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En la Plaza Botero se exhiben 23 esculturas de Fernando Botero. Foto: tomada de bit.ly/3YfW7It.

Académicos reflexionan acerca de estas preguntas, a propósito de la reciente polémica que se generó en Medellín por el cerramiento de la Plaza de Botero con el argumento de mitigar problemas de inseguridad y orden público. Cuestionan que la situación que allí se da no es nueva ni exclusiva, y que el reto es generar procesos incluyentes.

Varios medios de comunicación registraron el hecho de que agentes de la Policía recientemente solo dejaron entrar turistas y algunos ciudadanos, dejando por fuera a otros, de la icónica Plaza de Botero. Esta acción generó reacciones: las de actores culturales y habitantes del sector que se manifestaron e incluso el pintor Fernando Botero, quien donó las esculturas, y a través de una carta expresó que su voluntad fue que el espacio fuera para toda la ciudadanía. Por su parte el alcalde Daniel Quintero Calle justificó la decisión: “no se trata de un cerramiento sino de un abrazo”. De hecho, anunció que tomaría la misma medida en el caso del Parque Lleras y otros sitios.

En la construcción del espacio público es fundamental la participación ciudadana, según María Clara Echeverría Ramírez, profesora emérita de la Escuela de Hábitat de la Facultad de Arquitectura de la UNAL Medellín, y es lo público: “Es aquello en lo que nosotros como ciudadanos tenemos derecho a existir dentro de un colectivo diverso, a marcar con lo que somos, a territorializar, a expresarnos físicamente con nuestros cuerpos, danzas, música, desde lo que, de alguna manera, cada grupo humano es”.

Para Liliana Arboleda Morales, profesora de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Santo Tomás en Medellín y candidata a doctora en Estudios Urbanos y Territoriales de la Sede, lo ocurrido en la Plaza con la acción de acondicionamiento del espacio público implica reflexiones en varios sentidos: “en principio sobre el uso, las prácticas, reconocimiento, significado y apropiación de lo público colectivo en sus diversas manifestaciones, también sobre la ciudad que se ha construido en las últimas dos décadas y que atiende a los procesos de transformación que han internacionalizado la mirada sobre sí misma creando imagen o marca, así mismo examinar la ciudad que se reconoce, la ciudad a la que se aspira, la ciudad que se muestra”.

Un aspecto que ella destaca de lo que se generó a partir del cerramiento es la reacción pronta de los diferentes actores que hacen presencia directa o indirecta en la Plaza, pues dice que esa acción demuestra que los lugares y ese en particular, tiene dolientes: “la capacidad de reacción en favor de los espacios del encuentro, del reconocimiento, de la diversidad, de la coexistencia, de la convivencia, de lo común y de la libre circulación, da cuenta de la no indiferencia, apropiación, relevancia y representatividad de este lugar para la comunidad”.

El mayor reto, agrega, es cómo actuar frente a inconvenientes que se generan en el espacio de lo público, “La complejidad de las problemáticas que afectan la convivencia colectiva no son recientes ni exclusivas de esta Plaza, se pueden ver en diferentes espacios y lugares de la ciudad, lo que necesariamente conlleva a un trabajo conjunto en pro de generar y fortalecer espacios de diálogo que reconozcan y vinculen a todos los actores como punto de partida en la búsqueda de soluciones participativas, coordinadas y colaborativas”.

De acuerdo con la docente Echeverría Ramírez, tal vez lo que está sucediendo ahora es producto de una segregación socioeconómica que ha sido muy marcada en Medellín, una urbe que ha tenido varios momentos con respecto a la noción del espacio público.

Por ejemplo, expone como en la década del 70, en los primeros proyectos urbanos de alta densidad, empezó a tomar fuerza el concepto de urbanizaciones abiertas conexas al tejido de la ciudad. Muestra de ello fue que, en aquella época los proyectos de vivienda se hicieron masivos coincidiendo las cuatro estrategias de desarrollo de entonces, dos de las cuales estimularon la migración campesina hacia las ciudades y activaron la construcción de vivienda. El hecho, añade la docente Echeverría Ramírez, contribuyó a demostrar la posibilidad de configurar una espacialidad pública.

Sin embargo, manifiesta que el panorama ha cambiado significativamente, dado que hoy lo que predominan son propuestas inmobiliarias de unidades cerradas, y hace notar que el cierre de grandes áreas no sólo está ocurriendo en las ciudades, sino que también está ocurriendo en la ruralidad, donde se ha llegado a interrumpir caminos campesinos.


Exclusión

En su momento y con ocasión de la realización de una nueva edición de Cultura al Parque, la estrategia de la Alcaldía de Medellín para impulsar la apropiación del espacio público, Edilmer Graciano, gerente del Centro de Medellín, a través de una comunicación de la Alcaldía, invitó a participar de la jornada “que hace tiempo se viene trayendo para recuperar la Plaza. Donde antes teníamos personas consumiendo droga y haciendo cosas contrarias a la convivencia, hoy tenemos ciudadanos haciendo picnic, disfrutando, comprando artesanías, caminando tranquilamente. Todos los días tenemos oferta de la Administración Municipal”.

Con 23 esculturas del pintor Fernando Botero, la Plaza Botero es el principal espacio turístico de la ciudad, según David Gómez, subsecretario de Arte y Cultura de la Secretaría de Cultura Ciudadana de Medellín, quien lo manifestó también mediante comunicaciones oficiales en las que sostiene que este sitio se convirtió en un espacio “para la cotidianidad y que sigue proyectando a la ciudad en términos de internacionalización”, y que es la muestra “de que el arte transforma y cambia vidas”.


El espacio público también para humanizar

En su texto Medellín: trazando rayas para excluir, la profesora Echeverría Ramírez, expone que “perder nuestra capacidad de asombro frente a la exclusión social y la segregación urbana, nos ha conducido a naturalizar rejas, mallas, muros, concertinas de guerra, cerramientos de calles y quebradas, portadas vigiladas e incluso con guardas armados, que limitan tanto el acceso físico como el visual en nuestras ciudades, tendencia que también se cierne sobre la ruralidad, incluso robándonos el paisaje”.

Plantea que detrás de esas realidades, que son argumentadas principalmente como respuesta a la inseguridad, radican imaginarios asociados a la exclusividad y la satanización del otro. Al respecto hay varios móviles que son referidos a la historia de la ciudad, tales como controlar masas rebeldes, como se daba con los cierres de las universidades públicas en los años 70; negar y protegerse del otro desde una doble moral, cuando se justificaba a principios de siglo pasado el cierre del Bosque de la Independencia, privatizar y diferenciar los grupos sociales y garantizar el mercado, como se da hoy con las ofertas inmobiliarias de urbanizaciones cerradas.

No obstante, también menciona prácticas y acciones que han contrarrestado el cierre excluyente y la privatización, como serían la resistencia desde la misma vida cotidiana y desde los proyectos culturales ciudadanos, participativos y territorialmente afincados; configurar el tejido de la ciudad desde el espacio público; y, sobre todo, generar procesos incluyentes desde el conocimiento a fondo de las realidades humanas y sociales, dramas y desigualdades, con el propósito de lograr reconocimiento y dignificación de los ciudadanos implicados e integrarlos socialmente respondiendo a lo real.

(FIN/KGG)

6 de marzo de 2023