, a lo mejor, es, entre todas las lecciones, el principal aprendizaje de los estudiantes de Rosa María Burgos Burgos, la ‘profe Rosita’, la amorosa ‘Hachiko’ de los niños de la Escuela UNAL.

Desde diciembre de 2024 no trabaja más allí, pero todos los días, con paciencia y un cariño inconmensurable, arriba con su esposo antes de las 3:00 p. m. a la zona de las esculturas, en el campus El Volador, para esperar el bus que trae a los niños desde la Escuela al finalizar la jornada escolar. A esa hora, cuando ellos llegan, la miran con emoción y sonrisas desde las ventanas. Mientras salen del vehículo se escuchan sus vocecitas agudas casi al unísono: “¡profe Rosiitaaa!”.

Mientras se bajan del vehículo extienden sus brazos para darle un abrazo. Los papás de los niños también la saludan, le sonríen y le conversan. La ‘profe Rosita’ es como un imán, ha sido así siempre; por ejemplo, hace muchos años, trabajó en la guardería de la Asociación Médica de Antioquia, donde estaba a cargo de un grupo de 15 niños. Un viernes dejó de trabajar allí, abrió su propia guardería, y los papás, al enterarse, trasladaron a los 15 estudiantes al siguiente lunes. Le llevaron sus corrales y sus juguetes.

La ‘profe Rosita’ es noble, carismática y dulce. Es, en el buen sentido, como un confite al que se le arriman las hormigas. La calidez le es natural. “Es una mujer demasiado cariñosa y que realmente se preocupa por los demás. De verdad siente una conexión muy grande con cada uno de sus estudiantes, porque estoy segura de que no hablo solo por mí”, dice Laura Restrepo Álvarez, una de sus exestudiantes.

Tomarle afecto a la ‘profe Rosita’ se hace muy sencillo. ¡Que lo digan los niños!, ¡o los padres de familia!: “Su sonrisa es siempre honesta y sincera. Su mirada, amorosa y tierna. Sus brazos, prestos a abrazar y a dar amor. Rosita es amor puro y del bueno, un ser mágico lleno de luz”, dice sobre ella Diana Lucía Montoya, mamá de una estudiante de Segundo.

Actualmente y luego de su despedida, la ‘profe Rosita’ tiene un contrato hasta junio para fortalecer el proyecto pedagógico y las actividades extracurriculares de la Escuela y, aunque no trabaja desde allí, los padres de familia unieron sus voluntades y esfuerzos para impulsar ante la institución esa posibilidad para ella, quien no cuenta con pensión. Esa acción muestra lo querida que es y esos lazos ella no los fuerza “se van dando, es mi forma de ser”, reconoce, pero a lo mejor es también un reflejo de lo que ella entrega y enseña, pues una de sus convicciones es la formación en valores, fundamentales “para aprender a vivir esta vida, que es tan dura”.

Si algo admiran de ella es su empatía, su autenticidad y su disposición de cuidado tan genuina. Ha actuado siempre como una mamá, sin importar la especie. Laura cuenta que alguna vez ella les contó que se encontró dos huevos en un patio, entonces los empezó a cuidar y los pájaros que nacieron, que eran muy feos, resultaron ser polluelos de gallinazo. Los nombró Pico y Paco. “Fueron sus mascotas, les daba comida. Eran unos gallinazos muy limpios (risas)”.

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La ‘profe Rosita’ comenzó a trabajar en la Escuela UNAL en febrero de 2015, cuando llegó para cubrir una licencia de maternidad. Se enteró de la vacante justo por uno de esos lazos afectivos que teje fácilmente con sus estudiantes. Una de sus exalumnas, quien en ese entonces se desempeñaba como psicóloga en la institución, le comentó sobre la posibilidad laboral y la invitó a presentarse.

“Inmediatamente como que les gustó mi perfil. Yo me formé como socióloga, pero estudié la pedagogía Waldorf por cinco años”, cuenta. A la que describe como un enfoque educativo que respeta la diversidad, la individualidad y el desarrollo de los niños, que además se centra en la autonomía y en el potencial único que ellos tienen para ser promovidos en los aspectos físico, emocional, intelectual y espiritual.

La ‘profe Rosita’ también había trabajado, durante 25 años, como docente de primaria y de secundaria en el Colegio Soleira, en La Estrella. De la Escuela UNAL se enamoró inmediatamente, porque el enfoque es similar al de su interés; sin embargo, por otras experiencias anteriores había construido un preconcepto que allí derribó: “Yo tenía una imagen de la primaria de antes, la de los niños calladitos que solo escuchaban. Los de la Escuela confrontan, no tragan entero, eso me encanta”.

Al preguntarle a Sofía Álvarez Velásquez, estudiante de Tercero de la Escuela UNAL, qué le gusta de las clases de la ‘profe Rosita’ dice que “todo”. Por eso cuando la ve esperarlos en el bus, dice “siento emoción, porque no está en la Escuela, pero la podemos seguir viendo en la Universidad”.

Durante su paso por la Escuela trabajó la huerta, el amor por los animales, el respeto por la Tierra, todo eso que le apasiona. De niña no jugó a las muñecas, sino a la profesora con una amiga que vivía cerca, y también se divirtió con las vacas, los cerdos y los caballos de sus vecinos. Siendo maestra se siente niña, se le olvida el mundo, se entrega por completo al disfrute con los niños y al juego, incluso se une a ellos para un partido de fútbol o para ejercer de árbitro.

Los descansos eran también para jugar con ellos ula-ula o golosa, por ejemplo. En otra época, cuando trabajó en el colegio de La Estrella, los animaba al contacto con la naturaleza y caminaba con ellos por los bosques cercanos. Diana Lucía expresa que, “en las salidas de campo uno como padre sentía que los niños estaban seguros, bien cuidados, protegidos y con ella como lugar seguro. Los guiaba, acompañaba y animaba a explorar”.

En una de las viñetas de Mafalda, Miguelito se queja y la increpa: “¡No corrás con los zapatos nuevos que los deshacés!, ¡no saltés sobre el sofá que lo destrozás!, ¡no te arrastrés por el piso que destrozás la ropa! Decime, ¿de qué te sirve ser niño si no te dejan ejercer?”. La ‘profe Rosita’ es partidaria de esa idea, y por eso su método es experiencial y el juego es su herramienta más preciada: “A partir de él ellos pueden aprender todo lo que uno les quiera transmitir, está allí, uno ni siquiera les tiene que enseñar, ellos lo van descubriendo”.

Esos locos bajitos, como los llama Joan Manuel Serrat en una de sus canciones, son sus grandes maestros para ella. De ellos aprende, de sus preguntas diarias, de buscar el porqué de cada cosa, de hacer que los días no sean rutina, del asombro como constante. Lo tiene muy claro: “Yo no me veo en otra cosa que no sea en eso. Esto es lo mío, los niños son todo para mí”, dice y sonríe.

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Mientras cursaba el pregrado, uno de sus profesores, Aníbal Córdoba Mora, ahora profesor emérito y honorario de la UNAL Medellín, le dijo, al notar sus aptitudes como docente, que “si uno es maestro, debe dedicarse a eso”. Le hizo caso y, claramente, de él heredó la pasión por la profesión que ejerce.

La ‘profe Rosita’ ha sido crítica en sus posturas y le ha importado no evadir la realidad, no ser indiferente, ni siquiera siendo maestra. Esa sensibilidad la ha transmitido en las aulas. Laura recuerda que la docente les llevaba recortes de periódico con las noticias del día: “Era impresionante porque ninguno de nosotros sabía qué estaba pasando en el mundo, no nos interesaba, y ella nos ponía la conversación como diciéndonos ‘Ey, aterricemos, sentémonos a mirar qué significa esto’. Rosita nos expandió la mente”.

Sus primeros años como profesora los disfrutó tanto como los últimos: “No hubo un día que me diera pereza o que me sintiera aburrida. Es más, yo ni al médico iba por quedarme con los niños. Mi vida de maestra ha sido lo mejor”, dice sin titubear.

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Creció en El Jordán, una casona de 134 años ubicada en Robledo, convertida en un centro de documentación musical, que rodeada de árboles y de la quebrada La Iguaná, funcionó como sitio de esparcimiento de la clase alta de Medellín. Allí había piscinas naturales de aguas cristalinas donde se podía pescar y bañarse. Del lugar se dice que era frecuentado por personajes de la política, como Enrique Olaya Herrera, Alfonso López Pumarejo y Jorge Eliécer Gaitán, o intelectuales, como Manuel Mejía Vallejo u Óscar Jaramillo, según narra Gustavo Ospina Zapata en el artículo “El Jordán, esa vieja casona donde la música habitará por siempre”, publicada en El Colombiano.

La ‘profe Rosita’ se autodefine como rara, de niña su personalidad fue distinta a la de las niñas que la rodeaban, no era delicada, montaba en bicicleta, patinaba, se subía a los árboles de mango y de pomas que había en ese gran solar, y era un poco rebelde, pero, como dice, con causa. Sentía que no encajaba, y esa sensación la sigue teniendo. Recuerda que por ser distinta se ganó varias pelas de su mamá, “pero aprendió que había que respetar, que yo no tenía por qué ser, ni como mis primas ni como mis hermanos, que yo era yo y que así iba a ser toda la vida, que no era nomás por confrontar”.

En su adolescencia, la ‘profe Rosita’ hizo parte de la selección Colombia de baloncesto y también jugó sóftbol. No abandona el deporte ni el ejercicio físico, todos los días camina por lo menos una o dos horas al aire libre, porque no le gustan los gimnasios ni estar encerrada. Si de estar en casa se trata, le gusta compartir con su hijo músico y su nieta, quienes tocan el piano y la guitarra.

No se afana por pensar en qué será de ella sin trabajar en una escuela o con niños, no porque no le preocupe, sino porque no lo quiere ni pensar. Su vida, dice, la ha vivido siempre sin planear mucho, y entregándose a lo que se vaya dando. Quienes la conocen desean que se le dé todo lo que merece, que le sean retribuidas todas sus buenas acciones, la solidaridad que le enseña a los niños, porque, como destaca Diana Lucía, gracias a ella “han entendido que hay que ayudar a quienes más lo necesitan sin esperar nada a cambio”.

Aunque no esté en un aula o en una escuela, sigue siendo maestra. Siempre lo tuvo claro, incluso antes de que fuera ‘la profe Rosita’ y se inscribiera en Sociología. Recuerda, cuando su papá le preguntó: “¿cómo así que usted va a estudiar para guerrillera?” y ella, tan serena como sigue siendo, le respondió: “Bueno, papá, de pronto termine en eso”. Hoy, con toda la satisfacción y el orgullo, puede decir que no es guerrillera ni que ejerció la sociología, pero sí puede expresarle: “Papá, mira, no terminé disparando balas, pero sí sigo disparando ideas”.

(FIN/KGG)

12 de mayo de 2025